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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 137 - Número 06 -  Marzo 2016 (en Castellano)

 
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Clausura de la Convención, 2015

 

 

Tim Boyd.

 

 

Hemos estado aquí reunidos durante esta Convención Nº 140. Quiero agradecer a nuestros tres jóvenes miembros que nos expusieran sus impresiones, cada una tan distinta y cada una redondeando el cuadro de posibilidades de la experiencia implicada en este evento. Fue muy inspirador oírlo. Le agradezco a la Sra. Laura Rodríguez el habernos recordado a Joy Mills una vez más.

 

Como ya ha ocurrido otras 139 veces, hemos llegado al fin de esta Convención. Ha sido hermosa. Creo que la calidad de mente y corazón que hemos podido cultivar juntos ha sido muy buen trabajo, no sólo en beneficio nuestro sino por lo que ha influido en el mundo, por aquello que no vemos. Veintiún países están representados oficialmente esta vez. El mundo está aquí con nosotros. Es un recordatorio del hecho que esto es cierto en cada momento. Aprovechamos esta ocasión para recordar el simple hecho de que, de momento en momento, dondequiera que estemos, estamos conectados. Dentro de este movimiento teosófico del cual formamos parte, estamos conectados a través de este centro de Adyar.

 

Esta es la segunda Convención que presido. Hace muy poco que ocupo el cargo. Vengo de los Estados Unidos, un país muy diferente y al venir aquí tenía la esperanza de que la sinceridad y el apoyo que se necesitaban para este trabajo estarían presentes, pero en realidad nunca se sabe. En este hermoso trabajo, todas las experiencias que he acumulado durante mi vida me han conducido hasta este momento. No es un trabajo que se pueda hacer, a ningún nivel, sin tener apoyos. Una de las cosas que no se han dicho ni se han visto es el apoyo de mi esposa Lily. Es un trabajo maravilloso, pero no sería lo mismo sin el apoyo y compromiso que recibo en mi casa. El apoyo que he necesitado  incluso para poder pensar en las posibilidades que tenemos ante nosotros, lo he encontrado en abundancia desde que llegué a Adyar.

 

Sé que estáis viendo cambios por aquí. Todas las cosas nuevas que vemos y las que están en proceso son el resultado de un equipo de personas del cual formáis parte. Específicamente aquí en Adyar hay un equipo sólido que está todavía desarrollándose. Como las preparaciones para esta convención han ido tan bien este año, es fácil pensar que esto pasa porque sí. No creo que sepáis lo que ha costado preparar este lugar para acomodaros lo mejor posible. Ha sido un trabajo notable que ha hecho la gente de aquí, desde lo más bajo a lo más alto; lo más alto, en términos del verdadero trabajo llevado a cabo, es mérito de quienes me preceden. El trabajo hecho, la inteligencia que hay detrás y la incesante energía aplicada para hacer que este lugar tuviera el aspecto que tiene, el haber podido recibiros a todos y compartirlo con tanta comodidad como hemos hecho, todo es el resultado de este equipo.

 

Lo que parece estar revelándose cada vez más es que, aunque tengamos aquí tantas necesidades, la necesidad de la que no se habla muchas veces no se reconoce. Hemos hablado de algunas de esas cosas en esta Convención y me siento abrumado por la respuesta tan generosa y por la apertura de corazón que han demostrado nuestros miembros. Tengo toda la confianza de que todas las cosas de las que hemos hablado las veréis con vuestros ojos físicos en los días y años venideros. Ésa es la pequeña parte. La parte grande es que estamos aprendiendo lo que necesitamos aprender para beneficiar este mundo. Lo más importante que hemos aprendido es el arte y el hábito de la cooperación más allá de las limitaciones y obstáculos normales que nosotros nos ponemos en nuestro propio camino.

 

Cada día nos encontramos los unos a los otros para cumplir las necesidades más profundas que tenemos todos. Lo hacemos de forma imperfecta, siempre ha sido así. Quien piense que los días pasados eran perfectos en cuanto a la cooperación, cuando las personalidades quedaban sublimadas y en un segundo plano, está creyéndose un cuento de hadas. Ése no es el mundo en el que vivimos y así es como parece que tiene que ser. Todos funcionamos a distintos niveles, tenemos distintos puntos fuertes y débiles. Nuestro objetivo consiste en reconocer los puntos fuertes y reconocer la divinidad común. Todos hemos hablado de la Unicidad. Yo lo hago tanto como los demás. Pero la realización de ella es el objetivo que tenemos delante y no es un objetivo tan distante, porque tenemos oportunidades a cada momento.

 

Una vez más nos hemos reunido y hemos realizado muy buen trabajo. Tanto si nos damos cuenta como si no, la corriente de esta reunión está ahí fuera y sobre el mundo y eso es muy bueno. Podemos, pues, estar contentos y orgullosos de eso, pero en este punto nos vamos a casa. Algunos viajaremos unas cuantas horas o días y nos encontraremos en el entorno familiar con personas familiares y los problemas familiares con los que todos tenemos que lidiar. Se ha elaborado algo aquí en este tiempo que hemos pasado juntos para que nos pueda servir de piedra de toque a la que recurrir y poder recordar. El único trabajo que tenemos que hacer juntos en este mundo hoy es recordar quiénes somos. Y si podemos recordar eso, entonces también sabremos quién está sentado frente a nosotros y actuaremos de acuerdo a eso. Lo tenemos en nosotros y a medida que pasen los días vamos a ser capaces de verlo cada vez más claro. Tenemos un gran trabajo que hacer en este mundo.

 

El mundo específicamente necesita lo que estamos intentando cultivar ahora. Es el regalo que debemos hacerle. Dentro de diez, veinte, treinta años, todos nos habremos ido, da igual. No será mucho tiempo. La idea es, tal vez, sobre lo que puedo “hacer”, no sobre el rastro que pueda dejar. Todos nos iremos. La vida ideal es tal vez la que no deja restos en el mundo físico. No dejamos nuestra impronta en el mundo, sino en el corazón de quienes vienen detrás. Todos somos capaces de hacerlo. Ése es el legado y la filantropía que se halla al alcance de cada uno de nosotros.

 

Estoy orgulloso de la manera en que nuestros miembros teósofos se han reunido aquí, han sido capaces de ejemplificar el sentido de reverencia los unos por los otros y la gratitud por la bendición de estar en presencia unos de otros. Es algo de lo que quiero participar y que trataré de magnificar.

 

Con todo esto y con la maravillosa contribución que habéis hecho todos para convertir este momento en lo que es, ahora es el momento de declarar que nuestro tiempo juntos aquí como Convención ha terminado y puedo decir que esta Convención está clausurada. Como siempre, gracias.

 

 

 

Los que nos hemos comprometido con el trabajo de la Sociedad Teosófica debemos trabajar “para aligerar un poco el pesado karma del mundo”. Cada uno de nosotros lleva una antorcha para mostrar a los demás el camino hacia la felicidad. Llegará el momento, aunque nosotros lo veamos ya en la próxima encarnación, en que las maldiciones como la competencia y la lucha por la vida que van tras los pasos de la humanidad hoy en día, habrán sido tan sólo pesadillas nocturnas. Estamos trabajando para crear esa nueva luz del día y esa felicidad para todos, cuando no haya distinciones de raza, credo, sexo, casta o color; cuando conozcamos y disfrutemos del único hecho supremo de nuestra vida inmortal como Almas, igual que lo es la gravedad para nuestro cuerpo terrenal, de que la Felicidad está dentro de nosotros, que el Camino hacia la Salvación empieza en nuestro propio corazón y que no necesitamos ningún templo, sacerdote ni libro que nos muestren el camino. Porque habremos descubierto que el Camino, la Verdad, la Vida y la Dicha son inseparables de la naturaleza esencial de todo hombre, mujer y niño.

 

Hermanos míos, lograremos cumplir nuestra maravillosa tarea. Alcanzaremos nuestro sueño. Porque trabajamos, pero no solos. Con nosotros están los Grandes Salvadores del Mundo que se han ido antes que nosotros. Su Bendición está con nosotros, su Fuerza nos apoyará porque, en su nombre y por amor a la humanidad, salimos al mundo para disminuir la carga de la miseria humana.

 

                  Discurso inaugural de C. Jinarajadasa, Presidente de la ST.

                                                                                    17 febrero 1946.

 

  

 

 

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