Volver al Índice de Revistas
El Teósofo - Órgano Oficial de la Presidenta Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 133 - Número 2 -  Noviembre 2011 (en Castellano)

 
Anterior
Página 10
Siguiente

  

Vive la Vida

y llegarás a la Sabiduría

 

 

MARY ANDERSON

 

La Sa. Mary Anderson fue Vice-Presidenta de la Sociedad de la Sociedad Teosófica, y es conferencista internacional en varios idiomas.

 

   Nosotros, los seres humanos, actualmente tendemos a ser esquizofrénicos, es decir, frecuentemente existe una división entre nuestros pensamientos e intenciones conscientes, por un lado, y nuestras acciones por el otro. Se menciona que los padres a menudo le dicen a sus hijos: “Haz lo que digo, no lo que hago”.

    Afirman que algunos cristianos van a la iglesia el domingo, y engañan a sus semejantes durante la semana. Luego regresan a la iglesia el domingo siguiente y le rezan a Dios para que perdone sus pecados, o, si son católicos, confiesan sus pecados a un sacerdote, hacen la penitencia y se sienten mejor por ello, aunque un buen sacerdote insistirá en que eso no es suficiente: “Ve y no peques más”.

   Las buenas intenciones, buenas teorías, son excelentes, pero deberían practicarse. De lo contrario son estériles. Aseguran que el camino al infierno (que por supuesto es un estado mental) está pavimentado de buenas intenciones, es decir de buenas intenciones que no se han llevado a cabo.

   Como teósofos también deberíamos recordar esto. Puede que hayan escuchado el relato del cruce de caminos donde había dos señales camineras que apuntaban hacia dos direcciones: una que señalaba al “Devachan” y la otra a “Un debate sobre el Devachan”. ¡Y todos los teósofos fueron al debate!

   Krishnamurti destacó una y otra vez que sufrimos de desorden y contradicciones internos entre lo que somos y lo que tratamos de ser. Por ejemplo, somos egoístas y tratamos de ser generosos. Entonces creamos y perpetuamos el desorden y la desarmonía en nosotros.

   Existen motivos para todo esto. Estamos lejos de ser perfectos.

   La Sra. Blavatsky explica que en cada uno de nosotros fluyen tres corrientes de vida: la física, la intelectual y la espiritual, y que cada una de estas corrientes sigue sus propias leyes. Esto produce una gran parte de la confusión en nuestras vidas. Por ejemplo, el cuerpo tal vez quiere disfrutar comiendo más allá de su apetito, mientras que el intelecto, por otro lado, reconoce que comer en exceso es perjudicial. O la corriente espiritual en nuestra naturaleza puede sugerir, por medio de la todavía pequeña voz de la consciencia, que deberíamos hacer alguna buena acción, pero el cuerpo se opone porque está cansado, y el intelecto dice: “¿Qué voy a obtener de esto? ¿En qué me voy a beneficiar con esto?” De modo que estamos en conflicto. Dudamos. No actuamos, o actuamos tontamente.

   Cuando hablamos de los siete principios del hombre, puede que tendamos a verlos como separados: el cuerpo físico, la vitalidad, el vehículo de esa vitalidad, el deseo o la emoción, el intelecto con sus dos aspectos: buddhi o percepción espiritual, Sabiduría y Amor, y âtmâ, el Espíritu.

   Pero ¿estamos realmente separados? Cada principio es el instrumento o el vehículo del principio más sutil siguiente. Por ejemplo, âtmâ o espíritu, que es universal, no puede estar activo en nosotros de forma individual, excepto por medio de buddhi. Buddhi puede estar activo sólo por medio de una mente purificada, conocida como buddhi-manas. Manas o el principio pensante, nuevamente, pudo desarrollarse en la Tercera Raza Raíz sólo cuando kâma o el deseo, su vehículo, se había desarrollado. Y el cuerpo físico con su vitalidad es el instrumento o el vehículo de todos los otros principios. Entonces, no se puede decir que estos principios están separados.

   Annie Besant señala que, aunque hablamos de siete principios o aspectos de nuestra naturaleza, realmente somos sólo un ser, âtmâ o Espíritu. Pero âtmâ, nuestro verdadero ser, se puede comparar con un buzo que se coloca un traje de buceo, ciertamente en este caso, muchos trajes de buceo!, para sumergirse cada vez más profundamente en el océano, en este caso, en el océano de la materia cada vez más densa. Estos “trajes de buceo” nos permiten funcionar en ambientes materiales que son cada vez más groseros o agobiantes para el Espíritu, nuestro verdadero ser. (Actualmente, en vez de trajes de buceo, podríamos hablar de trajes espaciales, con los que los astronautas caminan en el espacio!)

   Sri Ram compara al ser humano con una cuerda que cuelga verticalmente, con siete nudos. Cada nudo representa un principio o un foco de consciencia. Actualmente, los seres humanos estamos enfocados principalmente en lo externo, en el más denso de esos nudos, el cuerpo físico con su contraparte más fina, el kâma-manas, la mente-deseo, es decir, nos identificamos con los trajes de buceo que forman la personalidad, nuestro actual yo conciente.

   La Sra. Blavatsky destaca que en cada uno de los vastos periodos de evolución llamados “Rondas” sólo se desarrolla un principio en la mayoría de la humanidad y, como estamos en la cuarta ronda, apenas estamos desarrollando el cuarto principio, kâma, nuestra naturaleza de deseos, y, como una especie de excepción aparente, estamos desarrollando manas, el quinto principio, pero principalmente el aspecto más denso de manas, que funciona por medio de kâma, kâma-manas, la mente-deseo. Por lo tanto estamos incompletos. Todavía tenemos mucho que recorrer.

   Lo que está desarrollado en nosotros es por supuesto lo que se llama la personalidad o la máscara que usamos, como la “persona” o máscara usada por los actores en la antigua Roma. Nos identificamos con esa máscara al igual que los buenos actores se identifican con el rol que les toca desempeñar.

 

 A pesar de todo, la personalidad es importante. Su rol es ser el vehículo para lo Superior, para los principios sutiles, mientras se puedan expresar en él. Los cuatro principios de la personalidad son los sirvientes de los tres principios superiores: el yo espiritual, y si los sirvientes no se ponen de acuerdo entre sí, y desobedecen a su amo, el resultado es una casa dividida en contra de sí misma.

   ¿Cómo podemos nosotros, el yo real en nosotros, ser los amos en nuestra propia casa? El dharma de la personalidad es como el de la Virgen María, que exclamó: “Mira la sierva del Señor. Que se haga en mí tu voluntad”. Sólo cuando el amo está al mando, y alegremente aceptan ese control los sirvientes, éstos pueden ser felices y trabajar en armonía. O podríamos compararlos con los alumnos en un jardín de infantes o de la escuela primaria, o con los niños pequeños en una familia, que son más felices si la maestra o los padres son armónicos y espirituales, lo que significa que el amor y la sabiduría asumieron el control. Si ese Espíritu que es nuestra verdadera naturaleza asume el control, esto significa que NOSOTROS tenemos el control, y no un impostor que hemos creado por medio de avidyâ o ignorancia en nuestra verdadera naturaleza. La felicidad, la armonía y una buena vida se pueden obtener sólo en el grado que nuestra naturaleza esté alineada y en armonía con nosotros mismos en el sentido más elevado.

   Cuando hablamos de unidad, a menudo pensamos en lo que podríamos llamar unidad “horizontal” entre diferentes seres humanos, entre otros y nosotros mismos, pero la unidad se puede comprender verticalmente, significando unidad dentro de nuestro propio ser. Cuanto más asuma el control nuestra naturaleza espiritual, más se logrará esta unidad vertical, más estarán en armonía los elementos de la personalidad con nuestro verdadero yo, nuestra Naturaleza Superior. Y de esa armonía vertical, surgirá la armonía horizontal o armonía con los demás.

   Esto está ilustrado en el relato de dos monjes que fueron a ver al Señor Buddha. Ellos dijeron que habían peleado y sintieron ira mutua. Él les dijo cómo el odio crea más odio y cómo sólo el amor puede terminar con el odio. Bajo su influencia los monjes se reconciliaron y partieron de la mano, en armonía.

   De modo similar, si podemos escuchar la voz de nuestro yo interno espiritual, como los monjes escucharon a Buddha, entonces los diferentes elementos de la personalidad estarán en armonía, se reconciliarán: la mente y las emociones no tirarán en direcciones opuestas, o se opondrán a nuestra naturaleza mejor. No evitarán la acción ni llevarán a cabo acciones insensatas o egoístas, sino que favorecerán la acción correcta.

   ¿Qué es la acción? ¿Qué es la acción correcta?

   Nosotros no sólo actuamos con nuestros cuerpos. Nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos también son acciones. Podríamos decir que la acción correcta es servicio. Servicio significa ayudar a otros, especialmente a quienes lo necesitan. Pero la acción correcta no sólo es una acción que es útil externamente, sino que es una acción carente de egoísmo en motivo e intención. Por lo tanto, si la naturaleza superior está activa en nosotros, todas nuestras acciones serán servicio en ese sentido.

   El corolario también es verdadero: debemos actuar, y debemos actuar correctamente, debemos servir, si abriéramos el canal a nuestra naturaleza superior, que es Sabiduría y también es Amor. Como se dice a menudo: “conduce la vida y llegarás a la Sabiduría”. Nuestra acción correcta, nuestro servicio, puede tomar la forma de buenos pensamientos, buenas palabras y buenas acciones. Esto es lo que producimos. Sólo si producimos más, se puede recibir más, más Sabiduría.

   Podemos comparar esto con un caño de drenaje. Nuestras buenas acciones son el agua que sale de la cañería por abajo. Y sólo si ese agua sale por abajo, puede ingresar más agua por arriba en forma de Sabiduría. Si nunca producimos nada como acción correcta, si simplemente tratamos de mantener la Sabiduría Divina para nosotros como teorías agradables, la cañería se obstruirá con agua que finalmente se estancará (tal vez tomando la forma de dogmas y supersticiones), y no será posible el ingreso de Sabiduría fluyendo desde lo superior.

   Esto está claramente mencionado en La Voz del Silencio: “Te abstendrás de la acción? No es así como alcanzará tu alma su libertad. Para llegar al Nirvâna, debe uno conseguir el conocimiento de Sí mismo, y el conocimiento de Sí mismo es hijo de las buenas obras”.

   Respecto al servicio, ¿a quién o qué deberíamos servir? Si vamos a servir a otros, ya sean seres humanos o animales, no deberíamos satisfacer las demandas de su naturaleza temporal, externa, aunque comprendamos y simpaticemos con ellas, sino que deberíamos servir la Vida Divina en ellos.

   Si vamos a hacerlo, la vida divina debe estar activa en nosotros: nuestra naturaleza espiritual debe vertirse en nuestras acciones, aunque no estemos conscientes de lo que ocurre. Ciertamente, si estamos conscientes o si pensamos que lo estamos, tal vez estemos equivocados. Puede ser el pequeño yo, agrandándose con orgullo espiritual. Nuestras mejores acciones y las más espirituales son generalmente espontáneas. Si nuestra naturaleza espiritual, buddhi, que es Sabiduría y también Amor, se puede expresar a sí misma, esa Sabiduría hablará por medio de nuestro intelecto y nuestras acciones serán inteligentes y útiles. Y ese Amor se expresará por medio de nuestras emociones, y nuestras acciones serán comprensivas, tolerantes y generosas. Tal vez también podemos decir que nos sentiremos impelidos a actuar espontáneamente por medio del poder de la voluntad que surge de âtmâ, el Espíritu mismo. Asimismo, el hecho mismo de que actuemos de este modo, y le demos una salida a nuestra naturaleza espiritual fortalecerá el vínculo entre nuestro yo y esa naturaleza espiritual, y nos permitirá lograr percepciones espirituales más profundas.

   Cuando el pequeño yo sea un instrumento del Yo Superior, nuestras acciones serán un instrumento que facilitarán percepciones cada vez más profundas, desde nuestro interior. Recordemos la respuesta de Ramana Maharshi dada a quien le preguntó “¿Cómo puedo ayudar a otros?” Él respondió con otra respuesta: “¿Quiénes son los otros?” Por cierto, cuanto más profundo sea el nivel de nuestra consciencia, más percibiremos la Unidad de todo y seremos un canal para la Sabiduría, no para nosotros mismos sino para los demás, y seremos más capaces de actuar correctamente.

   “Vive la vida y llegarás a la Sabiduría” porque la vida que significa una buena vida, una vida justa, ordenada, inevitablemente implica Sabiduría, y la Sabiduría inevitablemente implica vivir.

 

 

ooo

 

  

  Cómo se aplica esto más específicamente a los teósofos, ya sean miembros de la Sociedad Teosófica o no (porque muchas personas son teósofos sin saberlo), y la Teosofía, ¿en qué contexto se enseña?

   El Dr. Hugh Shearman hacía una diferencia entre “Teosofía Primaria” y “Teosofía Secundaria”. Ciertamente no se refería a lo que algunos llaman “las enseñanzas originales” por un lado, y “enseñanzas de la segunda generación” por el otro! Sino que por “Teosofía Secundaria” él quería decir enseñanzas que son teosóficas, y por “Teosofía Primaria” se refería a la vida teosófica, una vida basada en estas enseñanzas.

   ¿Qué son enseñanzas teosóficas? Podríamos decir que, sea cual sea su origen, son enseñanzas que surgen directamente de ciertos grandes principios, principalmente el principio de la Unidad, la Unidad de la naturaleza interna de todo lo que existe: seres (ya sean humanos o animales), plantas, minerales, la materia misma. Otros principios directamente relacionados y surgiendo de esa Unidad son la justicia fundamental absoluta y el movimiento constante. El funcionamiento de la justicia absoluta y el movimiento constante no son siempre visibles para nosotros, porque ocurren demasiado lentamente o demasiado rápidamente como para poder observarlos con nuestros sentidos, o en cierta materia invisible para nosotros. No vemos el funcionamiento de la gran ley de Justicia, Karma, porque citando La Luz de Asia juzgará “mañana… o después de muchos días” o edades, pero “se debe hacer una retribución igual, aunque el Dharma se demore”. No podemos observar el rápido movimiento de los átomos o el movimiento lento de la erosión de las montañas. Aunque podemos seguir el movimiento pendular de la noche y el día y de las estaciones, no podemos seguir el movimiento pendular de la vida y la muerte y el renacimiento, porque hemos existido y existiremos parcialmente en estados de materia de los que no estamos normalmente conscientes en la actualidad.

   Podemos rechazar tales enseñanzas teosóficas, o podemos encontrarlas razonables y aceptarlas como hipótesis, o podemos sentirnos instantáneamente convencidos y transformados por ellas.  

  Si permanecen como teorías para nosotros, son “Teosofía Secundaria”. Si nos convencen de modo tal que toda nuestra naturaleza se transforma y no podemos evitar actuar de acuerdo con ellas, entonces nuestras vidas serán “Teosofía Primaria”. Teosofía Primaria significa tener una vida que es teosófica. Como la Sra. Blavatsky dice: “Es teósofo quien practica la Teosofía”. Un teósofo es quien vive teosóficamente, ya sea que esa persona sea miembro de la Sociedad Teosófica o no, ya sea consciente o no de las enseñanzas teosóficas. Una vida teosófica sería, a la luz de las pocas enseñanzas fundamentales mencionadas, una vida amorosa, feliz, y de servicio. Sería Teosofía en la práctica. La mayoría de nosotros, pienso, vivimos una vida así sólo parcial y esporádicamente.

   La Teosofía Secundaria es la teosofía en teoría. Pero no debemos despreciar la teoría. La teoría es la práctica de la mente. Debería conducir a la comprensión, a ciertas convicciones, no porque algunas teorías sean impuestas dogmáticamente en nosotros, sino porque parecen razonables, y nos convencen e incluso nos inspiran.

   ¿Puede haber Teosofía Primaria sin Teosofía Secundaria? ¿Puede haber práctica sin teoría? ¿Puede uno actuar y sentir y pensar sin el fundamento de ciertas enseñanzas? ¿Cómo podemos saber que, aunque no haya habido un estudio específico de Teosofía, no hay una comprensión intuitiva de ciertos principios importantes que son hechos para esa persona? Los grandes sabios y santos vivieron en edades y lugares donde no se conocían enseñanzas teosóficas específicas, o estaba prohibido expresarlas. Sin embargo, las palabras de tales sabios y santos, al igual que sus acciones reflejaron la unidad de la vida, tal vez sin que ellos lo supieran, porque sufrieron con quienes sufrían, tuvieron hambre con los hambrientos y porque estaban convencidos de la justicia fundamental de la vida y sabían de algún modo que, cuando las cosas andan bien o mal “esto también pasará”, una actitud que se refleja en cierta paz mental. Como San Julián de Norwich expresó: todo estará bien, todo está bien, todo está muy bien (La Filosofía Perenne).

   De modo que, en una vida así, podríamos decir que la teoría, influyendo inconscientemente en toda nuestra actitud, es una parte importante en la vida. Tal vez podemos decir que detrás de la Teosofía Primaria siempre existe una Teosofía Secundaria, aunque la persona de referencia no sea consciente de ello.

   Por otra parte, quien no practica la Teosofía Primaria sólo puede llegar a una comprensión teórica de la Teosofía Secundaria. Esa persona puede conocer toda la teoría, puede ser capaz o pensar que es capaz de explicar las complejidades de las rondas y las razas, qué acciones producen un tipo u otro de karma, etc. Pero ¿le ayuda ese conocimiento teórico a vivir una vida que es compasiva, tranquila y fundamentalmente inteligente? El conocimiento, incluso el conocimiento teosófico, no es Sabiduría. La Sabiduría es la percepción de los fundamentos de la vida y también es amor. Y sólo se puede acceder si vivimos en concordancia, aunque nuestra comprensión intelectual sea rudimentaria.

   La teoría y la práctica son dos lados de una misma moneda. Sin una, no puede existir la otra. La verdadera Sabiduría está viva y se puede expresar en nosotros y por medio de nosotros sólo en el grado en que nosotros la vivamos.

 

  

Anterior
Página 10
Siguiente