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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 142 - Número 07 -  Abril 2021  (en Castellano)
 

 
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La revolución ética

 

TRÂN-THI-KIM-DIÊU

La Sra. Trân-Thi-Kim-Diêu, presidente de la Federación Teosófica Europea, da conferencias de Teosofía a nivel internacional y también fue Secretaria General de la Sociedad Teosófica en Francia.

Entre las sucesivas crisis que la humanidad ha pasado, la que ha sido causada por la pandemia del coronavirus, Covid-19, tiene una importancia sin precedentes en su forma, manifestación e implicaciones. A pesar de que hubo desastres de salud extremadamente graves como la Peste Negra, que diezmó una gran parte de la población europea, también hubo revoluciones de varios tipos, incluida la de 1789, que arrasó con la monarquía en Francia y trajo un viento de cambio radical.

La revolución industrial al final del siglo XIX trajo consigo su parte de progreso espectacular y procesión de miserias. La humanidad ha sido testigo, desde entonces, de una disrupción material que destaca un océano que separa el vasto continente –la clase trabajadora laboriosa- de las islas de riqueza insolente. Uno puede preguntar: ¿La Dama Fortuna estaría ciega? Cada una de estas dos categorías vivió y aún vive en su propio mundo, ignorándose, peleando una contra la otra y usando el sencillo lenguaje de confrontación, hasta hoy, como una especie de maldición repetida por su propia autogeneración.

Fue en este contexto que los líderes emergieron para tratar de indicar una salida de los hábitos autodestructivos inconscientes de la humanidad. Entre ellos se encontraban Madame H. P. Blavatsky (HPB) y Annie Besant (AB). En 1875, la fundación formal de la Sociedad Teosófica (ST) en Nueva York vislumbró un inminente vasto "plan de rescate".

Una serie de obras de HPB, incluida su obra magna, La Doctrina Secreta, abrió la mente a mundos, ideas, conceptos, hasta ese momento desconocidos. En general, lo importante fue el levantamiento de un grueso velo a nivel mental. Fue como si la conciencia humana, repentinamente despertada, sacudida desde los planos superiores, recuperada después de haber sido aturdida, comenzara a buscar en todas direcciones.

La cabeza de puente fue lanzada. Guiada por la inteligencia universal, AB, ya madura por una vida de servicio social, como una librepensadora de vanguardia, fue atraída para conocer a HPB. En lugar de simplemente revisar La Doctrina Secreta, como se había planeado, AB imploró a HPB que le concediera orientación. Se colocó el cimiento del puente. Le seguirían más cubiertas y más arcos para completar la construcción y consolidación de este puente, cuyo fin último sería liderar a la conciencia humana  hacia el estado de Unidad. Si el lema de la Gran Revolución de 1789 fue Libertad, Igualdad, Fraternidad, la del movimiento teosófico debería ser Unidad. Este fue el comienzo de la implementación del "plan de rescate".

La revolución industrial, a pesar de sus imperfecciones, trajo una nota positiva. De hecho, junto con el enriquecimiento de la nueva burguesía nacida de la industria, se pudo observar alguna mejora en la vida material del indigente. Desafortunadamente, la mente humana rápidamente cayó en la trampa de la repetición, que pronto produjo la sed de consumo sin fin. El deseo de poseer, de tener cada vez más, parece ser el resultado de la combinación de dos factores: primero la sed generada por la falta de lo necesario y luego la repetición inconsciente de los hábitos adquiridos. El utilitarismo, cuyo lema es “asegurar la mayor felicidad para el mayor número”, empeoró la situación.

El siglo XX, obstaculizado por dos guerras mundiales, vio cómo su último cuarto se convertía en testigo del auge del consumismo. En países "desarrollados", enormes espacios constituyen "templos del consumismo" donde los humanos deambulan, como zombis semiconscientes, arrastrados por el torbellino de adquisiciones innecesarias y eventualmente al estancamiento financiero y moral. Esta embriaguez de posesión actúa como un virus que los "empresarios" nutren para satisfacer su propia sed de auto-enriquecimiento a través del señuelo de la ganancia.

De manera sorprendente, la revolución cibernética comenzó en forma visible casi simultáneamente. Eso rompe viejas nociones sobre el tiempo, la información, la comunicación, etc., y en consecuencia, viejas formas de pensar así como estilos de vida "tradicionales". Mientras la ciencia de la computación hace un tremendo progreso en todos los aspectos de la vida, aquellos que son dependientes del consumo sufren mayor presión, hasta en sus hogares. Con un clic, uno tras otro, siempre en estado semiconsciente, pueden llegar tan lejos como a la quiebra.

¿Y qué? La revolución política popular tuvo su momento de gloria a través de la exportación de ideales. La revolución industrial, a pesar de la abundancia adquirida por una "nueva aristocracia", mejoró un poco la vida diaria de la gente. Luego vino la revolución cibernética que, en menos de medio siglo, ha sacudido el orden establecido a nivel mental. A partir de una cierta regulación, la especulación financiera permitió adquisiciones casi instantáneas de fortunas insolentes –en simultáneo con el constante empobrecimiento de los pobres.

Lo más doloroso es la indiferencia de la nueva visión de la plutocracia vis-à-vis - el Otro. La otredad es ignorada por la mayor parte de la humanidad, aparte de las raras almas evolucionadas en el planeta. El hecho es que la mayoría de las almas humanas están enfermas con el virus de la codicia, la fuente de un mal recurrente cuyos conflictos y miedos son solo los síntomas visibles.

Y ahora ha llegado el Covid-19. "¿De dónde?”, uno pregunta en medio del pánico general. "De una provincia de China", nos respondieron. Corramos el riesgo de interpretar con algunas observaciones y reflexiones. Primero, la naturaleza “no da saltos”; eso no tiene fronteras claras y definidas entre sus reinos. De hecho, hay "seres" que no se pueden definir ni como plantas ni como animales porque cambian constantemente; asi que sin nuestro conocimiento hay superposición constante entre diferentes reinos y planos.

En segundo lugar, tendría sentido aceptar lo que sugiere la enseñanza teosófica, que es que pensamientos invisibles, negativos y tóxicos, eventualmente podrían convertirse en microbios patógenos y cuando estos pensamientos vienen juntos en gran escala, podrían "precipitarse" en el mundo físico en forma de epidemias, después de su "incubación" en el nivel invisible de los elementales. Las formas de pensamiento malvadas pueden precipitar racimos virales.

Por lo tanto, ya sea de una provincia de China o de otro lugar, no es el punto, porque siempre hay un "antes de". La razón nos dice que sería mejor tratar los problemas aguas arriba, donde se generan y no donde sus formas ya se han precipitado. Aguas abajo están los hábitos de pensamiento relacionados con el estilo de vida de los humanos que son burlados, con razón, en una canción del cantante francés Jacques Dutronc, “Setecientos millones de chinos y yo y yo…"  ¡La alteridad solo tiene ojos para llorar!

En todo esto, ¿dónde está la felicidad? ¿En la plétora de artículos consumidos? ¡Esto es bastante pobre! ¿En la satisfacción de deseos? ¡Simple señuelo! Porque el registro de deseos se renueva al ritmo de atractivos catálogos que privan al planeta de oxígeno al exigir la tala de árboles para su fabricación. Entonces, ¿para proporcionar la mayor felicidad al mayor número de personas? Aquí otra vez, son las arenas cambiantes y anticuadas del utilitarismo.

La "ética social" parece una tontería porque cada uno de los individuos que constituye una sociedad es la sociedad. Si todo el mundo vive su vida correctamente, la sociedad es, por tanto, una comunidad en evolución ética, sin necesidad de adornarse con tal calificativo. Para poner fin a cualquier concepto comprometedor, la ética no es ciertamente el producto final de la conducta perfecta, al igual que la felicidad no es cuantificable.

Entonces, ¿dónde está la felicidad? ¿No sería el estado natural al que todos los seres sintientes aspiran, incluidos los humanos que sufren? Los humanos corren en todas las direcciones para su búsqueda. Pero, de hecho, sólo están captando sus sombras al atrapar la multitud de objetos de sus deseos. Y todo esto en ausencia del otro y sin una implicación real de la conciencia.

Con la "precipitación" del Covid-19, la mente humana se estremece una vez más, tanto por lo repentino del fenómeno como por su velocidad de rayo. Esto, una vez más, volvió la atención al orden natural de las cosas, caracterizado por la impermanencia e interdependencia de los fenómenos de la existencia. De hecho, podemos observar, con una conciencia más despierta que la de siglos anteriores, que los humanos mueren en condiciones terribles. De hecho, uno puede morir en el espacio de un día sin posibilidad de decir "adiós" a sus seres queridos. Por lo tanto, la impermanencia va más allá del concepto intelectual y entra en la etapa experimental. Uno puede darse cuenta de que nada dura “para siempre”, que todo tiene un final.

Parece tan obvio. Pero ¿cómo es que no lo vimos cuando nuestra vida fluía en una corriente pacífica, por lo tanto fue necesaria la experiencia dolorosa de la ruptura para abrir los ojos? Dejar a la familia, interrumpir hábitos emocionales, etc., actúa como una bofetada a los diversos vehículos de un ser humano. Esta vez, bien desarrollada la agudeza sensorial interna equivale a una mayor capacidad del alma para comprender el fenómeno y querer buscar la causa. La causa es parte del recurrente egoísmo.

Del mismo modo, la observación de la interdependencia hace posible que ya no se niegue al "otro". ¡Buenos descubrimientos! Pero no los únicos. El Covid-19, como un acto de gracia, revela esta cualidad de lo raro, almas evolucionadas, que son abnegadas y de una mayor conciencia. El "otro" ya no es negado; es reconocido y colocado en el centro de atención, donde el "y yo, y yo” ya no está. La alteridad retoma su lugar, natural, legítimo, todo tan nuevo como en el nacimiento del mundo. Lo Divino no permitiría que la manifestación de la vida tenga lugar sin aceptar esta alteridad. Cada una de las criaturas es el "otro" de lo Divino, hasta su última unión con Eso.

Por lo tanto, regocijémonos, a pesar de las pérdidas, sufrimiento, angustias y lágrimas, porque el “otro” ha sido redescubierto. Estamos en el amanecer de otra revolución. En las palabras del monje Budista, Matthieu Ricard, es la “revolución altruista”. Con toda humildad, pero con un intento de anticipación, preferiría llamarla la "revolución ética". La ética universal incluye a todos los seres vivos y al universo. Deriva tanto del orden  universal como de su acción efectiva. Si “el otro" está presente, es porque el "yo" ya no está más ahí.

Sin embargo, esta visión permanece dualista. Si el "yo" desaparece, ya no es necesario referirse al “otro", ya que  “el otro" y "yo" se definen mutuamente. Cuando "el otro" y "yo"  se fusionan silenciosamente, todo encaja en el orden natural de las cosas. Las acciones resultantes de este estado de orden son de la naturaleza de la ética. Por lo tanto, nuestro hermano poeta Sufí, Omar Khayyam, puede, con impunidad, invitar a su amigo a la taberna para compartir el "néctar de la unión" y beber a su satisfacción. (No importa si la anécdota es fáctica; la alegoría es elocuente y hermosa).

La revolución ética está en marcha. Ayudará a diseñar un nuevo paradigma para guiar la acción después de la pandemia, porque, como ha habido un "antes",  seguirá un  “después". No sería prudente pensar que todo volverá a la normalidad "como antes de". En este caso, ¿cuál es el propósito de la experiencia? Ciertamente, en el nivel social, serán necesarias acciones más efectivas para los menos acomodados como también será esencial cualquier esfuerzo para reconstruir la sociedad humana de forma inteligente de forma que se apunte a una mayor equidad y decencia sobre la riqueza.

Para hacer esto, será necesario revisar el comportamiento propio. El deseo y la codicia ¿se mantendrán como motivo de acción? ¿No puede haber otra motivación para compartir? ¿El lenguaje de la confrontación volverá a ser usado o la gente probará la experiencia del diálogo para transformar la oposición de ideas en cooperación? ¿Estaremos de acuerdo en cambiar el paradigma, rechazar la negligencia y adherirnos al aprendizaje atento? ¿Seremos lo suficientemente inteligentes como para no perdernos el tren de la evolución en movimiento? ¿Seremos capaces de aprender la empatía?

Expertos de todo tipo elaborarán un "nuevo" modelo de "después". Pero no tendrá sentido si es solo una reproducción del modelo pasado. La inventiva es la naturaleza de la mente alerta. Que también sea permeable a la empatía.

Sin ser demasiado optimista, uno puede proclamar con tiempo el advenimiento de la revolución ética. Por supuesto, en las primeras etapas el fracaso será inevitable, pero así como la mancha de petróleo se extiende inexorablemente, las almas evolucionadas se unirán silenciosa pero eficazmente para avanzar juntas. Cada teósofo puede participar con un ladrillo, una mano, un pensamiento, un paso, en el edificio de este puente, todavía invisible pero ya perceptible, que conducirá a los humanos hacia la conciencia de la Unidad.

 

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