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Vol. 142 - Número 06 - Marzo 2021 (en Castellano) |
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Fraternidad universal BORIS M. DE ZIRKOFF Teósofo de Point Loma, (1902-1981) escritor y editor de las obras de H. P. Blavatsky. En 1981 recibió la Medalla Subba Row por su enorme contribución a la literatura teosófica. De Theosophia, primavera 1980.
Nunca se repetirá demasiado, ni se enfatizará demasiado, que el punto central del moderno Movimiento Teosófico es la formación de un núcleo de Fraternidad Universal. Este núcleo de solidaridad humana debe formarse de forma independiente y completamente por encima de todas las distinciones irrelevantes y las diferencias temporales que existen en la composición puramente personal de los seres humanos. Por encima de estas distinciones y más allá de estas diferencias, existe una unidad espiritual del ser que es la raíz de la que todos nosotros hemos surgido. Sobre la base de esta unidad espiritual puede erigirse una estructura sólida si no se pierde nunca de vista el origen común de todos los hombres… Como los estudiantes de la Sabiduría Ancestral no pueden tener el monopolio de la Fraternidad Universal, como expresión o término, el mal uso de la misma en nuestro mundo actual de pensamiento confuso es casi de esperar, y la verdadera naturaleza de esta idea debe ser explicada reiteradamente y aclarada… La Unidad espiritual de la que hablan los teósofos tiene que ver con el hecho de que todos los seres humanos, así como otros reinos de vida en evolución, provienen en última instancia de la misma fuente y pueden rastrear su origen a mundos superiores del ser donde su Yo, su Individualidad tiene su hogar innato. El estudiante de la Sabiduría Ancestral, al tiempo que actúa con todos los hombres como si fueran sus hermanos, y se eleva en sus relaciones con los demás por encima de las distinciones separativas de credo, sexo, color o grupo étnico, no deja de reconocer el hecho obvio de que la humanidad está dividida, como resultado de épocas de compleja evolución, en ciertos tipos, agrupaciones, divisiones naturales o clasificaciones, generalmente algo superpuestas, en las que ciertas formas o aspectos distintos de la conciencia predominan unos sobre otros, sin negar en absoluto el hecho del origen espiritual común de todos los hombres. Un estudiante que, sobre la base de su concepción de la Fraternidad Universal, ignorara las diferencias intrínsecas de conciencia y los sesgos mentales y emocionales, como los que existen entre, digamos, los negros, los mongoles y los llamados blancos, correría el riesgo de volverse voluntariamente ciego a ciertos hechos muy definidos de la Naturaleza, que deben su origen a un pasado evolutivo variado. Pero el hombre que, por otra parte, psicologizara su mente con estas variadas facetas de la conciencia, y olvidara el hecho mayor de que representan meramente diferentes modificaciones de una corriente subyacente de Conciencia Espiritual, nunca sería capaz de comprender la Idea que los teósofos de todas las épocas han denominado Fraternidad Universal. ¿Podríamos expresarlo de una forma bastante pintoresca? Las muchas clases de perros están todas unidas en su común "Caninidad". Las miles de hierbas diferentes son todas una en su común "Pastosidad". Los muchos tipos diferentes de hombres y mujeres son igualmente uno en su común "Humanidad". Y no olvidemos el hecho primordial de que los perros, las hierbas, y hombres y mujeres, así como las piedras, los átomos y los planetas y las estrellas, están todos íntimamente unidos en su "Individualidad" espiritual común, por encima de las divergencias y categorías casi desconcertantes por medio de las cuales se manifiestan con fines de crecimiento evolutivo. Nunca se podrá construir un orden social duradero en este mundo hasta que y a menos que los hombres y mujeres de todo el mundo se den cuenta, con suficiente fuerza interior de realización, de que la única manera de "reunirse" y de "permanecer juntos" es reconociendo nuestro parentesco común, nuestros puntos de similitud, nuestra interrelación mutua y los muchos lazos que nos unen como seres humanos. Mientras permitamos a nuestros líderes, representantes, portavoces y demás, insistir en nuestras diferencias mutuas, nuestros intereses en conflicto, nuestros objetivos divergentes, nuestras ventajas y oportunidades desiguales, e inundar las rutas aéreas del mundo con la pomposa verborrea de las salas de conferencias, nuestras relaciones mutuas mantendrán su carácter tenso. Mientras nosotros, como pueblos y naciones, insistamos en la validez de nuestros recelos mutuos, de nuestros odios profundamente arraigados y de nuestra arrogancia, seguiremos teniendo guerras de todo tipo, explotación y desgracia moral. Hay una serie de visitantes distinguidos que deben ser admitidos en nuestras Conferencias mundiales, y que se sienten en la mesa redonda de nuestros trascendentales debates, y son, entre otros, la simpatía mutua por las almas de los hombres, la abnegación, la magnanimidad de acción, el perdón de los males pasados, la caridad, la humildad ante la grandeza de la Vida como tal y la majestuosidad de la Ley Cósmica, el sentido de dignidad humana, la integridad de propósitos, la fuerza y el poder de un agudo sentido de la ética, el reconocimiento de nuestros derechos comunes a la justicia y al juego limpio, y de nuestro deber de ayudar y servir a los demás, y un amor genuino por los hermanos, por muy engañados, confundidos e ignorantes que sean. Hasta que estos invitados de honor que faltan sean admitidos con plenos derechos, deberes y privilegios de asociación, en los Salones del Pueblo, donde se debaten los asuntos de las naciones, y se planifica y se traza su futuro, no tendremos más que una enfermiza "niebla" de confusión emocional, un manto de frustración, y la interminable corriente de tonterías verbales de las que todos los nobles Ideales han salido huyendo como las golondrinas de la última primavera.
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