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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 138 - Número 09 -  Junio 2017 (en Castellano)

 
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Una mente religiosa para la regeneración humana

 

Clemice Petter

Antiguo miembro de la Sociedad Teosófica en Brasil.

Actualmente voluntaria en la Sede Central de la ST en Adyar.

 

 

En la historia de la humanidad sobre la tierra, Dios siempre ha sido algo a ser buscado afuera. Los humanos más primitivos comprendieron que Dios estaba relacionado con los fenómenos que ocurren en la Naturaleza: truenos, sol, relámpagos, etc. Además, Dios siempre estivo relacionado con el temor, algo que no podía ser comprendido o controlado. Después de algún tiempo, cuando el hombre comenzó a comprender la Naturaleza y sus fenómenos, dejamos de creer que el trueno y el relámpago estaban relacionados con los humores de Dios; así, comenzamos a creer en un agente externo, uno que está allí afuera, alguien que observa, juzga, castiga o premia. Este fue el principio de la mayor de las tragedias humanas, nosotros creamos a Dios, un dios creado a partir del temor, la desesperación y la búsqueda infinita de seguridad. Fue la búsqueda de seguridad interna que se malentendió, la que fue traducida por la mente como seguridad externa; algo que se nos puede dar; y porque está allí afuera, creamos árbitros y mediadores, aquellos que dicen que tienen la llave del reino de los cielos. Y porque somos ambiciosos y estamos deseosos de entrar en el cielo, estamos deseando hacer algo para ir “allí”.

 

Lo único que falta en todo esto es que el cielo, o cualquier otro nombre que queramos darle, no es un lugar que está por allí, es un estado interno del ser que no se le puede dar a nadie más; es un estado de ser que requiere quietud de mente y paz de corazón. Y esto, nadie puede comprarlo o venderlo. Tiene que ser logrado por cada uno de nosotros sin importar cuánto practiquemos la última técnica ideada por el último gurú. Ninguna técnica, ni práctica, nos ayudarán a alcanzar paz en el corazón; ninguna práctica puede aquietar una mente que ha sido torturada por la ambición, los celos, la envidia y el orgullo. No importa quién lo prometa, la quietud de la mente no puede llegar con la práctica, por la simple razón de que una mente que está interesada en si misma nunca puede conocer el Amor. Y el Amor es la única fuerza que tiene el antídoto para todos los venenos creados por nuestra propia mente. Por supuesto, a la mente se la puede dormir mediante la práctica de técnicas, pero este estado de anestesia no es la clase de quietud que llega con la consciencia. Y como cualquier anestesia, su efecto tiene cierto periodo de validez, no perdurará por siempre.

 

En Las Cartas de los Mahatmas encontramos:

 

Señalaré el mayor de todos ellos, la causa principal de casi los dos tercios de los males que afligen a la humanidad desde que esa causa se convirtió en un poder. Se trata de la religión, bajo cualquier forma y en cualquier nación. Es la casta sacerdotal, el clero y las iglesias. Es en esas ilusiones que el hombre tiene por sagradas, donde debe buscarse el origen de esta cantidad de males que son el gran azote de la humanidad y que amenaza con aplastarla. La ignorancia creó a los Dioses y la astucia se aprovechó de la oportunidad…Es la impostura de los sacerdotes lo que hizo a estos Dioses tan terribles para el hombre; es la religión la que hace de él un santurrón egoísta, un fanático que odia a toda la humanidad, aparte de su propia secta, sin que por ello se vuelva ni mejor ni más moral. Es la creencia en Dios y en los Dioses lo que convierte a dos terceras partes de la humanidad en esclavos del puñado de aquellos que la engañan bajo el falso pretexto de salvarla. ¿No es el hombre, que siempre está dispuesto a cometer cualquier clase de crímenes si se le dice que su Dios o sus Dioses se lo piden, la víctima propiciatoria de un Dios ilusorio, el vil esclavo de sus taimados sacerdotes? El campesino irlandés, el italiano o el eslavo pasarán necesidades y verán a sus familias hambrientas y desnudas, para poder ofrecer alimento y vestido a su sacerdote y a su Papa. Durante dos mil años, la India ha soportado el peso de las castas, mientras que solo los brahmanes vivían en la opulencia; actualmente, los seguidores de Cristo y los de Mahoma se degüellan mutuamente en nombre y para mayor gloria de sus mitos respectivos. Recordemos que toda la miseria humana jamás disminuirá hasta el día en que la mejor parte de la humanidad destruya, en nombre de la Verdad, de la moralidad y de la caridad universal, los altares de sus falsos dioses”.

 

El extracto precedente de la Carta 88, edición cronológica (CM-10) muestra la opinión de aquellos que inspiraron el nacimiento de la Sociedad Teosófica, sus consideraciones acerca de Dios, dioses y todas las implicaciones que son tan destructivas para la humanidad. Esta carta fue escrita hace más de cien años, y todavía podemos ver que nada ha cambiado. Los seguidores de Cristo y Mahoma están todavía degollándose unos a otros, y tristemente, en India, la que se dijo es la madre de todas las religiones, todavía tiene el sistema de castas en los corazones de los hombres, aun cuando la ley la ha proscrito. Pero, como sabemos, ninguna ley fue, es o será nunca capaz de cambiar el corazón de los hombres. Las leyes son el espejo en el cual el hombre refleja su naturaleza.

 

Nosotros no queremos considerar los problemas que no han cambiado o que han cambiado poco; nos proponemos llamar la atención de aquellos que son lo suficientemente serios para mirar las cosas tal como son, de mirarse a sí mismos sin justificar lo que está sucediendo en su mente y corazón. Nos proponemos llamar la atención de quienes han dejado en su corazón la capacidad de Amar a la humanidad, porque ellos pueden ser “la mejor parte de la humanidad”, referida anteriormente en la carta, que será capaz de destruir “en nombre de la Verdad, de la moralidad y de la caridad universal, los altares de sus falsos dioses”.

 

Por favor, no malentiendan esto, mirémoslo con ojos inocentes, con ojos que pueden mirar algo sin saberlo. Destruir los altares de los falsos dioses no significa que uno debería ir de un sitio a otro demoliendo todas las iglesias y templos que existen en la Tierra; significa que uno debería mirar dentro de su propio corazón, y encontrar allí el origen de todos los templos e iglesias construidas por nuestra propia ignorancia, por la ciega aceptación de la autoridad de libros, o la autoridad del sacerdote que “sabe”. Los grandes templos erigidos por nuestra arrogancia y auto importancia nos hacen pensar acerca de nosotros como personas privilegiadas, los elegidos.

 

Lo interesante acerca de esta idea de los “elegidos” es que, si uno mira la historia de la humanidad, uno verá que aquellos que han creado destrucción en el mundo, quienes han matado a millones y millones a través de la historia del hombre, siempre han pensado que son los elegidos. Así, cuando comprendemos este hecho, ¿qué hacemos? ¿Podemos abandonar esta idea inmadura e infantil de los elegidos y enfrentar el hecho de que somos uno y lo mismo? ¿Que somos solamente seres humanos y que no hay tal cosa como “mejores seres humanos”?

 

El hecho es que ningún hombre puede afirmar ser mejor que su hermano. Entonces uno puede decir: Pero la carta mencionada se refiere a la “mejor parte de la humanidad” (lo que inmediatamente traducimos como los elegidos). En realidad, se refiere a quienes pueden ser llamados hermanos mayores de la familia humana, y esto no los hace mejores que los más jóvenes, esto solo los hace más responsables. En una familia, es natural, y aún esperado, que los mayores cuiden a los jóvenes; esto es simplemente natural, y no hace a los mayores especiales. Es su deber porque los mayores tienen más madurez y fortaleza; y si son mental y emocionalmente sanos, será su felicidad ayudar y cuidar a quienes están desarrollando sus capacidades en la vida. De la misma manera, aquellos que son mayores en la familia humana tienen el sagrado deber de ayudar y cuidar del crecimiento de aquellos que están desarrollando sus naturalezas humanas. Nadie dirá que un bebé es peor que sus hermanos o hermanas mayores. De la misma manera, nadie puede decir que quienes han logrado una comprensión más clara de la vida, son mejores que quienes aún están luchando con los errores cometidos a causa de una visión empañada.

 

Para destruir los templos e iglesias creados por la ignorancia, necesitamos primero ver lo absurdo de ellos; necesitamos comprender el veneno de la autoridad en el campo interno, en la tierra sagrada de nuestra única y total responsabilidad. No importa cuánto sigamos la guía, conclusiones o interpretaciones de otros. Cualquier cosa que pensemos o hagamos es nuestra total responsabilidad, y ningún sacerdote o dios puede ayudarnos a evitar los lazos creados mediante nuestros pensamientos y acciones.

 

Todas las religiones hablan acerca de un dios que protegerá solamente a aquellos que oren, que pidan, y obedezcan al sacerdote, la iglesia, o un conjunto de reglas originadas por las interpretaciones de las experiencias de las personas. El resultado de esta clase de la así llamada religión, ha demostrado ser ineficiente y terriblemente destructiva. Las religiones, como las vemos, son tan tribales como eran cuando solíamos vivir en las cavernas. Y esta clase de tribalismo moderno de ninguna manera ha ayudado a la humanidad a construir una buena sociedad, una sociedad que tenga la correcta clase de educación para nuestros niños, que ayude a quienes no pueden comprender claramente sus visiones opacadas, una sociedad en la que se le permite florecer a la naturaleza humana. El florecimiento de lo humano en el hombre es lo que crea una buena sociedad. Todavía tenemos que desarrollar una sociedad que tenga suficiente bondad en ella para levantar el plato de la balanza mantenido abajo desde tiempos inmemoriales. Y este desequilibrio es creado, si no totalmente, sí en gran parte, por las ideas malentendidas acerca de la religión.

 

La mente religiosa que regenerará a la humanidad es una mente capaz de mirar la vida sin la carga de las conclusiones que se convierten en conocimiento; es una mente deseosa de explorar la naturaleza de su propio pensamiento y sentimiento; una mente que puede dudar y cuestionar, que está en un estado de aprendizaje, que no está satisfecha con la comprensión o experiencias de otras personas. No significa que uno no pueda interactuar y compartir con otros; por el contrario, es solamente la mente religiosa la que es capaz de escuchar. Porque está libre de acumulación y conclusiones, puede escuchar sin juzgar o reaccionar inmediatamente a lo que se está diciendo. Una mente religiosa es libre, y por lo tanto es capaz de Amar. Finalmente, el Amor es la fuerza regenerativa que sanará a la humanidad de la monstruosidad creada por ella misma.

 

Lo que necesitamos para la regeneración de la humanidad no es un nuevo conjunto de reglas que vengan de un nuevo salvador. Lo que se necesita es la comprensión de por qué hemos cedido la responsabilidad de nuestro propio crecimiento interno, y por qué hemos aceptado vivir la clase de vida que hemos estado viviendo milenio tras milenio, sin nunca cuestionar el estado de las cosas en que estamos, lo absurdo de la guerra, y por qué nunca hemos aprendido la lección más importante acerca de las guerras, que es el hecho de que en la guerra no hay ganadores. Así, para que se inicie el proceso de regeneración, lo primero es cuestionar sin la suposición de que conocemos la respuesta, porque es obvio que no la sabemos, de lo contrario las cosas serían muy diferentes en todo el mundo.

 

La humanidad no necesita una nueva religión, lo que necesitamos es una nueva clase de comprensión acerca de nuestro yo, y de la vida; una comprensión que pueda disolver esta idea auto-centrada de que todo lo que vive, vive para “beneficiarme”. Lo que la humanidad necesita es permitir que florezca la mente religiosa, una mente sin un centro.

 

Hubo una vez en la historia humana occidental en que creíamos que el Sol y todos los planetas giraban alrededor de la Tierra, que la Tierra era el centro del Universo, y esta comprensión fue final; estábamos seguros de esto. La religión era la autoridad final y “sabía”. Dios creó al hombre y solamente el hombre era el rey que regía en el Universo. Y esas pobres, desafortunadas almas que se atrevieron a pensar y desafiar esas conclusiones, fueron excomulgadas, enviadas a prisión durante años, torturadas continuamente, para hacerlas retractarse y decir que estaban equivocadas; y si no admitían que estaban equivocadas, eran finalmente asesinadas. Este fue el caso de Giordano Bruno, un fraile dominico que vivió en Italia durante el siglo 14, y cuyo único crimen fue tener una comprensión diferente de aquellos que estaban en el poder. Él era un librepensador, y la libertad de pensamiento no era tolerada por la Iglesia Católica Romana.

 

Cuestionar era un pecado, y dudar era la herejía más grande. Bruno carecía de dinero, y durante años, con el rótulo de excomulgado, la vida no fue fácil. Él continuó sus estudios, y una noche tuvo un sueño que le mostró un Universo infinito, ilimitado. Escribió y viajó dando conferencias acerca de su descubrimiento, pero la Iglesia fue informada de que estaba en Italia enseñando acerca de un Universo infinito, lo que se consideraba como una herejía, y esto fue el fin para él. Ocho años después de su martirio, se creó el telescopio y se demostró que Bruno estaba en lo correcto, el Universo es infinito. De hecho, el universo real comenzó a ser explorado y se descubrió que es mucho más grande de lo que nunca había sido imaginado. En sus propias palabras:

 

El universo es entonces uno, infinito, inmóvil. No se puede comprender y por lo tanto es infinito e ilimitado, y en esa medida, infinito e indeterminable, y, por consiguiente, inmóvil.

 

En la actualidad hay un hombre, que de la misma manera que Bruno, se atrevió a desafiar las bien establecidas creencias de su época. Bruno desafió las creencias acerca del mundo externo, el centro del universo externo, y Jiddu Krishnamurti desafió las creencias acerca del universo interno, del mundo espiritual. Krishnamurti derramó luz sobre la psiquis humana, el pequeño centro del mundo interno, el creador del “yo” y lo “mío”. Desafió la idea de salvación individual y dijo que hay mucho más que esta pequeña ilusión auto-centrada llamada “yo”, creada mediante una manera mecánica de pensar que hace que todas las cosas parezcan personales, auto-relacionadas. Incluso nuestra idea de Dios es personal y auto-relacionada, ha creado “mi Dios” y “tu Dios”, el Dios cristiano, y el Dios hindú. Él dijo que más allá de esta pequeña mente vulgar, hay un cielo abierto, que es ilimitado, infinito y sin un centro.

 

Krishnamurti desafió la realidad del centro interno creado por la misma mente que una vez estuvo segura acerca del centro del Universo externo. Afortunadamente para la humanidad, Krishnamurti tuvo mejor sino que Giordano Bruno. Sus compañeros solamente lo expulsaron. La misma organización que estaba esperando sus enseñanzas fue incapaz de considerarlas sin las certezas del pasado. No había espacio para lo nuevo, lo desconocido; el así llamado mundo espiritual era ya conocido y la gente estaba segura de él. Por lo tanto, se dejó que Krishnamurti viviera y diera las enseñanzas al mundo de modo independiente; una vez más la humanidad falló en apoyar al Maestro, al Portador de Luz.

 

Las similitudes entre Giordano Bruno y J. Krishnamurti no terminan aquí, hay algo más,  digno de mencionar, ambos murieron un 17 de febrero, Bruno en el 1600 y Krishnamurti en 1986. Podemos decir con seguridad, que el mundo nunca fue el mismo después de las valientes e intrépidas afirmaciones de Giordano acerca del universo externo; fue porque él desafió la creencia establecida acerca del universo externo que la ciencia descubrió tanto acerca de las estrellas, como del infinito número de otros universos, y cambió la ciencia para siempre. Y, podemos decir seguramente que el mundo nunca será el mismo después de Krishnamurti, y la luz que sus enseñanzas brindan, no puede ser ignorada. Aún no hemos creado un mundo en el que cada uno sea enteramente responsable de si mismo y de su vida religiosa, sin mediadores entre el hombre y su ser más interno; un mundo en el que no haya autoridad en el campo interno, un mundo donde las personas se respeten unas a otras y compartan opiniones y comprensión, más que impongan conclusiones e interpretaciones. Aún no hemos creado un mundo en el cual a la mujer se le dé un lugar apropiado en la sociedad, en el cual los niños aprendan el sagrado valor de la vida, en el cual la cooperación sea la nota clave, y la vida humana esté ocupada con lo que es, más que con lo que debería ser. Como dijo Krishnamurti:

 

La mente religiosa no pertenece a ningún grupo, secta, creencia, iglesia, o personas organizadas; por lo tanto puede mirar las cosas directamente y comprenderlas inmediatamente. Tal es la mente religiosa, porque es una luz para si misma. Su luz no es encendida por otro, la vela prendida por otro puede extinguirse muy rápidamente”.

Más Allá de la Violencia, “La Mente Religiosa”.

 

Tenemos mucho que aprender y comprender acerca de nuestro mundo interno. Los antiguos griegos llamaron a esta comprensión “autoconocimiento”. Podemos decir que la mente religiosa es la mente que está en un estado de constante aprendizaje, no sabe, por lo tanto, está abierta a lo desconocido, a lo nuevo; es el aprendizaje, la comprensión acerca del universo interno que es ilimitado y sin un centro. Este aprendizaje arrojará luz en los oscuros rincones de la mente, y esta luz finalmente regenerará a la humanidad, la luz de la clara comprensión de lo que es, la luz de la consciencia.

 

 

 

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