Vol. 138 - Número 03 - Diciembre 2016 (en Castellano) |
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Joy en sus años postreros
ELENA DOVALSANTOS Miembro desde hace mucho tiempo de la ST en Norteamérica. Trabaja como voluntaria y reside en el Instituto Krotona de Teosofía en Ojai, California.
Joy Mills fue una amiga para muchos en todo el mundo. También fue amiga de mi familia. Conocí a Joy hace más de treinta años cuando llegó de visita a Manila como conferencista invitada para el Congreso de la Federación Indo-Pacífica. La vi otra vez años después en varias visitas a Krotona. Siempre intercambiábamos saludos y abrazos pero no hablábamos mucho. Ni en sueños pensé que se convertiría en mi amiga y confidente en los últimos años de su vida.
Antes de que mi esposo Pablo Minniti y yo nos mudáramos a Krotona en 2011, fuimos invitados a participar en el proyecto Socios en Teosofía, un programa educativo diseñado para ayudar a los miembros a profundizar su conocimiento y hacerse más efectivos en el trabajo teosófico. Pablo y yo decidimos que era una oportunidad excelente para empezar con La Doctrina Secreta. Joy fue asignada como nuestra mentora y esto abrió la puerta a una amistad maravillosa.
Después de mudarnos a Krotona, nuestro proyecto para desarrollar un curso de estudio sobre Antropogénesis entró en pleno vigor. Como mentora, esto no significaba que nos enseñaría la DS o que nos ayudaría a hacer el proyecto. El estudio, la planificación y el esfuerzo eran nuestra responsabilidad. Sin embargo, ella recibía nuestras preguntas sobre la DS, a menudo precedidas por una alegre advertencia: “Les daré respuestas, pero quizás no sean las respuestas correctas.”
Las visitas esporádicas se convirtieron en visitas frecuentes y muchas horas de conversaciones íntimas. Ella decía: “¡Vengan cuando quieran!”, y lo hicimos. Incluso me dio una llave de la casa para que esto fuera posible. Se hizo evidente que realmente le encantaban nuestras visitas, porque lo que más le gustaba eran las conversaciones teosóficas, particularmente sobre la DS. A veces entraba en su casa y ella estaba esperando para mostrarme un libro o algo sobre un tema en el que estuviera pensando. Una vez fue sobre los skandha-s. Dijo, “No hablamos lo suficiente sobre los skandha-s… ” En otra ocasión fue sobre el Shivaísmo de Cachemira: “Debes leer este libro. Dice que todo es vibración… ” Cuando el libro Comentarios a La Doctrina Secreta (republicado como Los Diálogos a La Doctrina Secreta) se publicó, me leyó la sección en donde H. P. Blavatsky decía que “los accidentes no están… predestinados.” Parecía intrigada al respecto. Poco tiempo después, escribió un artículo para la revista Quest sobre el “Karma Enredado”.
Joy fue una mentora para generaciones de teósofos. He escuchado a muchos decir que Joy fue su maestra, algo que parecía agradarle escuchar. Mientras me preparaba para mi primera presentación sobre la DS, me aconsejó: “Nunca temas el no saber las respuestas. Nadie puede saber todas las respuestas. Todos somos tan solo estudiantes.” Fue una maestra gentil y paciente pero podía ser estricta y directa cuando era necesario. En sus últimos años, cuando ya no podía dar clases, continuó con su compromiso de servir tanto como pudiera, incluso si sólo era estar presente en cada clase en Krotona. E incluso cuando ya casi no podía caminar, se sentía agradecida si alguien la llevaba en silla de ruedas.
Una enseñanza de Joy que siempre recordaré era una afirmación que hacía frecuentemente mientras luchaba en los meses finales: “El progreso espiritual sólo puede hacerse en la encarnación física.” Siempre decía que estaba preparada para irse en cualquier momento, a menudo preguntándose por qué permanecía aún en este mundo, pero rechazaba estar postrada en la cama y permitirle al cuerpo hacerlo a su manera. Durante el tiempo que estuvo consciente, se obligaba a sí misma a levantarse de la cama: “Ya no tengo más energía y mis piernas ya no pueden sostenerme pero me niego a rendirme, ¿sabes?” Ella fue así de determinada y voluntariosa. La mayor parte del tiempo, estaba contenta, agradecida por la paz de sus últimos años permitiéndole reconciliar la vida que llevó. Pasó la mayor parte de los días leyendo en su sillón favorito junto a la gran ventana que tiene una majestuosa vista del prado bajo las colinas de Krotona. Siempre tuvo libros y revistas a su lado. Cuando sus ojos se agotaban de leer, hacía crucigramas o juegos electrónicos. No es de extrañar que su mente permaneciera alerta y clara hasta el final.
Todo el mundo sabe que Joy viajó por todo el mundo la mayor parte de su vida, visitando y dando conferencias en unos 65 países. Cuando le decían, “Joy, has tenido una vida extraordinaria”, respondía con una sonrisa: “Sí, logré hablar mi camino por todo el mundo.” No sólo amaba viajar sino también amaba conducir, y cuando ya no podía manejar más le encantaba que la pasearan. Un lugar favorito era Solvang, un pueblo Danés a hora y media en auto desde Krotona. Y ningún viaje a Solvang estaba completo sin una parada en la tienda Ingeborg por una caja de chocolate negro. A pesar de esta ocasional indulgencia, ella era muy disciplinada, “Moderación es la clave”, decía.
Recibía a quien le necesitara. En cualquier ocasión que entrara en su sala, dejaba cualquier cosa que estuviera leyendo y decía: “¡Aquí estás!” Fue una gran oyente y confidente pero, extrañamente, nunca me ofreció consejo, como si me dijera que encontrara la manera y que decidiera por mí misma. Supongo que para ella, decirme qué hacer, lo habría hecho su karma y no el mío.
Aunque poco hablaba de su familia, lamentó haber sido abandonada desde niña. Nació con el nombre Mary Joy Conger. Su madre falleció cuando era joven. Su padre se casó de nuevo pero su madrastra no era muy amable con ella así que su padre la dio en adopción a un tío y una tía. Así fue como adquirió el apellido “Mills”. Perdió contacto con su hermanastra y no tuvo parientes sanguíneos. “Krotona es mi familia. Este es mi hogar.” Algunas personas la llamaban su madre espiritual, pero nunca sentí mucho instinto maternal en Joy, probablemente por su pasado; sin embargo, sí fue una buena amiga para muchos. Le encantaba que la abrazaran. Nunca habló mal de nadie, y nunca fomentó conversaciones que criticaran a nadie. Para ella, “el recto obrar” significaba ser un “buen amigo”; hablar desde el corazón; y llegar a aquellos que se sienten solos, que sufren una pérdida, que buscan respuestas, o que necesitan comprensión; para resumir, la práctica de la fraternidad genuina.
Joy no era perfecta, pero todo lo hizo de la mejor manera que supo. Setenta y cinco años, prácticamente toda su vida, la dio en completa devoción a los Maestros y a su causa. Un día me contó una historia de cómo, en un momento desafiante durante sus años en Wheaton, Virginia Hanson intentó disipar la situación organizando una sesión de arte introspectivo en donde los miembros del personal debían pintar algo que los representara a sí mismos. Joy pintó un cáliz (el Santo Grial) superpuesto a una cruz encima de una montaña, lindado por dos pilares Masónicos (ver abajo). Lo colgó sobre la puerta de su vestidor, en el lado de adentro, un recuerdo personal para sí misma cada mañana, de la vida a la que se había dedicado.
(En el original, el cáliz es dorado, la cruz marrón oscuro, los pilares anaranjados, el césped verde, y el cielo es azul)
Su primer amor fue la teosofía; luego estaban sus libros y sus amigos. Cuando le preguntaban cómo sería su Devachan, decía: “Tendré una gran biblioteca y a todos mis amigos conmigo.” Había claridad y luminosidad en ella, y yo me lamentaba siempre que nuestras sesiones llegaran a su final. Deseamos poder estar en tu Devachan, Joy. ¡Te amamos y te extrañamos!
En su verdadero sentido, esto es lo que significa ser un teósofo: no es simplemente ser un miembro de la Sociedad, sino un autentico teósofo, un conocedor y amante de la sabiduría, de la verdad, de la belleza. Es buscar, hacerse grandes preguntas, las preguntas centrales de la existencia humana, y nunca estar satisfecho con las respuestas hasta que las hayamos comprobado, indagado, cada vez más profundamente. Joy Mills.
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