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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 138 - Número 03 -  Diciembre 2016 (en Castellano)

 
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En tributo a Joy Mills

 

WILLIAM WILSON QUINN

 

Miembro desde hace mucho tiempo de la  ST en Norteamérica, habiendo servido como Editor de su revista y como Editor Asociado de la TPH (Wheaton). Posee licenciaturas en Teología y en Humanidades.

 

 

Porque, trabajar por la humanidad es sublime y su recompensa se extiende más allá del breve sueño de la vida, hacia otros nacimientos.1

Mahatma Morya.

 

Por más de 75 años consecutivos, Joy Mills fue miembro de la Sociedad Teosófica, ingresó en 1940 a la edad de veinte años. En todos, menos en siete de esos 75 años, fue una empleada ejemplar y una líder dentro de la ST, o estuvo ocupada y completamente involucrada, en sus años de “retiro”, continuando la labor que hizo durante su permanencia en cargos ejecutivos en la ST de Estados Unidos, en India, y en Australia. Esta extraordinaria suma de años, 75 de membresía en la ST y 68 años de completo y activo servicio por la causa de la elevación espiritual de la humanidad, hablan vigorosamente sobre el hecho de que este servicio fue el impulso principal de su ser, y de que su trabajo y los años que pasó en él la colocan como ejemplo de desinterés.

 

Este legado fue desinteresado porque la ST no es una organización donde uno acude a trabajar para hacerse rico. De hecho, cualquiera que haya trabajado en algún momento como empleado de la ST sabe que la remuneración material está al nivel de lo que la mayoría de monjas y monjes perciben en sus respectivas vocaciones religiosas. La remuneración espiritual, sin embargo, es otro asunto: según el patrón de divisa espiritual, por así decirlo, cuyo libro principal sólo puede estar escrito en el akasa, Joy Mills fue más que millonaria. La considerable contribución de Joy a esta labor se comprende mejor a la luz de sus extraordinarias capacidades y talentos como ejecutiva innovadora. Aquellos que la conocieron o que trabajaron a su lado, reconocerán que su capacidad para motivar a sus colegas, para gestionar operaciones de sistemas, organizar nuevos proyectos, y para resolver problemas, le hubieran permitido ascender a las posiciones ejecutivas más elevadas de cualquier gran corporación o entidad gubernamental. Sin embargo, ella decidió dedicar sus talentos esenciales a la elevación espiritual de la humanidad, abandonando así las muchas comodidades materiales que esos talentos, aplicados en otras carreras, le hubieran proporcionado. Es en este contexto en el que el principio del sacrificio surge como componente principal del desinterés que fue ejemplificado durante toda la vida del ser que conocimos como Joy Mills.

 

Joy era una líder innata, fuerte, amable y compasiva. En algunos modelos de liderazgo no iluminados, bien sean corporativos, gubernamentales o políticos, los líderes “fuertes” son vistos como necesariamente implacables e indiferentes a las injusticias resultado de las decisiones unilaterales que afectan a aquellos a quienes lideran. Pero eso describe una pseudo fuerza, no una fuerza verdadera. La verdadera fortaleza, en la forma de un gran liderazgo, está caracterizada por ser un modelo que otros buscan imitar y por ser una persona que otros siguen voluntariamente, una cuyos atributos son la certeza, el optimismo, la resolución, la ecuanimidad, y constante energía, todas ellas trabajando en conjunto con compasión y empatía en las situaciones en las que sean necesarias. Un gran liderazgo no sucede, sin embargo, sin firmeza de carácter. Ésta, también, fue otra de las fortalezas de Joy, era de principios más allá de cualquier reproche, era justa hasta el nivel de la ley de compensación (karma), valiente de cara a las adversidades y a los retos difíciles, y un ejemplo de los que los textos Buddhistas Pali llaman metta, usualmente traducido como benevolencia amorosa.

 

Estos atributos principales de Joy, desinterés, sacrificio, fortaleza, y coraje, estaban entre las principales herramientas que tuvo a la mano en la misión de su vida. Esta misión fue la misma que la de aquellos maestros y portadores de luz, mayores o menores, que la precedieron, siendo la más notable H. P. Blavatsky. La vida de Joy se la puede describir como una vida de absoluta devoción a la labor de la educación espiritual, si no de iluminación de la humanidad, y a propagar las verdades primordiales inmutables e inmemoriales de la filosofía perenne. No solo fue una profunda estudiante de la obra de HPB, sino también del beneficio literario, en la forma de las cartas de los Adeptos de la jerarquía espiritual de la humanidad, de los cuales publicó varios comentarios y estudios. La devoción y fidelidad de Joy con esta misión fue también asistida por herramientas adicionales, su agudo intelecto y su habilidad como escritora. Basada solo en las obras que seleccionó para comentar y elucidar, La Doctrina Secreta, Luz en el Sendero, La Voz del Silencio, Cartas de los Maestros a A. P. Sinnett, parece claro que había una reciprocidad entre el profundo contenido de esas obras y la conciencia de Joy y su Persona Interna. Fue como si, su vida y su ser, fueran en muchos sentidos la expresión del aliento de los sagrados principios que esas obras transmiten, mientras éstos aplican a que uno lleve una vida espiritual.

 

Las observaciones precedentes sobre Joy son las de un testigo perceptivo. Como hombre joven,  alrededor de mis veinticinco años, arribé a Olcott en Wheaton, Illinois, a comienzos de 1973, enviado por mis supervisores para encargarme de varias responsabilidades editoriales. Joy era, en ese momento, Presidente de la ST en Norteamérica, y yo comencé a trabajar bajo la dirección y tutela de dos mujeres excepcionales, Joy y su amada amiga Virginia Hanson. Mientras que Virginia era mi supervisora inmediata en el trabajo editorial de la revista mensual, por entonces llamada El Teósofo Americano, y de la Editorial Teosófica (TPH), como Presidente, Joy era la supervisora de ambos. Pronto comprendí, dada la situación, que por medio de mi trabajo diario y cercano con Virginia, éste necesariamente se extendería en una relación cercana con Joy que no hubiera ocurrido sin la presencia de Virginia, a la que hasta el día de hoy le estoy agradecido. Su amistad con Virginia me dio la oportunidad de conocer a Joy de un modo que de otra manera no hubiese sido posible.

 

Joy, como Virginia, fueron para mi tutoras y mentoras, ambas extendieron su mano para ayudar a un joven a vivir la vida de un modo similar a la que ellas vivían, de devoción incondicional a la misión, al trabajo, que comenzaron los Adeptos con los auspicios de HPB y el Coronel Olcott. En las conversaciones con Joy, a menudo con Virginia, sobre la relación de esta misión y la política editorial de la Sociedad, que se entrecruzaban en casi todo nivel, mi visión de lo que hice se aclaró continuamente, y mi conocimiento de los principios centrales de la teosofía creció exponencialmente en contraste con su desarrollo antes de que arribara a Olcott. Observaba en el contexto de esas conversaciones, que ocurrían regularmente en su oficina o en la oficina editorial, o durante las comidas en el comedor de Olcott, el carácter y algunas de las características de Joy que aún recuerdo claramente.

 

En sus explicaciones de los a menudo sutiles principios esotéricos, ella era primero y ante todo, clara: Joy conocía su tema ampliamente, y a quien la escuchaba lo conocía instintivamente, y por lo tanto ajustaba el nivel de su explicación, así que hubo pocos, de cualquier edad o nivel de entendimiento, que no la entendieran mientras les explicaba o enseñaba esos principios. Además de su claridad, era paciente y no juzgaba. Generalmente, también sonreía. Si era necesario, repetía nuevamente, e incluso buscaba metáforas y ejemplos nuevos que pudieran resonar en quien la escuchaba, hasta que finalmente pudiera ver que quien la escuchaba había comprendido la o las ideas que comunicaba. Ella era, en resumen, amable y cortés de trato, no solo con las personas a quienes enseñaba, sino con todo aquel con quien entrara en contacto por cualquier razón.

 

Mientras que para Joy la ST fue el foco organizativo y vehículo primordial del trabajo de su vida, pienso que ella no hubiese soportado considerar su vida o el trabajo de su vida negando su fuerte y duradera devoción a la Masonería. Joy fue miembro de una organización referida comúnmente como Francmasonería. Probablemente es más preciso decir que también fue una líder en esa organización, siendo Masón del grado 33. Joy también se convirtió en mi mentora y tutora, hasta que me inicié en la Francmasonería en la Logia Sirio, “al Este” del edificio principal en Olcott. Durante el año y medio que Joy y yo vivimos y trabajamos en Olcott, ella podía, cuando se necesitaba, asumir su rol Masónico y asistir y enseñar a aquellos nuevos en la Masonería, y en esto pude beneficiarme tanto o más, de lo que lo había hecho en mis compromisos con Joy actuando exclusivamente en sus competencias en la ST. Esto es porque la Masonería es una institución ritual y abiertamente sacra. Como miembro de la Logia Sirio, el observar a Joy en el rol de esos rituales, me proveyó una nueva dimensión para entender quién era ella, y para comprender las bases de su positiva influencia en aquellos que estaban a su lado. En las Logias abiertas y en todas las insignias reales, Joy fue una magnífica Masón, y cuando dirigía la Logia, lo hacía con una firme y perfecta ejecución del ritual y con un completo entendimiento de los sagrados símbolos y principios esotéricos de la Masonería

 

¿Cómo poder resumir en un tributo las virtudes y contribuciones de Joy a la elevación de la humanidad? Creo que si tuviera que comenzar a enumerarlas aquí, Joy sería la primera en señalar lo que ella veía como sus propias deficiencias en un intento para evitar centrar la atención en sus virtudes y contribuciones, consistente con el profundo principio espiritual de la “propia insignificancia”. Irónicamente, esta fue otra de las virtudes de Joy que uno podría añadir a la lista. Es mejor, entonces, dejar que los sabios las resuman al hablar de las virtudes y contribuciones de Joy. “El valor y la fidelidad, la veracidad y la sinceridad, siempre merecen nuestro respeto”2 escribió Koot Hoomi Lal Singh (KH), y por este ejemplo Joy Mills tendría una oportunidad mucho mayor que la mayoría para obtener la consideración de KH, y probablemente también de sus Hermanos. Probablemente sus bendiciones también están con Joy porque, después de 68 años productivos dedicados a la ST, puede ciertamente ser aclamada por haber trabajado “por la causa”. Y por la causa por la que Joy trabajó 68 años, KH comenta, “Sé veraz, sincero, y fiel. Trabaja por la causa y nuestras bendiciones siempre te acompañarán.”3

 

Referencias

1. Jinarajadasa, C. comp. Cartas de los Maestros de la Sabiduría, 2da Serie, Chicago: The Theosophical Press, 1926, p. 110, carta 51.

2. Jinarajadasa, C. comp. Cartas de los Maestros de la Sabiduría, 1ra Serie (7ma Edición). Adyar: Theosophical Publishing House, 2011, p. 85, carta 41.

3.  Jinarajadasa, C. comp. Cartas de los Maestros de la Sabiduría, 2da Serie, Chicago: The Theosophical Press, 1926, p. 127, carta 64.

 

 

La doctrina esencial de la filosofía esotérica no admite privilegios o dones especiales en el ser humano, excepto aquellos adquiridos por su propio Ego por medio de sus esfuerzos y méritos personales a través de una larga serie de reencarnaciones y metempsicosis.

Joy Mills.

 

 

 

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