Vol. 138 - Número 03 - Diciembre 2016 (en Castellano) |
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Desde La Atalaya – La Puerta Abierta
Tim Boyd
Durante mis años de participación en la Sociedad Teosófica (ST) he asistido a sesiones de todo tipo con Joy Mills, a conferencias, talleres, convenciones, reuniones de planificación, reuniones de junta, comidas, cenas y desayunos. En mis primeros años en la ST., me sentaba entre el público, escuchando y sintiéndome desafiado e inspirado por las cosas que ella compartía. A medida que fue pasando el tiempo yo ya la presentaba puntualmente en algún seminario o reunión. Y en años posteriores, compartimos el estrado. A veces, cuando hablo de Joy y de la relación que tuve con ella, digo que, como la conocí en 1974, necesariamente pertenezco a la categoría de sus amigos “más recientes”. Era inevitable que alguien, cuya vida teosófica había empezado en 1940 y cuyos viajes por la ST., la llevaron a más de 50 países, tuviera amigos y estudiantes de todas las edades en todas partes del mundo. Mi relación con Joy empezó como estudiante y admirador. En la época de nuestro primer encuentro ella era presidente de la ST de América. Mi primera visita a la Convención Nacional de verano coincidió con su último año en la presidencia. En la gran carpa que se instalaba para las reuniones anuales hizo su discurso de despedida, porque se iba a Adyar a ocupar el cargo de Vicepresidente Internacional de John Coats, que acababa de ser elegido. Para un neófito de veinte años dentro del movimiento teosófico, ella me parecía un icono totalmente fuera de mi alcance. A principios de los años 70, cuando por primera vez entré en contacto con la ST, era el momento justo después de una oleada de gran inquietud social en los Estados Unidos. La Guerra de Vietnam, los derechos civiles, el movimiento hippie y una serie de asesinatos de líderes visionarios tuvieron un profundo impacto en la juventud de la nación. No sólo fuera de la STA, sino dentro también, los jóvenes pedían activamente un cambio. Joy ocupó el cargo de presidente durante toda aquella turbulencia. En esa época había un grupo activo de Jóvenes Teósofos. Aunque no recuerdo ninguno de los temas específicos que parecían tan importantes en esos momentos, sí que recuerdo la sensación que tenían algunos de los jóvenes miembros, de que los cambios deseados y la apreciación de las contribuciones de los jóvenes eran demasiado lentos. Recuerdo cómo Joy animaba al grupo de J.T. a desarrollar sus ideas y a trabajar dentro de la STA, para que no nos aisláramos. En un momento dado, aceptó que los JT ofrecieran una especie de casa abierta en la Sede nacional Olcott. Las actividades de la tarde incluían cosas como una “feria psíquica” y un concierto de rock, cosa que algunos miembros del personal de la sede describieron como “algo que destruía la vibración del centro Olcott”. Tuvo que ser una época de muchas pruebas para Joy, pero, de alguna manera, ella confiaba en el valor que tenía el hecho de proporcionar un foro para que se expresaran los JT. Durante ese período, Joy fue firme pero justa. Cuando volvió a los Estados Unidos de su período límite de seis años en Adyar, yo empezaba a consolidarme con las enseñanzas y la vida de un teósofo. La admiración que había sentido por ella empezó a reemplazarse con una comprensión creciente de las cosas sobre las que Joy escribía y hablaba. Y tanto si era por haberse liberado de las demandas de sus altos cargos anteriores tan exigentes, como si era porque me sentía cada vez más cómodo con Joy como persona, no solo como una sabia representante, empecé a tener una sensación de tranquilidad en su presencia. Desde ese momento en adelante Joy se convirtió en una persona fascinante para mí, con muchas capas, cada vez más profundas. Hay un dicho que afirma “no vemos las cosas tal como son: las vemos tal como somos nosotros”. Sea cual sea el nivel de nuestra conciencia desde el que estemos funcionando, ese nivel es el que da el color al mundo de nuestro alrededor. La conclusión que sacamos es que hay personas cerca de las cuales expresamos un aspecto distinto de nosotros. En cierta manera, el mero hecho de estar en su proximidad nos hace sentir más grandes y vemos el mundo de manera diferente. Esas personas son las que queremos conocer, porque el simple hecho de pensar en ellas ya nos inspira y eleva. Joy era una de ellas. Con el transcurso del tiempo mi papel dentro de la ST iba cambiando. A diferencia de lo que ocurre en muchos otros campos de estudio, la vida del estudiante de Teosofía parece requerir acción. El resultado fue un aumento de la actividad y de las responsabilidades, hasta que llegó el momento en que me pidieron que formara parte del consejo nacional de directores. Era un territorio nuevo. Ayudar localmente estaba bien, pero aquello parecía un salto cuántico en cuanto al compromiso. Sintiéndome un poco abrumado, hice lo obvio. Busqué el consejo de Joy. Ella se había encontrado en la misma situación y podía aconsejarme basándose en su propia experiencia. Hablar con ella me hizo poner las cosas en perspectiva. Lo principal que me señaló fue la belleza del “trabajo”, la santidad y el privilegio de ser capaz de hacer ese trabajo a cualquier nivel, pero esa mayor responsabilidad también requería una mayor dedicación. Fue tan comprensiva y me animó tanto. Me fui con la sensación de haber renovado mi compromiso. En “La Escalera de Oro” de H.P. Blavatsky hay un pasaje que habla de la importancia de estar bien dispuesto “a dar y recibir consejo e instrucción”. El consejo teórico tiene valor, pero nunca puede ser igual al consejo procedente de una experiencia vital adquirida con esfuerzo. A medida que cambiaban los cargos que me pedían que ocupase dentro de la ST, el número de personas en todo el mundo que me podían aconsejar, después de haber ocupado realmente esos cargos, se fue reduciendo y quedando en uno solo: Joy. Solamente ella había sido, en la ST de América, Directora, Vicepresidente, Presidente, Vicepresidente Internacional y durante un breve tiempo, después de la muerte de John Coats, aunque técnicamente no era presidente, había adoptado el papel de directora de la ST. En todos los casos era infalible, entregada y verdaderamente afectuosa con sus consejos. Voy a compartir ahora algunos de sus consejos sobre la ST procedentes de conversaciones y cartas. Hablan por sí mismos. “¡Debes aportar al cargo una verdadera dedicación y un compromiso con los ideales que han guiado el trabajo durante todos los años!” “… la dedicación a la Sociedad y a su misión… me parece a mí, ¡lo significa todo! Estoy segura de que la cantidad de trabajo ha aumentado desde que yo ocupé ese cargo (presidente de la STA) pero también sé, por experiencia, que recibirás la fuerza y la fortaleza interna para enfrentarte a todos los desafíos que surjan (¡que serán muchos!). “¡Que los Grandes Seres te bendigan!” “Te mando mis pensamientos para que sepas hacer lo correcto en esta situación”. “He sido muy afortunada, realmente privilegiada, de poder entregarme al trabajo de la Sociedad en todas las competencias que se me han requerido en el servicio. No mucha gente ha tenido una vida tan afortunada y me siento verdaderamente agradecida. Citando las palabras de Clara Codd, verdaderamente ha sido una “vida rica”, “Busca la puerta abierta”.
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