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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 137 - Número 09 -  Junio 2016 (en Castellano)

 
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La montaña y la cumbre,

como el Sendero y su Meta

 

WILLIAM WILSON QUINN

 

 

 

“En realidad, en ninguna parte de la naturaleza física existe un abismo entre montañas tan desesperadamente infranqueable y obstructivo para el viajero, como este abismo espiritual que les mantiene lejos de mí".

Morya citando a KH[1]

 

La película Everest, estrenada en septiembre de 2015, es un drama aventura en gran escala que ha recibido merecidos aplausos de la crítica desde su estreno. Figuran estrellas internacionales del cine como Jake Gyllenhaal y Keira Knightley, entre otros, la película está basada en una historia verdadera y representa sucesos reales del desastre del Monte Everest en mayo de 1996. La historia se concentra en los intentos de dos grupos expedicionarios separados de escaladores, por sobrevivir a una ventisca mortal. Varios de ellos estaban en lo alto de la montaña, cerca de la cumbre, cuando la ventisca los golpeó inesperadamente; sus vientos, con la fuerza de un vendaval, arrojaron nieve y hielo contra los escaladores como escombros explosivos. Ocho escaladores, atrapados en la ventisca, murieron en el Monte Everest durante ese trágico suceso. Hasta ese momento, no había habido un día tan mortífero en la historia del Monte Everest. Pero ese lamentable registro histórico del único día, fue seguidamente superado por la muerte de dieciséis escaladores (guías sherpas) en la avalancha de hielo del Monte Everest en 2014, y luego, por la fatalidad de veintidós escaladores ocurrida durante las múltiples avalanchas causadas por el gran terremoto de abril de 2015 en Nepal.

 

Películas y libros que relatan tales historias apuntan al hecho de que existe y siempre ha existido, una fascinación en la psiquis colectiva de la humanidad, que pertenece a la dificultad y riesgos asociados con el ascenso a la cumbre de una montaña y las recompensas que recibe el escalador exitoso. Esta relación natural entre (i) montaña/cumbre y (ii) ascenso, también sustenta la naturalidad con la cual el símil del arduo desafío de la ascensión a la cumbre de una montaña se compara con otros esfuerzos humanos. Esta relación, afirmada alternativamente, puede compararse con otros esfuerzos humanos por virtud de su absoluta claridad y simple comprensión. Uno de esos esfuerzos humanos es hollar el sendero espiritual en general o en una parte de nuestra vida, y la dificultad de alcanzar la cima – su cumbre -de la verdad espiritual. Uno puede, en realidad, crear un argumento persuasivo de que la dificultad y dureza del trabajo de una persona que alcanza la cumbre del ascenso espiritual de la vida, efectivamente exceden esas del ascenso a la cumbre del Everest, y requiere aún un mayor grado de valor, disciplina y constancia.

 

La Metáfora

Para todos, incluyendo al avezado montañista, el escalar la cumbre de una montaña es agotador, difícil y a menudo peligroso, como lo confirman las múltiples muertes en el Monte Everest desde 1996. Las leyes de la gravedad explican por qué es más agotador que caminar a lo largo de un sendero plano o terreno gradual. Escarpados riscos, poderosos vientos y hielo, áspera topografía (y altitud, dependiendo de la montaña en cuestión) explican por qué es similarmente más difícil y peligroso. Estos hechos irrefutables son sin duda el origen del repetido uso de la montaña y su cumbre, como metáforas apropiadas para el desafío del viaje espiritual de una persona, particularmente donde el propósito y la meta de ese peregrinaje espiritual son comprendidos por el viajero. Una vez que se alcanza finalmente la cumbre, el escalador experimenta una visión clara y panorámica completa y de todo lo de abajo, junto con una mayor cercanía a todos los cuerpos celestes más allá del campo de la Tierra y una visión libre de obstrucciones. Así no es demasiado difícil entender cómo esta hazaña de alcanzar la cumbre puede estar correlacionada, ya sea con la experiencia de haber recibido una iniciación regular como chela de un adepto, o como, habiendo llegado a ser significativamente, lo que en sánscrito es referido como un jivanmukta –aquél que, mientras vive, se ha liberado finalmente de la rueda de la muerte y del renacimiento. Pero uno no alcanza la cumbre sin primero escalar la montaña.

 

El uso de ambos, metáfora y símil, en correlación con el ascenso de la montaña y la cumbre para nuestro viaje espiritual, por escritores de tratados teosóficos y esotéricos, sigue una larga tradición. Esto está estrechamente relacionado al hecho de que el fenómeno de la montaña y la cumbre, incluyendo su ascenso, ocurre regularmente, y con elaborado detalle en algunos casos, en los grandes mitos cosmogónicos y cosmológicos del mundo, que son inmemorables. Aunque estos mitos difieren en detalles específicos, las representaciones de la montaña y la cumbre en ellos tienden a compartir ciertas características en común, tales como las cumbres de las montañas como el ‘hogar de los dioses’, o como frecuentemente, la sagrada intersección entre el cielo y la tierra. La experiencia de Moisés ascendiendo la escarpada cumbre del Monte Sinaí, por ejemplo, y presenciando allí una manifestación divina trascendental, resultó en la revelación de los Diez Mandamientos como una guía moral y espiritual para la totalidad de la humanidad. Los motivos de la montaña y la cumbre que aparecen en muchos de los mitos cosmogónicos del mundo están, además, frecuentemente relacionados irresolublemente a las dificultades del ascenso, a la subida hacia esas cumbres.

 

Montaña y Cumbre en la mitología

Toda la mitología antigua o tradicional es sagrada. Esto es especialmente verdadero en esos mitos que pueden ser clasificados como cosmogónicos y que describen la creación y emplazamiento del universo, el firmamento y nuestro mundo, con todos sus lugares constituyentes. Esto es importante de observar porque donde aparecen montañas y cumbres de manera destacada en tales mitos, están imbuidos de lo sagrado, que como veremos, corresponde perfectamente con el uso de metáforas de montaña-cumbre en el peregrinaje espiritual de la vida. Debido a las limitaciones de espacio, solo dos de muchos otros posibles ejemplos de la mitología tradicional siguen aquí, para ilustrar este punto.

 

En la mitología clásica hindú, ocurren varias diferencias en la historia de la creación que dependen de si uno mira la tradición oral sruti del ritual y doctrina védicos o la tradición oral smrti que acentúa las acciones de dioses y reyes, ambas posteriormente transcritas y constituyendo, en gran parte los, Puranas. Sin embargo, después que el mundo fue formado, un aspecto de él cobra mucha importancia en los mitos indos, que es el emplazamiento y ubicación del Monte Meru, que comúnmente se creía era la morada de Brahma. En los mitos, Meru es una montaña en el distante norte, en relación con el subcontinente indo, que es sagrada no solamente para los hindúes, sino para los jainos y budistas también. H. P. Blavatsky se refiere a su condición mitológica como ‘la morada de los dioses’[2]. Al Monte Meru, conforme a su realidad mitológica, se lo considera como el centro de todo el universo físico y metafísico, y tiene así una dimensión espiritual primordial. En testimonio de esto, los templos hindúes, jainos y budistas fueron construidos en siglos pasados como representaciones simbólicas del Monte Meru.

 

De acuerdo a la gran epopeya hindú Mahabharata, que también deberíamos observar que contiene dentro de ella al Bhagavadgita,  los cinco hijos del Rey Pandu, conocidos como los Pandavas y su esposa Draupadi, intentaron ascender a la cumbre del Monte Meru para alcanzar el cielo. Pero durante el ascenso Draupadi y cuatro de los hermanos cayeron  muertos debido a sus karmas pecaminosos. Sólo el quinto hermano, Yudhishthira, debido a su pureza espiritual, escaló exitosamente la cumbre de la montaña y alcanzó así el sagrado santuario del cielo.  Tales mitos tradicionales encierran bellamente tanto las ideas de la montaña/cumbre como del espacio sagrado, y los riesgos y dificultades de alcanzar ese espacio formulado intentando ascender a esta sagrada cumbre.

 

Este ejemplo oriental del Monte Meru corresponde de muchas maneras al ejemplo occidental del Monte Olimpo, el lugar de residencia de Zeus, adalid de los dioses griegos. En la mitología griega el Monte Olimpo era el hogar de los doce dioses del Olimpo quienes, incluyendo a Zeus, regían el antiguo mundo griego. La ladera norte del Olimpo era, además, el lugar de nacimiento de las nueve Musas y hogar de algunas de ellas. El Monte Olimpo es el sitio en que se establecen muchos mitos griegos, y de cuya ‘cima más elevada’, como descrita por Homero en la Ilíada, Zeus dirige a los otros dioses. A diferencia del Monte Meru, el Olimpo tiene una contraparte geográfica real, que es la montaña más elevada de Grecia en Tesalia. Pero, como el Monte Meru, el Olimpo está imbuido del mismo poder consagrado de lo alto, de la cercanía y participación en lo sagrado, y también comparte el mismo simbolismo espacial de la trascendencia, que incluye entre otras cosas, el principio del eje vertical. A diferencia del Monte Meru, ascender el Olimpo estaba prohibido a los mortales, que no se permitían allí. Sin embargo, cualquier mortal que desafiando esta regla, triunfaba en conseguir el difícil ascenso a las cumbres del Olimpo, tales como Cástor y Pólux, llegaba a ser espiritualmente consagrado y/o alcanzaban la condición de dioses o semidioses, como los que escalaron el Monte Meru.

 

En resumen, los grandes mitos cosmogónicos sagrados del mundo que muestran íconos de montaña y cumbre como representaciones de los principios de centro, trascendencia y jerarquía vertical o espiritual, son la base inmemorable para uso de escritores posteriores de la metáfora que equipara el ascenso de estas cumbres con los desafíos de un peregrinaje espiritual en la vida de una persona. Así, cuáles son estos retos y sus grados de dificultad y de sufrimiento, serán ahora nuestro punto central.

 

El Difícil Ascenso a la Cumbre de la Verdad

Antes de volver toda nuestra atención a la esencia de este debate, se le pide al lector que recuerde dos características significativas en la plática del viaje espiritual, para proporcionar más claridad al examinar nuevamente la metáfora de ascender la cumbre de una montaña con escalar la cumbre de la verdad, de la realización espiritual, en nuestro peregrinaje espiritual a través de esta encarnación. La primera de estas características es el uso de la Persona Interna y la Persona Externa y la diferente entre ambas, principio que puede ser alternadamente referido como nuestro Yo Superior y Yo Inferior. Tales términos se usaron a través del tiempo para expresar este concepto en las sagradas escrituras y comentarios, y encontraron quizás su máxima expresión en el Occidente con Tomás de Aquino, quien observó ‘in homine duo sunt’[3] (‘en el hombre hay dos’). La expresión de Aquino refleja igualmente no solo la esencia de la doctrina Platónica, sino de las doctrinas budista e hindú de los dos yoes, mortal e inmortal, que residen juntos en una persona. Como los que están familiarizados con el conjunto de las enseñanzas esotéricas que tratan con los vehículos o ‘envolturas’ humanas (en sánscrito: kosa-s) que comprenden el ‘cuaternario inferior’ y la ‘tríada superior’, deberían entender que la bifurcación de la Persona Externa e Interna es una reducción de la realidad múltiple y compleja de estas dos partes de una persona. Esta reducción es una herramienta muy útil de referencia al tratar los temas más amplios del desarrollo espiritual donde estos vehículos o envolturas no son el tema específico del debate. Debería observarse aquí que HPB usó en sus escritos exactamente estos términos: Persona Interna y Externa, reiteradamente, por esta razón.

 

La segunda característica que se le pide al lector que recuerde o que observe, es lo que en la doctrina budista tradicional es llamado el ‘camino del Bodhisattva’, y como vimutti (‘liberación’ del samsara) y entrada al nirvana. Los narradores frecuentemente atribuyen estos diferentes énfasis o metas, respectivamente, a las escuelas o divisiones del budismo, Mahayana (incluyendo Vajrayana) y Theravada, pero de ninguna manera son absolutas. En la primera de estas, el ideal del Bodhisattva, uno cuya Persona Interna conquista al final a la Externa y alcanza así el derecho de entrar al nirvana, sacrifica expresamente esa recompensa para permanecer encarnado y ayudar a otros hasta que todos los seres conscientes hayan alcanzado la misma meta. En la segunda de estas, algunas veces referida como el ideal pratyeka-buddha, uno quien alcanza vimutti, y por lo tanto está libre de la rueda de muerte y renacimiento, entra al nirvâna y ya no tiene una presencia activa en el mundo material. Entre todas las tradiciones espirituales del mundo, las escrituras y doctrina budista proporcionan la más clara distinción entre estas dos opciones para quienes alcanzan la liberación de la rueda de la muerte y renacimiento.

 

Volviendo ahora al tema central en cuestión, preguntamos: ¿Cómo y en qué medida la metáfora de ascender a la cumbre de una verdadera montaña se correlaciona con el ascenso a la cumbre de la verdad espiritual y el riguroso sendero que debe hollarse para alcanzarla? Podemos también preguntar, ¿cómo se relaciona esta metáfora, específicamente, con las vidas diarias de quienes están en este peregrinaje espiritual? Un buen lugar para comenzar a encontrar una respuesta a estas preguntas es citar a Annie Besant, segunda Presidente de la Sociedad Teosófica, en la que emplea esta metáfora de una manera única identificando dos caminos separados para alcanzar la cumbre. Ella escribe:

 

Quien entra en el sendero probatorio se propone efectuar en un corto número de vidas lo que en centenares de ellas habrá de cumplir el hombre del mundo. Se parece a quien, anheloso de subir a la cima de una montaña, no sigue el largo camino que por su falda serpentea. Él dice:  “Voy a subir directamente por la ladera; no perderé tiempo en recorrer ese meandro larguísimo… Subiré a la cumbre, por muchos que sean los obstáculos. Si hay precipicios, los cruzaré; si peñascales, treparé por ellos…pero estoy resuelto a escalar la ladera” ¿Cuál será el resultado? Tropezará con millares de dificultades en su camino y lo que gane en tiempo debe compensarlo con el esfuerzo necesario para salvarlas. Quien entra en el sendero probatorio es el hombre que escoge el atajo para subir a la cima y desafía sobre sí todo su karma pretérito, del que debe liberarse antes de estar calificado para la iniciación”.[4]

 

En su versión de la metáfora de la cumbre y del ascenso de la montaña, Besant menciona una interesante y profunda diferencia entre dos enfoques diferentes en el ascenso a la cumbre. Aunque aquí nos sintamos tentados a hacer una comparación o correlación entre sus dos enfoques para ascender a la cumbre y nuestra anterior distinción entre el ideal del Bodhisattva y el ideal de pratyeka-buddha, los hechos no pueden apoyarlas. Hay demasiados budistas contemplativos, espiritualmente exaltados, en los centros de meditación de ‘la tradición del bosque’ y sanghas Theravada para permitir tal correlación, y por esta razón uno no debería deducir que esto es lo que quería decir Besant. Por consiguiente, en nuestra versión de esta metáfora, la que, cuando es completa, puede ser muy fácilmente considerada como una parábola, nos concentraremos únicamente en quienes toman el sendero del Bodhisattva, es decir, esos que desean ascender ‘directamente por la ladera de la montaña’, sin considerar sus afiliaciones religiosas.

 

Nuestro foco de atención en quienes siguen el camino del Bodhisattva destaca los inminentes y más grandes, o quizás ‘condensados’ rigores de quienes huellan ese sendero más corto a la cumbre. Existe una estructura antigua y jerárquica que consta de esos pocos que de forma similar han recorrido antes este sendero más corto del Bodhisattva y han alcanzado la cumbre de la verdad espiritual, y quienes luego, a menudo se convirtieron en los maestros de esos actualmente comprometidos en un ascenso directo a la cumbre. Porque ellos eligen trabajar después por la humanidad, y entonces necesitarán ciertas habilidades, después de sus iniciaciones iniciales y aceptación al chelado, estos escaladores se someten a un entrenamiento considerable para dominar las fuerzas de la Naturaleza, entre otras cosas, durante sus peregrinajes. En suma, como Besant sugiere, estos escaladores, a causa de su ascenso voluntariamente acelerado a la cima de la verdad, también deben experimentar una acelerada confrontación con su karma, cuyo resultado a menudo incluye gran sufrimiento y penurias. Quienes eligen escalar directo hacia arriba de la montaña hasta la cumbre deben forjar sus propios caminos, y las consecuencias de las muchas decisiones difíciles que toman a lo largo de este camino desafiante, son solamente suyas.

 

Esos viajeros espirituales, metafóricamente escaladores, quienes toman la opción de ir derecho hacia arriba de la montaña, para seguir el ideal del Bodhisattva, se enfrentan a cargas no enfrentadas por otros. Primero, el escalamiento derecho hacia arriba es mucho más difícil y agotador que un ascenso gradual y requiere por lo tanto un grado extraordinario de dedicación y determinación diferente al necesitado por otros. Segundo, el riesgo de dañarse o morir en este empinado ascenso es mucho mayor que el enfrentado por aquellos que emprenden un ascenso gradual. De hecho, un considerable sufrimiento condensado en la forma de daños metafóricos, si no la muerte, es prácticamente ineludible en el ascenso hacia arriba de este empinado sendero. La ley de compensación (karma) dicta esta regla, porque en esta metáfora solamente quienes han alcanzado un suficiente grado de pureza espiritual pueden tener éxito en alcanzar la cumbre. Y tal pureza espiritual ocurre por decisión y equilibrio de nuestro karma opuesto, al equiparar la victoria de la Persona Interna sobre la Persona Externa con una lucha agonizante, es decir, el ascenso directo.

 

La tradición sostiene que no hay excepciones para esta ley. Esto está ilustrado con la experiencia de Damodar Mavalankar de Bombay, quien fue uno de los colegas más queridos de HPB y H.S.Olcott, y acerca de quien pocos tuvieron algo que decir, excepto alabarlo por su lealtad y dedicación a estos fundadores y su misión. A comienzos de 1885 Damodar dejó India como iniciado, para dirigirse al retiro de su maestro Koot Hoomi Lal Singh, en los Himalayas. No hubo palabras acerca del progreso de Damodar hasta que se recibió una nota de este adepto transcrita en una carta a Olcott en junio de 1886. La nota dice:

 

El pobre muchacho (Damodar) tuvo su caída. Antes de poder estar en presencia de los ‘Maestros’ tuvo que someterse a las pruebas más severas, las que ningún neófito haya podido jamás soportar, para reparar todos los actos dudosos en los cuales había participado, por un celo excesivo, trayendo de este modo deshonor sobre la ciencia sagrada y sobre sus Adeptos. El sufrimiento mental y físico ha sido demasiado grande para su débil cuerpo, cuya postración es profunda, pero con el tiempo ya se repondrá. Que esto sea para todos vosotros una advertencia. Vosotros habéis creído de modo ‘más vivo que sabio’. Para abrir las puertas del misterio, es necesario no solamente practicar en vuestra vida una probidad absoluta, sino también aprender a distinguir lo verdadero de lo falso. Mucho habéis hablado del Karma, pero no habéis aún comprendido bien el verdadero significado de esta doctrina”.[5]

 

De esto podemos aprender cuan crítica es la decisión de comenzar un ascenso empinado y directo a la cumbre de la verdad, y por qué nunca deberíamos fracasar en estar plenamente consciente de nuestro propio carácter o de hacer suposiciones sin cuestionamientos, acerca de nuestra aptitud para avanzar. Se dice: ‘Pide y se te dará’, pero este pedido, que puede ser fácil y que invariablemente incita a una respuesta, siempre debería estar precedido por una evaluación seria y honesta de nuestra presteza para ‘recibir’ y nuestras circunstancias actuales. Figurativamente hablando, la falla en evaluarnos honestamente antes de ‘pedir’ sería equivalente a empezar a escalar la cumbre del Everest sin ningún entrenamiento físico o equipo necesario, una decisión con un probable resultado trágico. Pero al mismo tiempo, no podemos permitirnos una duda excesiva o ansiedad nerviosa para evitar la decisión de comenzar tal ascenso. Un valor firme es requisito absoluto para este ascenso. Y siempre y repetidamente los adeptos que se comunicaban con los jefes del movimiento teosófico de fines del siglo diecinueve los urgieron a intentar. Este consejo a menudo se encontraba en su correspondencia en todas las cartas con mayúsculas: INTÉNTELO.

 

El éxito en completar el difícil ascenso espiritual y ascender a la cumbre de la verdad está, en un sentido figurativo, en sufrir la derrota, o ‘muerte’, de la Persona Externa, que a menudo pelea con ferocidad para evitar este resultado. Aunque el cuerpo físico puede sobrevivir a esta muerte, el resto de la Persona Externa debe renacer completamente de alguien con deseos y apegos personales, con necesidades e inclinaciones emocionales y mentales, a alguien cuyas motivaciones son completamente inegoístas y puras, y está sujeto a las directivas de la Persona Interna. Hay menos formas de ‘muerte’ que producen tal grado de sufrimiento. El difícil criterio estándar para lograr este resultado es:

 

“El ayuno, la meditación, la pureza de pensamiento, palabra y obra; el silencio durante ciertos periodos de tiempo para dejar que la misma naturaleza le hable al que se acerca a ella pidiendo información; el dominio de las pasiones y de los impulsos animales; al absoluto desinterés en la intención”.[6]

 

Siguiendo estos requisitos, sufrir las aceleradas y duras vicisitudes del karma que se imponen al escalador espiritual que decide ascender el sendero recto de la montaña a la cumbre de la verdad no es sino otra forma de describir el proceso de esta muerte de la Persona Externa. Este proceso ocurre típicamente durante el ascenso y generalmente debe completarse antes de alcanzar la cumbre.

 

El escalador espiritual, al comienzo de su ascenso a la cumbre aparentemente indómita de la montaña, también debería darse cuenta de que no hay atajos fáciles a esa cumbre. Extendiendo la metáfora, uno no puede montar un animal o un vehículo o ser transportado en un palanquín o tomar un helicóptero. Ninguna cantidad de riqueza o influencia social o política pueden ayudar a este escalador a alcanzar la cumbre, ni uno puede tomar el lugar de otro. Un escalador así debe usar sus propios pies, y hacer el difícil ascenso por sí mismo y solo. A lo largo del camino este escalador perderá el paso y a veces resbalará penosamente hacia atrás, cuesta abajo. Este escalador invariablemente sufrirá rasguños, magulladuras, huesos rotos, extremidades congeladas y gran fatiga. Pero a pesar de tales reveses y lesiones, el escalador debe sin embargo mantenerse ascendiendo si quiere alcanzar la meta. En el camino, los pies del escalador deben finalmente ser ‘lavados en la sangre del corazón’ que fluye de una herida en el corazón hecha por la penetrante lanza del sacrificio, el sacrificio del mundo de la Persona Externa a la Persona Interna más elevada y noble.

 

Ciertos aspirantes pueden al menos haber llegado a un punto en sus largos peregrinajes espirituales donde es el momento de decidir emprender tal ascenso extremo a la cumbre. En este punto ellos consideran escoger seguir el camino del Bodhisattva y de dedicar activamente el gran esfuerzo que acarrea esta opción con dedicación completa. Esta elección es la decisión de intentar. Al principio pueden luchar poderosamente con el peso de esta decisión, ya que las consecuencias involucradas son generalmente formidables. Para los escaladores que viven en la población en general, los efectos de esta decisión en sus vidas pueden ser radicales y pueden, como un primer paso, incluir la entrada o reubicación en un monasterio, ashram u otras comunidades espirituales.

 

Además, por su propia supervivencia, la Persona Externa trabaja vigorosamente en contra de la decisión de ascender. Aún con el desastre mundial que ocurre a intervalos más rápidos y la oscuridad espiritual implacable que empuja a cubrir a la humanidad, algunos aspirantes pueden sentirse cómodos dentro del ambiente de sus familias y comunidades, y quizás de sus trabajos. Esto coloca a estos aspirantes en desventaja al enfrentar las consecuencias de esta decisión personal. Hallándose al borde mismo de esta decisión, algunos pueden incluso estar listos sin comprenderlo, pero actúan más bien para proteger sus senderos espirituales familiares y evitar así ciertos resultados incómodos que siguen a un compromiso total de ascender directamente a la cumbre de la verdad.

 

Una decisión así nunca es fácil. Primero requiere una mirada sin parpadeos a las profundidades de nuestros corazones para descubrir si tenemos el valor y el vigor para seguir. Esta decisión, una vez tomada, puede resultar en alteraciones en las varias relaciones que tenemos, incluyendo aquellas con nuestras comunidades en general. Al tomar la decisión, nuestros motivos son algunas veces malentendidos y criticados, irónicamente, como egoístas o separados. Se dice que ‘quien atiende la opinión de la multitud nunca se remontará por encima de la multitud’[7]. En algunos casos esta decisión puede significar un sacrificio de estas relaciones y ciertamente un sacrificio de nuestra comodidad, tranquilidad y sentido de seguridad. Generalmente significa una entrega de lo que creemos que es certeza en nuestro camino de la vida a la incertidumbre, y de una dirección claramente planeada a lo desconocido. Para aquellos escaladores espirituales que ya residen en una comunidad espiritual, esta decisión, aun cuando libre de algunas dificultades enfrentadas por quienes no son residentes de comunidades espirituales, no es menos difícil. En resumen, requiere una entrega a nuestra Persona Interna, que ocurre a través del proceso simultáneo de superar la Persona Externa, cuyos deseos, hábitos y apegos mundanos, a partir de este momento, se vuelven insignificantes.

 

La extraordinaria dificultad de esta decisión, de comenzar el ascenso directo a la cumbre de la verdad, y al lograrlo, dedicarse a la iluminación de la ‘huérfana’ humanidad, no es nueva. De hecho, es antigua y ha dado origen a máximas de la verdad acerca de este peregrinaje espiritual como multivocati, electipauci (muchos son llamados, pocos escogidos) que encuentran expresión en la escritura cristiana en Mateo, 22:14. Y el temible peligro al escalar directo a la cumbre no es nuevo tampoco, expresado por Besant cuando el escalador convoca ‘para sí mismo todo su karma pasado’, emprendiendo el camino del Bodhisattva. Esta elección es inmemorable, aunque siempre presente.

 

Desde el primer ascenso a la cumbre del Everest por Edmund Hillary en 1953, más de 250 escaladores han muerto tratando de ascender a esa cima, y muchos más han quedado lesionados. Pero el ascenso directo a la cumbre de la verdad espiritual toma mucho más tiempo y a menudo es peligroso. La principal diferencia entre quienes han ascendido exitosamente a la cumbre del Everest, y quienes metafóricamente ascienden directamente a la cumbre de la verdad espiritual, es de gran importancia. Aquellos que ascienden a la cumbre del Everest han alcanzado discutiblemente la más magnífica vista del mundo y una clara demostración de suprema disciplina y voluntad. Pero aquellos que triunfaron en ascender directamente a la cumbre de la verdad espiritual, con todo el deplorable sacrificio y sufrimiento de ese arduo ascenso, han alcanzado algo extraordinario como consecuencia de su elección de servir a la humanidad. Uno puede creer que la llegada de estos escaladores a la cumbre señala su entrada a un nuevo mundo prodigioso y mágico, donde están inmersos en un vasto depósito de amor incondicional, una condición en la que ellos y aquellos con quienes trabajan, permanecen mientras continúa el servicio.

 

Notas


 

[1]  Barker, A. Trevor, ed. Cartas de los Mahatmas a A. P. Sinnett, Segunda Edición, Londres: Rider & Company, 1962, Carta 29, párrafo 5.

[2] . Blavatsky, H.P.,La Doctrina Secreta, Vol. I Londres. The Theosophical Publishing Company, 1888, p.127.

[3]  Aquino, Tomás de, Summa Theologicae, II.2q.26, art. 4. Cambridge: Cambridge University Press, 1975. P.128.

[4]  Besant , Annie, El Sendero del Discipulado, Segunda Edición, Adyar: Theosophical Publishig House (TPH), 2015, página 83.

[5]  C. Jinarajadasa, ed, Cartas de los Maestros de Sabiduría, Primera Serie, Adyar: TPH, 7ª Edición, 2011, Carta 29, p.70.

[6]  Barker, A. Trevor, ed. Cartas de los Mahatmas a A. P, Sinnett, Segunda Edición, Londres: Rider & Company, 1962, Carta 49, párrafo 5.

[7]  C. Jinarajadasa, ed. Cartas de los Maestros de Sabiduría, Segunda Serie, Adyar: TPH, 7ª. Edición, 2011, Carta 22, p. 46

 

 

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