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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 137 - Número 08 -  Mayo 2016 (en Castellano)

 
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Acercándonos a lo Divino

 

Tim Boyd

 

 

Durante los primeros días de la Sociedad Teosófica, a H.P. Blavatsky se la conocía por criticar las prácticas de la Iglesia y la forma en que actuaba el cristianismo en su época. Es algo comprensible, dada la situación de colonialismo, especialmente en la India. Para HPB se trataba de un asunto de “valiente defensa de los que son injustamente atacados”. Creo que sentía que la imposición de una religión extraña mal practicada sobre una cultura en la que los planteamientos existentes respecto a la Divinidad tenían un gran mérito, era algo que debía abordarse. Y naturalmente, a su manera guerrera, ella lo abordó.

 

Lo que vemos en sus escritos es que criticó frecuentemente la manera en que se planteaba en la Iglesia el concepto de Dios. Raramente usaba la palabra “Dios” en sus obras, al menos no en el sentido familiar de la práctica cristiana habitual y, cuando lo hacía, solía ser para señalar algunas de las limitaciones que se habían impuesto sobre este principio potencialmente grande e inspirador. No se oponía a Dios, sino a la caracterización distorsionada que emergía de una filosofía errónea y al hecho de que esa caricatura de la divinidad se estuviera imponiendo sobre una población colonial.

 

Ella reconocía como un razonamiento distorsionado esa idea de la existencia de una inteligencia absoluta, infinita y suprema que después se personifica, a la que se le da un nombre y que se describe en términos de limitaciones humanas como la ira, la cólera y la insatisfacción además de adjudicarle toda una hueste de atributos limitadores. Y por eso hablaba del tema. Desde el punto de vista de HPB, al hablar de lo Absoluto, la única manera de poder describirlo era como la oscuridad y la nada, la nada en el sentido de que lo Absoluto carece completamente de atributos; no tiene ninguna asociación con ninguna cosa en particular, y por eso “nada” “ninguna cosa” era el modo más apropiado de describirlo.

 

Los autores posteriores a HPB en la tradición teosófica, Annie Besant, C.W. Leadbeater, I.K. Taimni y otros, no vieron ninguna dificultad en usar la palabra “Dios” para expresar un significado particular. En La Clave de la Teosofía HPB adopta el papel del Investigador y también del Teósofo que responde a las preguntas. En el libro le hace una pregunta muy directa al Teósofo que estaba respondiendo. La pregunta es: “¿Cree usted en Dios?” Es una pregunta directa y aparentemente simple. La respuesta que ella da a esa pregunta es muy reveladora. No es una respuesta de “sí” o “no”. Es la siguiente: “Eso depende de lo que usted quiera decir con el término (Dios)”. Y sigue describiendo todas las cosas que no estarían incluidas en ninguna creencia funcional en lo Divino. Cosas como la personalidad o todo lo que pudiera sustituirse por el pronombre  “él” o “ella” estaría en esa clasificación. Pero dice que en lo que sí creemos es en una “esencia universal y divina”. Annie Besant y otros tenían una idea muy clara de lo que estaban diciendo cuando utilizaban el término “Dios”.

 

Dondequiera que vayáis y cualquier época que examinéis de la historia mundial, veréis que siempre han tenido algún concepto de lo Divino, algo equivalente al concepto de Dios. Durante los últimos 100 años hemos tenido la oportunidad de observar un experimento, llevado a cabo ampliamente, que consistía en concentrar esfuerzos deliberadamente para erradicar las creencias religiosas. En ese experimento que probaron en la Unión Soviética y también en la China comunista,  una población hasta entonces muy versada en distintos planteamientos de lo Divino estaba viviendo bajo un nuevo orden social en el que la práctica o la creencia religiosa ya no estaban permitidas. No solamente no estaban permitidas, sino que se aplicaban severos castigos a todo aquel que se atrevía a practicarla. La idea predominante en esas sociedades comunistas era que la religión es algo antinatural que se le había impuesto a la conciencia humana y, que si se le impedía cualquier oportunidad de expresarse, acabaría desapareciendo. Ese experimento se probó aproximadamente durante tres generaciones. Así, los hijos de los hijos de las personas que fueron sometidas por primera vez al experimento fueron educados en ausencia de una expresión religiosa abierta. 

 

Al finalizar esos regímenes, lo fascinante fue que, de repente, como no había desaparecido nunca, la necesidad religiosa volvió a surgir con mucha fuerza, de modo que, aunque las organizaciones de quienes practicaban esas religiones podían haber sido destruidas, o su mente podía haber sido manipulada con la cárcel o la “reeducación”, de alguna manera los principios que habían dado origen al impulso religioso permanecieron intactos. Desde un punto de vista teosófico, resulta claro. La fuente del impulso religioso se halla en lo más profundo del interior, fuera del alcance de las fuerzas mentales, materiales e incluso emocionales.

 

Tenemos una expresión en la literatura teosófica que dice que “la fe es el conocimiento inconsciente”. La razón de que aflore continuamente este sentimiento de devoción hacia lo Divino dentro del corazón de la humanidad se debe a la presencia de un “conocimiento” que excede a la mente consciente. Se encuentra más allá del reino de la comprensión mental, pero  está reaccionando continuamente sobre la mente. Lo conocemos y no puede desaparecer. Existe una “esencia divina universal y esencial” que impregna continuamente la vida de todos y  cada uno de nosotros.

 

HPB también criticaba mucho la oración, al menos tal como se practicaba en la Iglesia de su tiempo e incluso en la Iglesia actual. Con una reacción parecida a la que tenía con el planteamiento filosóficamente erróneo respecto a Dios, estaba convencida de que la oración, tal como era comprendida y practicada, debilitaba al que rezaba. E igual que pasaba con el concepto de Dios, no tenía un problema con la plegaria en sí, sino con la comprensión distorsionada del practicante común. La plegaria, al fin y al cabo, es una de las técnicas de la vida espiritual que se encuentra y se practica en todas partes del mundo. Algunos de los más grandes seres de la historia se han visto influenciados por su práctica de la oración.

 

En La Clave de la Teosofía, HPB habla de la oración. Primero comenta lo poco apropiado que es un planteamiento que le hace una petición a un ser divino por algún deseo egoísta, con la esperanza de que sea atendida, tanto si es algo merecido como si no, o incluso aunque vaya en contra de las leyes de la Naturaleza. Dice que ese planteamiento es lo más opuesto a la verdadera oración. Afirma que, como teósofos, sí, creemos en la oración, pero ella la describía como “la oración de la voluntad”. La oración de una voluntad que no va dirigida hacia alguna persona ensalzada, sino  hacia el “Padre de los Cielos”. Eso ella lo distinguía  de la creencia predominante de la figura del Padre divino en las nubes, que concede  cosas a quienes dicen las palabras correctas. El Padre de los Cielos es nuestra más profunda naturaleza espiritual: Atma-Buddhi-Manas. HPB hacía la distinción de que la oración genuina está dirigida a este Padre de los Cielos, que es un principio porque es universal.

 

Annie Besant y otros autores posteriores de la tradición teosófica utilizaron muy libremente la palabra “oración”. De hecho, hoy en día, en casi todas las reuniones que se celebran en el mundo teosófico recitamos una oración que escribió Annie Besant y que conocemos como la “Plegaria Universal”.

 

Escribió esa plegaria en respuesta a la petición de una persona que había convocado una reunión y le pidió una meditación para el grupo. Ella escribió una plegaria y dijo que, mientras la escribía, parecía que se la iban recitando en su interior. Sentía que no podía escribir una meditación, porque consideraba que eso era un tema más personal. En su lugar, escribió la plegaria “Oh Vida Oculta” para esa reunión determinada, con la idea de que podría recitarse dos veces al día, por la mañana y por la noche. Naturalmente, ha acabado por convertirse en algo que recitamos en todo el mundo teosófico y que se utiliza en la práctica personal de innumerables individuos.

 

Uno de los puntos fundamentales en la tradición del misticismo es la idea de que Dios o la presencia divina universal es algo que puede experimentarse y que es únicamente en esa experiencia donde aparecen el verdadero significado y valor. Incluso HPB, en su descripción de la plegaria de la voluntad, dice que sus efectos pueden llevarnos a una comunión genuina, como si fuera la fusión de un alma superior con la esencia universal.

 

Hay un librito procedente de la tradición mística cristiana, escrito como  manual de la práctica de la unión con Dios, o lo Divino. Se llama The Cloud of Unknowing. En él encontramos una breve plegaria muy potente. Dice lo siguiente:

 

¡Oh Dios!, a quien se abren todos los corazones,

Para quien el deseo es elocuencia,

A quien no se le oculta ninguna cosa secreta,

Purifica los pensamientos de mi corazón

Con la efusión de tu espíritu

Para poder amarte con un amor perfecto

Y alabarte como mereces.

 

Podríamos tratar de profundizar un poco en el sentido de esas palabras. Es una plegaria inagotable, pero podemos al menos rozar la superficie. “¡Oh, Dios!, a quien se abren todos los corazones” es el reconocimiento, como debe tener toda plegaria verdadera, de la realidad, de lo que es. No es la combinación específica de unas palabras lo que la hace diferente, sino el reconocimiento interno de que existe una esencia divina universal con la cual todos los corazones están conectados y a la cual todos se abren. La plegaria, pues, empieza con ese reconocimiento básico de lo que es la realidad de las cosas.

 

La frase “para quien el deseo es elocuencia” podría ser un poco más complicada. En la tradición hermética hay un dicho que tal vez conozcamos: “Detrás de la Voluntad está el deseo”. Sólo mediante el esfuerzo que se hace para cultivar el deseo de un tipo particular se puede influir en la personalidad y abrirla a la naturaleza superior. El deseo del que hablamos estaría más en consonancia con la aspiración. En ausencia del cultivo y dirección de lo que llamamos “deseo”, no experimentamos el descenso de la voluntad superior. La palabra “elocuencia” tiene que ver con la persuasión. Así la frase “para quien el deseo es elocuencia” describe la persuasión de nuestro deseo superior, ese deseo que bordea e invoca el descenso de la Voluntad Divina.

 

La frase siguiente dice: “a quien no se le oculta ninguna cosa secreta”. El único lugar donde hay cosas ocultas está dentro de los oscuros recesos de nuestra propia personalidad, esos rincones de nuestro ser en los que no estamos dispuestos a permitir que entre una luz superior. Esos son los lugares donde nos sentimos limitados, donde nos ocultamos de nosotros mismos y de los demás, donde acogemos todos los complejos y dificultades que mantienen ocupados a los psicólogos. En nuestra relación con el Yo Superior, con lo Divino, el secretismo es a la vez algo sin sentido e innecesario. Todo se sabe, siempre. Este reconocimiento permite una liberación del esfuerzo masivo que hacemos necesariamente para fortalecer esos lugares ocultos. De nuevo, se trata simplemente de un reconocimiento de la realidad.

 

Así la primera parte de esta plegaria nos hace pasar por el proceso de reconocer los distintos aspectos de lo Divino y su potencial para una implicación creativa dentro de la personalidad. La parte siguiente de la plegaria hace una petición: “purifica los pensamientos de mi corazón con la efusión de tu espíritu”. Se pide que la luz de lo Divino pueda brillar sobre esos pensamientos generados en la parte más profunda de nuestro ser; no los pensamientos de nuestra mente normal, ni los que parecen ir y venir a cada momento, sino los pensamientos de “mi corazón”.

 

Muchas veces pensamos en la “Luz” como en un sinónimo de lo Divino. Para el que ha construido una casa sin ventanas y se pasa la vida dentro, no es razonable esperar que la luz resplandeciente del sol pueda abrirse paso para llegar hasta él. El hecho de que nos encontremos separados de esa luz no disminuye en ninguna manera la luz del sol. Solamente afecta a nuestro acceso.

 

Esta parte de la plegaria no está pidiendo que el sol brille más, ni le pide al sol que penetre por las paredes que hemos erigido a nuestro alrededor. La plegaria dice “purifica los pensamientos de mi corazón con la efusión de tu espíritu”. Es una expresión de nuestra voluntad para eliminar las barreras que hemos creado de modo que pueda entrar la luz. No es una plegaria para cambiar el funcionamiento del Universo. Es una expresión de nuestra voluntad para acceder al resplandor de la luz del sol divino.

 

La plegaria culmina con “para poder amarte con un amor perfecto y alabarte como mereces”. ¿Cuál es la naturaleza de un “amor perfecto”? ¿Cuál es la naturaleza de la “alabanza?” Cuando hablamos de la alabanza, lo hacemos de distintas formas (y tipos). Ocurre a menudo con los niños: si hacen algo bueno, los alabamos para que puedan desarrollar su confianza. La verdadera alabanza ocurre cuando vemos algo valioso y lo reconocemos. No se crea ni se fabrica en el momento. Es el reconocimiento y apreciación de lo que es.

 

Y ¿cual es la alabanza que merece la “esencia divina universal”? Probablemente sea algo mucho menos complicado de lo que pensamos. Tal vez no signifique ni más ni menos que el reconocimiento de la presencia de lo Divino en cada persona, en todas las cosas, dondequiera que miremos. Ésa es la alabanza que fluye de la persona que genuinamente ha alcanzado un punto en su desarrollo que le permite ver. Alabar falsamente aquello que no vemos o que no hemos captado es un gesto vacío. Pero todos hemos tenido alguna experiencia que, de algún modo, ha confirmado esa “fusión” de nuestra alma superior con la naturaleza divina de la que habla Blavatsky. Tenemos esa realización, por esto en esta plegaria hablamos de ello. En el Bhagavadgita Krishna se llama a sí mismo el Gobernante Interno Inmortal presente en el corazón de todos los seres. Cuando surge dentro de nosotros la capacidad de verlo, ese simple reconocimiento ya es la alabanza que merece.

 

Hay muchas plegarias similares. Hemos dado ésta, de un autor desconocido, como un ejemplo del potencial para acelerar todas las actividades de nuestra personalidad, para que puedan señalar la verdadera experiencia de esa Vida oculta, Luz oculta y Amor oculto que Annie Besant mencionaba en su Plegaria Universal. Está presente en todas partes, y generalmente no reconocida y no apreciada. Cualquier recurso que nos ayude a  reconocerla al menos momentáneamente es digno de nuestra consideración.

 

 

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