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El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 136 - Número 01 -  Octubre 2014 (en Castellano)

 
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Recordando a Radhaji

  

Pablo Sender

 

Conocí por primera vez a la Sra. Radha Burnier en Argentina, durante su ciclo de conferencias en el 2001 y otra vez en el 2004 bajo similares circunstancias. Después tuve ocasión de vivir y trabajar en Adyar durante casi dos años y de experimentar directamente lo incansable que era en su trabajo como Presidente internacional de la Sociedad Teosófica.

Aunque mi amistad personal con Radhaji no fue muy larga en el tiempo, ha sido una influencia importante en mi vida teosófica y espiritual. Sus enseñanzas fueron, a la vez, un faro de luz y una fuente de inspiración. Mirando hacia atrás, puedo recordar vívidamente las veces en que sus escritos, sus palabras o sus acciones tuvieron un efecto directo en el rumbo de mi viaje. Puesto que este es un informe personal de mi amistad con Radhaji, inevitablemente voy a hablar de mi vida para presentar el contexto y por eso le pido disculpas al lector.

Poco después de haber ingresado en la ST, tuve una conversación con un miembro que me habló de Radhaji y de sus enseñanzas. Sin conocer sus escritos, fue la primera vez que entré en contacto con sus ideas. En aquella conversación encontré muchos puntos interesantes de reflexión, pero fue uno en particular el que iba a cambiar la dirección de mi planteamiento del trabajo espiritual. En ese momento estaba yo estudiando en la universidad y mi actitud respecto a la Teosofía era básicamente intelectual. Pero entonces ese miembro me dijo que, según Radhaji, el cambio fundamental que tenemos que producir en nosotros mismos no lo es tanto al nivel del conocimiento sino al nivel de la percepción. Todavía recuerdo el impacto que ese concepto me produjo en la manera de pensar. La idea de que el problema de la humanidad no era fundamentalmente lo mucho o lo poco que sabemos, sino cómo percibimos la vida y a nosotros mismos, tenía un aire a la vez misterioso y profundo, difícil de captar del todo. Me intrigó y empecé a explorar sus obras. Finalmente, me di cuenta de que el conocimiento, incluso el conocimiento teosófico, no es un objetivo en sí mismo, sino más bien un medio hacia algo mucho más fundamental. Fue a través de sus escritos que me di cuenta, por primera vez, de que mientras mi percepción continuara dentro de la esfera de la mente divisoria, estaría atrapado en una realidad fragmentada, a pesar de todo el conocimiento que pudiera acumular. Desde ese momento enfoqué todo mi interés en aprender cómo romper aquella barrera psicológica.

Unos años después de esa conversación tuve la oportunidad finalmente de conocer a Radhaji en 2001. Fue durante su visita a Argentina. En ese momento ya estaba muy familiarizado con sus enseñanzas. Asistí a todas las conferencias que dio en el país y su presencia fue muy inspiradora para mí. Además, puesto que formaba parte del Consejo Nacional de la ST en Argentina, pude participar en algunas charlas privadas con ella en las cuales hablamos de temas referentes a la administración y gestión de la ST en nuestro país.

Durante una de las conferencias que dio para los miembros de la ST me di cuenta de una cosa muy importante. En su presentación mencionó la importancia de observar nuestra mente tal como había enseñado J. Krishnamurti, es decir, con una atención silenciosa, sin enjuiciamiento ni manipulación del contenido de nuestra conciencia. Yo ya estaba explorando esa práctica y me había fijado en que parecía contradecir la técnica de Patanjali del pratipaksha bhavana descrito en el Yoga Sutra II.33: “Cuando te perturben pensamientos negativos, deberías pensar en lo opuesto”. Al final de su charla le pregunté cómo podían reconciliarse esos dos planteamientos. Conociendo la afinidad de Radhaji con Krishnamurti, esperaba que defendiera la observación silenciosa. Su respuesta, sin embargo, fue que las dos prácticas no eran realmente contradictorias. Que a veces un estado de atención pasiva era el mejor planteamiento, pero en otras ocasiones puede ser más apropiado aplicar el método más activo de Patanjali. Dijo que cada uno de nosotros debía descubrir qué técnica era apropiada en cada momento. Esta respuesta me enseñó un principio muy importante. Vi cómo tiende la mente conceptual a tomar las cosas de la manera divisoria y exclusivista, es decir, si “A” es correcto, entonces “B” es incorrecto. Pero la vida espiritual es mucho más dinámica de lo que tendemos a creer y no puede presentarse en compartimentos estancos de reglas duras y estrictas. Esto también me llevó a darme cuenta de que hemos de tener una actitud experimental y probar los distintos planteamientos sin prejuicios, viendo cuáles funcionan realmente y cuándo.

Otra maravilla de aquella visita fue una comida que preparamos para ella entre unos veinte representantes del Grupo de Jóvenes Teósofos de distintas ciudades de todo el país. Recuerdo un incidente divertido que ocurrió aquella mañana y que, a mi juicio, describe un rasgo prominente de su personalidad. La comida iba a tener lugar en un edificio de la ST. Para saludarla adecuadamente, recurrimos al limitadísimo conocimiento de sánscrito que algunos teníamos y escribimos con tiza en una pizarra en la escritura devanagari “Namaste Radhaji”. La inscripción estaba hecha con una hermosa letra y tenía los bordes coloreados. En cuanto Radhaji entró en la habitación, vio el saludo, se acercó a la pizarra, y ante nuestro asombro, cogió un trozo de tiza y tachó la palabra “Radhaji” con una X muy grande. Luego se giró y empezó a explicar que habíamos escrito la palabra incorrectamente con dos “a” cortas, procediendo a reproducir cómo sonaría la palabra en ese caso. Después la escribió correctamente, en su letra devanagari bastante vacilante y nos mostró la diferencia. Nuestro dibujo tan artístico había sido desmontado por el toque austero del academicismo. Lo más probable es que ni siquiera se hubiera dado cuenta de que queríamos rendirle homenaje con aquel saludo tan ornamental. Lo que sí que apreció fue nuestro esfuerzo por aprender sánscrito y no dudó en ayudarnos en esa línea.

En esa misma ocasión tuve la oportunidad de preguntarle sobre una preocupación que teníamos un grupo de miembros y yo en esos momentos. Teníamos la impresión de que el trabajo teosófico de nuestro país necesitaba algunos cambios. Según nuestra opinión, estábamos haciendo un buen trabajo, estudiando las enseñanzas básicas teosóficas, pero no insistíamos en su relevancia práctica. Por ello, la ST en Argentina se percibía generalmente como una organización bastante intelectual. Aunque teníamos una idea de la dirección que deberíamos tomar para remediar la situación, no sabíamos cómo hacerlo sin confrontaciones y conflictos con otros miembros que no parecían ver la necesidad de un cambio. Después de que yo describiera la situación, Radhaji nos dijo que no deberíamos tratar de “forzar” a los demás a cambiar sino que, más bien, deberíamos aplicar nuestra energía a construir algo nuevo en armonía con nuestra visión. Dijo que si lo que estábamos haciendo contenía la semilla de la verdad, la energía vendría a revitalizarlo. Después iría creciendo y al final acabaría por reducir la influencia de lo que ya no fuera un planteamiento válido.

En aquellos momentos pude reconocer lo apropiado de aquel planteamiento como un ideal, pero no veía de qué manera una tendencia dominante y bien establecida podría cambiar con ese otro planteamiento indirecto. A pesar de todo, lo conservé en mi mente mientras intentaba hacer lo posible para gestionar la situación. Con el tiempo me di cuenta de la profunda sabiduría que había detrás de aquellas palabras y lo reconocí como un consejo práctico, que no sólo es idealista, sino que, a largo plazo, era la manera más efectiva de proceder.

Radhaji visitó Argentina otra vez en 2004. Yo formaba parte del grupo que organizó su viaje lo cual me permitió tener una relación más cercana con ella. Tuvimos varias conversaciones informales pero muy interesantes y también observé su respuesta en ciertas situaciones, todas ellas muy esclarecedoras.

Un rasgo asombroso de su personalidad, que mucha gente reconocía, era la intensidad de su mirada. Abría mucho los ojos y muchas veces parecían más gran-des de lo que eran en realidad. Para mí, ese era el signo externo de un estado interno de atención. Puedo compartir una pequeña anécdota respecto a esto.

A su llegada, dos o tres de nosotros le estábamos explicando todos los preparativos que se habían hecho para ella. Durante el curso de nuestra explicación, nos miraba en silencio y atentamente, pero sin mostrar ninguna respuesta particular a lo que estábamos diciendo. Creímos que podía estar esforzándose para entender nuestro inglés, por lo que básicamente seguimos repitiendo la misma información de manera ligeramente distinta. Seguía sin responder nada. Finalmente, nos detuvimos y le preguntamos si lo había entendido. Ella dijo “Sí”, y nos repitió nuestras instrucciones perfectamente. La mayoría mostramos una actitud de atención intensa solamente cuando estamos haciendo un esfuerzo para entender algo y eso es lo que suponíamos que estaba pasando. Pero evidentemente se trataba de un estado más natural en ella, reflejado en su modo de escuchar en silencio, sin las respuestas mecánicas que solemos mostrar en nuestras conversaciones.

Su gira de conferencias tuvo mucho éxito. La conferencia pública que se dio en una sala de la universidad atrajo a 400 personas. Estábamos muy contentos con el resultado y uno de nosotros preguntó si el trabajo había respondido a sus expectativas. Su simple respuesta fue “Nunca tengo expectativas”. Finalmente me di cuenta de lo importante que es esa actitud, no sólo para el trabajo teosófico sino para el sendero espiritual en general. Esta respuesta ejemplifica uno de los aspectos del carácter de Radhaji que yo admiro. Tenía la integridad de decir siempre la verdad tal como ella la veía, sin intentar halagar ni buscar la aceptación. Realmente, me parece que la mayoría de los teósofos espiritualmente maduros, desde HPB hasta Radhaji, estaban en contra de los halagos y muchas de las cosas que consideramos “corteses” porque estas acciones muchas veces no son más que estrategias que alimentan nuestro ego. Recuerdo una ocasión en la cual Radhaji dijo que no deberíamos estar dándonos las gracias ni aplaudiéndonos los unos a los otros en el trabajo teosófico. Hacemos este trabajo porque es nuestro servicio a la humanidad y no deberíamos esperar ningún reconocimiento personal a cambio.

Otro aspecto de su carácter que pude observar fue su sensibilidad al reconocimiento de la Vida Una. En una de sus charlas le preguntaron qué podíamos hacer para ayudar a la humanidad. Su respuesta fue que la humanidad no debía ser nuestra sola preocupación como teósofos, porque deberíamos ser conscientes de la totalidad de la existencia. Unos días después me di cuenta de que esas palabras no eran sólo un concepto filosófico, sino una realidad viva para ella. Un día, después de cenar en el Centro Teosófico de San Rafael, salió a dar un paseo. Al salir del salón en el que cenamos, se encontró con tres perros perdidos de las granjas que hay alrededor del Centro. Vi cómo se inclinaba y pensé que necesitaba ayuda para espantarlos. Me acerqué y empecé a espantar a los perros pero ella me detuvo diciendo “No, no. ¡No hagas eso! Sólo tienen hambre.” Entonces fue cuando me di cuenta de que había estado acariciándolos. Siguió mirándoles en silencio con afecto y luego me pidió que fuera a buscar un poco de pan. Permaneció allí con la sonrisa de un niño entusiasmado mientras ellos comían. Después comentó “Mira lo felices que están ahora que han comido. Tiene que ser difícil para ellos ver que todo el mundo come mientras ellos tienen hambre”. Su preocupación después era por lo que les iba a ocurrir cuando la actividad del Centro hubiera terminado y la gente se hubiera ido. Tal vez se podría pensar que se trata de una actitud normal en personas que aman a los animales, pero todo el incidente estaba rodeado de un sentimiento diferente; no tanto de un amor personal por los animales sino de reconocimiento y respeto por la vida universal en sus distintas expresiones.

En el Centro teníamos unas camisetas con el emblema de la ST que había preparado el Grupo de Jóvenes para recoger fondos para sus actividades. Cuando las vio dijo que compraría una para su chofer de Adyar. Al final de su estancia le regalamos una de las camisetas, pero ella insistió en pagarla. Le dijimos que no hacía falta, que ya le habíamos regalado otra a un conferenciante anterior. Inmediatamente respondió: “No hagáis comparaciones”. En sus conferencias y escritos, Radhaji señalaba muchas

 

 

 Casa donde vivía Radha Burnier en Adyar

 

veces lo destructivo que es el hábito que tiene la mente de hacer comparaciones. Pero lo que me pareció asombroso fue ver cómo respondía de esa manera espontáneamente incluso en las cosas pequeñas, que parecían tener poca importancia. Cuando una mente está anclada en un estado determinado, se expresa siempre de esa manera de forma natural.

En el 2005 tuve la oportunidad de vivir y trabajar en Adyar. Pocos días después de mi llegada fui a ver a Radhaji en su despacho y me preguntó dónde me gustaría trabajar. Sabía que no había nadie en los Archivos así que le dije que podía trabajar allí. Los Archivos están en el piso debajo de su despacho y a veces mi trabajo requería recabar su información antes de tomar algunas decisiones. Así, durante mi estancia, tuve muchas oportunidades de hablar con ella.

En una de estas conversaciones Radhaji mencionó la existencia de algunos documentos privados que apoyaban la postura de uno de nuestros líderes teosóficos en una famosa controversia. Le pregunté si deberíamos publicar un libro con esa nueva información, pero dijo que no. Afirmó que no sería una buena idea desde una perspectiva más esotérica. Esta publicación solamente removería los fuertes sentimientos que algunas personas pudieran tener todavía al respecto, y estimularía respuestas y contra respuestas y el resultado de todo sería una mayor contaminación de la atmósfera mental. Dijo que un verdadero teósofo trabaja de forma impersonal en beneficio de la humanidad y no le preocupan los ataques personales o de prestigio. Añadió que, desde un punto de vista kármico, los ataques personales no pueden interferir en el trabajo de ninguna manera grave o duradera. Esta respuesta fue, para mí, un ejemplo de su profunda auto abnegación en el trabajo teosófico.

Sentía una profunda y silenciosa reverencia por los Maestros de Sabiduría. Después de una de sus charlas sobre ellos mencioné que, a veces, el ser conscientes de nuestras propias imperfecciones puede crear la sensación de que los Maestros están alejados, más allá de nuestro alcance. Su respuesta no fue nada ambigua: “Los Maestros nunca están lejos”. Y ciertamente, cuando me comunicaba con Radhaji sobre temas teosóficos, su presencia se sentía mucho más cercana.

Permanecí en Adyar hasta octubre del 2006, durante casi dos años, y durante aquel tiempo tuve la oportunidad de relacionarme con Radhaji tanto en el ambiente de trabajo como a un nivel más personal. Siempre fue amable y franca, sin halagos ni condescendencia. Era una persona muy austera, dotada de un gran sentido del humor. Su estilo de vida revelaba una profunda comprensión y realización de muchas de las cosas de las que hablaba y escribía. Aunque, naturalmente, yo no soy de la opinión de que estuviera libre de defectos, ¿quién lo está?, era una persona que representaba muchos ideales teosóficos.

Con su partida de este plano, nuestra organización ha perdido a un líder que no será fácil de sustituir. Tal vez el mejor homenaje que le pueden rendir quienes apreciaban a Radhaji y su trabajo, sea hollar el sendero espiritual con tanto interés como ella, y dedicarse a materializar la visión que ella tenía de la Sociedad Teosófica.

 

  

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