Vol. 136 - Número 01 - Octubre 2014 (en Castellano) |
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Recordando a la hermana Radha Burnier
SURENDRA NARAYAN Fue Vicepresidente internacional de la Sociedad Teosófica durante quince años
Radhaji fue Presidente de la Sociedad Teosófica durante treinta y tres años, hasta ahora el periodo más largo de cualquier presidente de la Sociedad. Fui afortunado de estar relacionado con ella durante todos esos años. Durante todo el periodo como Presidente, ella estuvo profundamente comprometida y dedicada a los tres objetivos de la ST, tal vez más a su primer objetivo: formar un núcleo de la Fraternidad Universal de la Humanidad. Todos los años, incluso cuando fue envejeciendo, solía viajar a diferentes partes del mundo y hablar en grandes reuniones, dar charlas y debatir con miembros de la Sociedad y del público sobre temas relacionados con la bondad, la paz y la felicidad perpetua en la vida.
El tiempo de su presidencia habla del respeto y devoción que Radhaji continuó recibiendo durante tanto tiempo de miembros de la Sociedad de todo el mundo. Algunas de sus cualidades eran total generosidad y gran dedicación a sus deberes y trabajo. Además de su trabajo administrativo y de viajar, encontró tiempo para escribir. Algunos de sus escritos más inspiradores están en las notas de Desde la Atalaya, en cada publicación mensual de El Teósofo, durante todos sus años como Presidente. Éstos brindan una valiosa guía para sus vidas a los lectores en el mundo, físico y espiritual.
Ella creía fuertemente en el campus de Adyar y constantemente se esforzaba por mantenerlo limpio y puro en su atmósfera, como cuando fue fundado. En sus notas de Desde la Atalaya, ella escribió:
Adyar no es sólo la Sede Internacional de la Sociedad Teosófica. Hay un cartel afuera de la habitación de la Dra. Besant en el que se lee: “Trabaja por Adyar, el Hogar de los Maestros”. “El Hogar de los Maestros no significa algo material. Significa que Adyar debe ser un hogar para su influencia, desde el cual su resplandor se puede expandir. Adyar no es una comunidad ordinaria con la cual la gente puede cooperar o no para una variedad de propósitos ulteriores. Quienes viven en un lugar como Adyar, si realmente quieren hacer de él y mantenerlo como debería ser, deberían tener un espíritu de dádiva, de contribución con su riqueza espiritual interior más que de recibir ventajas para sí mismos. Todos deben estar allí para dar algo de sí.
Radhaji ejemplificó lo que significa ser un teósofo: trabajar mucho sin pensar en ningún beneficio para sí mismo. En otra de sus notas en Desde la Atalaya, ella dijo:
El teósofo lleva una vida de servicio para otros. Obviamente debe ser un altruista, porque la esencia de la ignorancia es el sentido de separación, y la sabiduría es sinónimo de libertad de cualquier sentimiento de separación.
El servicio altruista es la expresión natural de una mente sabia, y caracterizará en medida siempre creciente a cualquiera que se esfuerce en transformarse en un teósofo.
Durante mi larga relación con Radhaji desarrollé un gran respeto por ella como la Presidente y como teósofa. Ella combinaba un constante y firme rumbo en su trabajo por la Sociedad, con compasión y cuidado por los demás, reconocía que la vida es un viaje de aprendizaje y que ninguno de nosotros, incluyéndola a ella, era perfecto, pero que por el viaje de aprendizaje de la vida expandíamos nuestra esfera de conocimiento y ganábamos sabiduría.
A menudo se nota que a medida que una persona envejece, su velocidad y/o cualidad de trabajo se ve afectado. Sé que esto es verdad en mi caso, y cualquiera que haya interactuado con Radhaji sabe que esto no fue así para ella. Incluso al envejecer, su energía permaneció joven e incansable. Después que me fui de Adyar, Radhaji y yo a menudo hablábamos sobre diferentes temas, y siempre me sorprendía que ella continuara atendiendo su trabajo con la misma energía que lo había hecho veinte años atrás.
En una conversación telefónica, unas pocas semanas antes de su muerte, le mencioné que su constante dedicación y arduo trabajo por la Sociedad, a su edad, me recordaba un poema de Robert Frost. Con su permiso, le leí algunas líneas del poema:
El bosque es hermoso, oscuro y profundo, Pero tengo promesas que cumplir, Y millas que transitar antes de dormir, Y millas que transitar antes de dormir.
Al leerle el poema, sentí que sonreía, y ella dijo, “Sí, he leído ese poema”.
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