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El Teósofo - Órgano Oficial de la Presidenta Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 134 - Número 09 -  Junio 2013 (en Castellano)

 
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Problemas de la mente y el corazón

 

Hugh Shearman

 

La mayoría de las personas son conscientes de dos elementos en sus vidas: un elemento calculador y otro motivador. La mente sola no puede suministrar la fuerza que produce la acción. Existe en nuestras vidas un elemento pasional o emotivo o de deseo que nos mantiene en movimiento y, como en esta era nos complace considerarnos seres más bien razonables, la relación entre los elementos mentales y emotivos de nuestra naturaleza —entre la mente y el corazón—  es motivo de constante preocupación para nosotros.

 

Fue David Hume, el filósofo escocés del s. XVIII, quien le dijo al mundo occidental que la razón es y debería ser “la esclava de las pasiones”. No quiso decir que se trataba de pasiones que fueran necesariamente malas. Sencillamente enunciaba que la mente no se pone en movimiento por sí misma, sino por algo distinto en nuestra naturaleza. Esto ha sido una enseñanza muy perturbadora para quienes intentan regular sus vidas por lo que ellos consideran razón. La misma enseñanza fue promulgada una vez más, en sus implicancias sociales, por Bertrand Russel en 1954, y ciertos escritores marxistas han intentado refutarlo, con evidente ardor.

 

Quizás podríamos discutir por nimiedades como la definición de los términos mente y corazón, pero seguramente la mayoría de la gente ha tenido la experiencia de que no sólo la razón nos motiva a la acción. La razón puede analizar, elaborar y proveernos una base objetiva para modificar nuestro curso de acción, pero fundamentalmente podemos remitirnos al deseo para encontrar la fuerza motora de nuestras acciones. El deseo puede ser instintivo o intuitivo. Puede estar, según nuestra opinión, por encima o por debajo de la razón. Pero es distinto de la razón.

 

Quizás a veces descubrimos que este elemento motivador en nuestras vidas es en cierta medida mayor que la mera razón calculadora, que puede superar a la razón sin entrar en conflicto con ésta, que puede ser lo que denominamos intuición y puede incidir en el mundo de la razón con una comprensión noble y sutil que crea armonía en ese mundo, y no discordia. Pero infelizmente a menudo existe considerable discordia entre los elementos calculadores y motivadores en nuestra vida, un conflicto entre el corazón y la mente.

 

Debido a que este conflicto de la mente y el corazón nos causa mucha molestia, intentamos solucionarlo, y con entusiasmo seguimos cualquier camino que nos propongan como una cura a esa molestia. En la búsqueda de esas distintas soluciones al conflicto de la mente y el corazón, con frecuencia descubrimos que nos tornamos más conscientes del conflicto y de nuestra impotencia.

 

Por ejemplo, se nos dice que la meditación nos ofrece una solución al conflicto de la mente y el corazón, y por lo tanto aprendemos los métodos de meditación y obtenemos una clara idea mental de lo que debe hacerse. Pero en realidad no meditamos, porque francamente no deseamos meditar. La mente puede presentarnos admirables hechos y razones sobre el tema de la meditación, pero el corazón no se involucra en ellas, y entonces no hacemos nada. Si esto sucede, la meditación resulta ser no una solución, sino tan sólo otra actividad en la que nos enfrentamos de manera humillante con nuestro conflicto, nuestra impotencia y fracaso.

 

Como vivimos en una era en que la razón recibe un considerable respeto, la mayoría de las soluciones que procuramos al conflicto de la mente y el corazón tienen que ver con la mente actuando como vigía del corazón. Es porque vemos que tantas buenas intenciones son traicionadas y tantos buenos principios son burlados en las vidas de las personas en las que sin embargo existe un gran deseo por algo mejor. Hacer que la mente actúe como vigía del corazón implica una continuación indefinida de esa división de mente y corazón de la cual surge nuestro conflicto.

 

Llamar la atención sobre este insatisfactorio proceso de colocar la mente como vigía del corazón, y reconocerlo, no significa eliminarlo. A mucha gente se le ha hecho ver que sus esfuerzos por llevar una vida armoniosa y moral se ha basado en gran medida en este proceso, y han fracasado debido a ello, pero con frecuencia su reacción ante este descubrimiento es la de especializar otro departamento de la mente para que actúe como vigía del vigía. Pareciera que podemos percibir que esa operación ocurre en algunos que se han tornado conscientes del conflicto mente-corazón al estudiar o escuchar las enseñanzas de J. Krsihnamurti.

 

Es una enseñanza de antigüedad inmemorial que detrás de la mente y el corazón existe algo mayor, una intuición, un integrador celestial, en el cual la mente y el corazón se armonizan y son uno. Pero eso es algo que no se obtiene por métodos de búsqueda que pertenecen a los mundos de la razón y el deseo. Lo que está más allá del deseo no puede ser objeto del deseo.

 

  Inmersos como estamos en los conflictos de la mente y el corazón, ¿no existe una manera de avanzar desde donde estamos hacia una visión nueva y más feliz que pertenezca más a ese mundo de la intuición? No es de ninguna ayuda que sólo se nos informe de manera austera que ese mundo no puede ser alcanzado por la mente o el corazón. Si existe una manera de  avanzar y elevarnos hacia esa forma verdadera y armoniosa de considerarnos a nosotros mismos y a nuestro mundo, el primer paso seguramente es a partir de donde estamos ahora. Los hierofantes más solemnes nos dirán, quizás con razón sin ninguna duda, que no podemos llegar allí por etapas, y que arribar significa descubrir que estuvimos allí todo el tiempo. Sin embargo, hay seguramente algo que pueda hacer el ser terrenal y espiritual más sencillo, para quien estas ingeniosas paradojas no le traen ningún alivio.

 

De hecho, parece haber una manera de resolver estos conflictos sacando cada conflicto y problema particulares fuera de los límites de los valores meramente personales y en cambio, verlos dentro de un esquema universal. Esto requiere imaginación  y no tan sólo un frío proceso mental. De hecho, el corazón y la mente deben unirse en ello.

 

Supongamos que me encuentro en un estado de conflicto. Me encuentro solo o enojado o confundido. Entonces, en vez de batallar con ese conflicto, me permito contemplar toda la otra gente que está sola o enojada o confundida. Me permito observar muchos de ejemplos de su soledad, enojo o confusión, hasta que percibo su condición ya no como algo personal de ellos mismos, sino como parte de un vasto proceso mundial. Avanzando a tientas en esa dirección, ya he ingresado en un estado de mente y corazón que de alguna manera es superior a esa condición en la que mi propio problema parecía tan agudo. Me encuentro en una nueva condición, con un comprensivo buen humor, y sé mejor qué hacer acerca de mi propio problema personal. Por lo general, no hay nada que hacer. La modificación del foco de pensamiento o sentimiento que se ha producido es todo lo que se necesita.

 

Esta forma de mirar el conflicto no es una panacea. Otras personas utilizan un enfoque totalmente distinto. Lo importante es establecer con mayor claridad un sendero que nos conduzca fuera de nuestro pequeño egoísmo. Gran parte del patetismo de quienes padecen trastornos psicológicos es que no podemos llegar a ellos no importa cuánto queramos ayudarlos. Cada uno se ha construido una pequeña caja cerrada dentro de la cual persigue su propia cola o se lamenta o se deprime. De nada sirve irrumpir dentro de la caja desde afuera. Sólo se logrará que construya una caja más pequeña y más sólida. Debe abrir la caja desde el interior y salir por sí mismo. Todos nuestros conflictos e infelicidades poseen algo de esa cualidad y son cajas en las que nos hemos aprisionado a nosotros mismos. Salir de allí siempre implica un impulso de simpatía que puede conducirnos a un mayor conocimiento de ese proceso universal que por sí solo nos brinda significado como individuos.

 

Lo que más probablemente despierte nuestra simpatía en primera instancia es nuestra propia difícil situación, pero este impulso de simpatía debe ser dirigido hacia el mundo exterior y no se le debe permitir que se fije en la peligrosa condición de autocompasión, una condición que ha servido para justificar casi todos los crímenes que se han cometido.

 

Una buena predisposición para dirigirse hacia el exterior imaginativamente, hacia lo universal y lo general, puede servir de ayuda en muchas esferas de la vida. Ciertamente puede iluminar nuestros estudios. También puede tornar más efectivas muchas otras cosas que hacemos.

 

Por ejemplo, existe un creciente interés hoy en día por la utilización del pensamiento como forma de curación, y una lamentable aura de egoísmo se ha acumulado alrededor de parte de esa actividad. Se forman los denominados grupos de curación a distancia e intentan ayudar con sus pensamientos a mejorar la salud de otros. Con plena seguridad tendrían más éxito si, en vez de intentar curar individuos directamente, procuraran curar a toda la clase a la cual pertenece el individuo enfermo en cuestión. Así, si en vez de meditar fervientemente para curar el reumatismo de un tío abuelo, se pensara en curar a todas las personas que padecen reumatismo en el mundo, entonces algo regresaría de ese esfuerzo más universal, el cual también sería más valioso para el propio tío abuelo que si uno se hubiese concentrado en él exclusivamente.

 

No se puede negociar un acuerdo con lo universal y una imagen demasiado precisa y personal de lo que deseamos obtener, a cambio de muchos buenos pensamientos, esto equivale a un regateo de mercado con los dioses.

 

El lado personal de la vida, en el cual surge todo conflicto de la mente y el corazón, no debe condenarse o desatenderse. Pero su valor y deleite se encuentran en el hecho de que siempre puede servir de base para un punto de partida que conduzca hacia algo superior, más estable y de mayor grandeza.

Cuando se lo ve de verdad, nunca ningún problema es en realidad “mi” problema. Existe tan solo un Problema. Fue propuesto cuando el Uno se convirtió en Dos y dio comienzo el Universo. Éste es el único problema que debemos resolver, y todo problema particular es tan sólo un reflejo de éste. Y para nuestro ánimo quizás podemos escuchar al paradójico místico que nos diga si ese Problema universal fue solucionado fuera del tiempo cuando fue propuesto.

 

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Si podemos abordar nuestro problema sin juzgarlo, sin identificarnos, entonces las causas que se ocultan detrás de éste se nos revelarán. Si deseamos entender un problema debemos dejar a un lado nuestros deseos, nuestras experiencias acumuladas, nuestros patrones de pensamiento. La dificultad no se encuentra en el pensamiento en sí, sino en cómo lo abordamos. Las cicatrices de ayer impiden que lo abordemos correctamente. El condicionamiento traduce el problema según su propio patrón, que de ninguna manera libera al pensamiento-sentimiento de la lucha y el dolor del problema. Traducir el problema no significa comprenderlo; para entenderlo y de esa manera trascenderlo, la interpretación debe cesar.

J. krishnamurthi

 

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