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El Teósofo - Órgano Oficial de la Presidenta Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 134 - Número 01 -  Octubre 2012 (en Castellano)

 
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Moralidad y Devoción

  

WAYNE GATFIELD

 

El Sr. Wayne Gatfield es el Presidente de la Rama Bolton, en la Sección Inglesa de la Sociedad Teosófica

 

El concepto de moralidad está muy pasado de moda en la sociedad moderna, tanto así que la gente joven se avergüenza de admitir su pureza. ­ Se considera natural estar involucrado en algún tipo de actividad sexual desde muy temprana edad. Esto se debe principalmente al hecho de que la mayoría de las religiones imponen reglas morales a sus adherentes sin explicarles la razón del porqué. Por lo tanto, el joven que encuentra más placer en su búsqueda sexual que en los anticuados rituales y desganados sermones de sus predicadores, naturalmente se rebelará contra la autoridad que intenta administrar tales reglas. La única manera en que se puede convencer a una persona de vivir una vida más pura es si se le muestra que existe algo mejor y que el permitirse ceder ante sus emociones más bajas le impide experimentar esta calidad de existencia superior.

La Teosofía nos enseña que la lucha que tenemos con nuestra naturaleza inferior se debe principalmente a las acciones de los Atlantes hacia el final de su época en este planeta, en que habían degenerado en magia sexual y distintas prácticas perversas, las cuales se discuten en detalle en La Doctrina Secreta (vol. II. 410):

Tampoco cayó sobre ellos la maldición del Karma por haber buscado la unión natural, como lo hace todo el mundo animal sin mente en la estación apropiada; sino por abusar del poder creador, por degradar el don divino, y malgastar la esencia vital sin más objeto que la bestial gratificación personal.

Que esta obsesión con la sexualidad no trae la felicidad última ni tampoco mejora la calidad de vida, es un indicador del hecho que el contentamiento ha de encontrarse en otra parte. No existe manera de que los procesos físicos puedan producir un estado espiritual de la mente como lo creen quienes practican los aspectos inferiores del Tantra, por ejemplo. Debemos “renunciar a esta forma pasajera” antes de poder comenzar a vivir una vida divina trascendental. Es sólo de esta manera que podemos abrir la puerta a una visión del mundo y de nuestro prójimo más amplia y más satisfactoria.

Para convertirnos en un “recipiente del alma del mundo”, como dijo Emerson, deberíamos aprender a entregarnos con devoción a nuestro Ser Superior dentro de nosotros. Krishna en el Bhagavadgitâ declara que deberíamos pensar solo en “Él” y ese conocimiento de “Él” es lo único que vale la pena tener. Si pensamos en Krishna como el Ser Superior entonces esto reviste una interpretación menos personal y podemos empezar a comprender  que todo lo que aprendemos en esta vida y todo por lo que luchamos en el sentido material por la “forma pasajera” es tan solo un pobre sustituto del conocimiento de nuestro ser espiritual, que es el único conocimiento que es de uso permanente. Todo lo demás es tan solo para adornar una sombra temporaria. La moralidad, por lo tanto, debería tener su origen en una verdadera preferencia por algo superior y mejor dentro de nosotros que nos induzca a abandonar todo lo que impida su plena manifestación en nuestro interior. No existe otra manera de convencer a la gente de que abandone su forma de vida materialista. Como dijimos, si ellos encuentran más placer en las cosas mundanas, no las abandonarán bajo ninguna circunstancia. Si el sendero espiritual les resulta frío y austero, no querrán abandonar esas cosas que les producen felicidad para seguir un régimen que ellos imaginan conduce a la tristeza y alienación de esos amigos y pasatiempos que tanta satisfacción les han brindado a lo largo de los años.  No es verdad que la mayoría de la gente no se siente satisfecha con su estilo de vida; en general está contenta de vivir una vida materialista. Aunque esté cargada de sufrimiento, lo aceptarán como parte del proceso de vivir. Es poco probable que abandonen sus senderos tan transitados para seguir un estilo de vida espiritual. Son habitualmente quienes sienten la necesidad de algo más, quienes están cansados o aburridos con sus vidas, los que buscan una manera distinta de vivir. O quienes han sufrido una tragedia. Pero incluso en este último caso todo depende de la reacción individual ante el hecho. Es muy probable que la persona se sienta amargada y se sumerja aún más en caminos materiales de pensamiento y acción. Para quienes están mentalmente maduros todo puede convertirse en un proceso de aprendizaje y una forma de desarrollarse por medio del dolor y la destrucción del dolor, como nos dice Luz en el Sendero. Incluso puede mostrarnos que nada fuera de lo Eterno en realidad puede ayudarnos.

 

Una enseñanza Hindú nos cuenta que así como podemos soñar que nos decapitan y luego despertar y descubrir que en realidad nunca ocurrió, así es la vida en general. Cosas pueden ocurrirnos a nivel de nuestra naturaleza inferior, pero nuestro Yo Superior permanece intocado y si nos entregamos con devoción y nos concentramos en la dimensión inalterable de nuestro Ser, nos daremos cuenta de que nada le ocurre en realidad al Verdadero Hombre o Mujer. Este tipo de comprensión ayudó a muchos adherentes de las distintas religiones a soportar diferentes torturas y tormentos. En muchos casos puede haber sido la creencia de que un dios personal los estaba asistiendo, pero los efectos eran los mismos. Por ejemplo, Ana, la Santa cristiana, murió por las embestidas de un toro en la arena romana, pero cuando se le preguntó, mientras agonizaba, si había sentido algún dolor debido al ataque del animal, ella respondió: “¿Qué toro?” Se encontraba tan absorta en el “amor a Dios” o el Infinito, que no había notado el incidente. Gautama Buddha dice también en el Sutra del Diamante, que en una vida anterior, el príncipe de Kalinga le había infligido terribles torturas, pero como él no estaba centrado sobre su yo inferior, fue capaz de soportar el sufrimiento, y además de no guardar sentimientos de odio hacia el perpetrador. Es un caso de “perdónalos, pues no saben lo que hacen”, como se dice que dijo Jesús. Los torturadores son guiados por la ignorancia y no saben que kármicamente deberán sufrir mucho más que sus víctimas, quienes a la larga recibirán compensación por su sufrimiento.  ¡Entonces, en verdad no saben lo que hacen! Estamos en esta tierra por unos pocos y efímeros años, en esta personalidad en particular, y por lo tanto no deberíamos desperdiciar nuestro tiempo acumulando cosas, física, mental y emocionalmente que tengan que ver con nuestra vida en este "valle de lágrimas". Jesús en los evangelios nos dice que no debemos acumular tesoros en la tierra, donde los ladrones hurtan y la polilla y la herrumbre destruyen, sino que hagamos tesoros en el cielo, donde el ladrón no puede hurtar, ni la polilla y el herrumbre pueden destruir.

 

Él nos está diciendo que aquello que consideramos tesoros son meras burbujas, y que los verdaderos tesoros son los que pertenecen al reino del Espíritu, y son permanentes, esas cosas que tomamos de cada personalidad y que se tornan parte de nuestro verdadero Yo y nos ayudan a crecer y estar más cerca de las Fuente de todas las cosas. La mayoría de nosotros vivimos en un paraíso ilusorio, viviendo los pocos preciados años de nuestras vidas complaciendo a una sombra pasajera. Otro motivo por el que estamos tan confundidos y divorciados de todo sentimiento genuino la mayor parte del tiempo, es porque estamos alienados de la naturaleza. Uno de los principales motivos que llevaron a H.P.B. a escribir La Doctrina Secreta, fue el de asignarle al hombre su verdadero lugar en la naturaleza. Somos un producto de la naturaleza, al igual que un árbol, y hemos alcanzado una etapa en nuestro desarrollo en que la auto conciencia ha emergido y podemos avanzar en nuestro Viaje Espiritual mediante esfuerzos inducidos y concebidos por nosotros mismos. Hay una gran riqueza de significado en esas pocas palabras. Ningún libro puede transmitirnos la realidad del Sendero, e incluso las palabras pueden atraparnos y recluirnos y arraigar nuestros pies en un punto, y así convertirnos en meros malabaristas intelectuales, que parecemos ser inteligentes, pero en nuestro interior estamos vacíos. Si comprendemos que los libros y las palabras son solo indicadores, podemos comenzar a discernir su importancia. Si emprendemos un viaje, las señalizaciones son esenciales en determinados momentos, de lo contrario andaríamos totalmente perdidos, pero somos nosotros quienes debemos emprender la caminata. No nos detenemos en una señal a admirar el cartel. Gautama Buddha dijo lo mismo en la enseñanza de la balsa. Necesitamos una balsa para cruzar el río, pero una vez que hemos cruzado, debemos abandonarla, de lo contrario se convierte en una carga. Lo mismo sucede con las enseñanzas intelectuales: se convierten en una carga si nos aferramos a ellas. Los libros materiales son inferiores al Libro de la Naturaleza, en el cual se encuentra todo lo que conocemos, si sabemos cómo buscar. Hacemos esto por empatía con la naturaleza, ayudándola en vez de molestándola. La naturaleza nos considerará su compañero de trabajo y revelará sus secretos ante nuestro “ojo” interno, si aprendemos a dialogar con “ella”. La Voz del Silencio, de H. P. Blavatsky, lo resume poéticamente: Ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella; y la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te obedecerá.

Y ante ti abrirá de par en par las puertas de sus recintos secretos, y pondrá de manifiesto ante tus ojos los tesoros ocultos en las profundidades mismas de su seno puro y virginal. No contaminados por la mano de la Materia, ella sólo muestra sus tesoros al ojo del Espíritu —el ojo que jamás se cierra, el ojo para el cual no existe ningún velo en ninguno de sus reinos. Entonces te indicará los medios y el camino, la puerta primera y la segunda y la tercera, hasta la misma séptima. Y luego te mostrará la meta, más allá de la cual, bañadas en la luz del sol del Espíritu, existen glorias inefables únicamente visibles a los ojos del alma. Recuerda que los libros son invenciones humanas y cuyo propósito es transmitir ciertas ideas e imágenes mediante el uso de formas sobre papel. Los ideogramas de los idiomas chino y sánscrito hindú  expresan mucho más que su contraparte en el inglés, de tal manera que la traducción de muchos textos sagrados budistas solo dan algunos indicios del verdadero significado. Debemos proveer el resto utilizando nuestra imaginación. Las palabras pueden desorientarnos y las ideas pueden ser distorsionadas por la mente inferior hasta no reconocérselas más, pero la intuición, una vez desarrollada, nunca puede fallar.  La devoción, por lo tanto, nunca debe dirigirse a palabras o imágenes; sino a algo más allá de toda formulación e imaginación. De la misma manera, la moralidad no es un conjunto de reglas hechas e impuestas por el hombre que una minoría intenta infligir sobre la mayoría mediante coerción o violencia. Esto solo causará irritación y rebelión. La verdadera moralidad es la luz del corazón que guía y templa el alma y nos muestra lo que es real y lo que nos impide la plena manifestación del Espíritu en nosotros, lo que nos impide romper todas las barreras que ocultan nuestra Unidad con todas las cosas y lo que transforma lujuria en amor. Ya que en este mundo los dos se confunden para detrimento de la sociedad en su conjunto. De tal modo que nos aliamos con todo lo que es temporario, ya sea otra persona o algo material como el dinero, la fama o el poder, o incluso un “gurú” o dios, y a la larga nos desilusionamos. Sin embargo, dentro de nosotros, hay algo que no puede desilusionarnos, ya que está más allá de ese tipo de emociones y designaciones. Aunque para nuestros limitados intelectos pueda parecer poco o nada, de hecho lo es todo; y si hacemos buen uso de éste, encontramos que es inagotable. Pero no apela a nuestras emociones o sentidos, y por lo tanto no será de interés a la mayoría de la gente, quienes viven sus vidas mental y moral sobre la base de la experiencia física. Será difícil explicarles que deben abandonar sus vidas para vivir verdaderamente; es decir, abandonar sus limitadas vidas materiales para encontrar la verdadera libertad más allá restricciones auto impuestas y fabricadas por el hombre. El camino a la libertad comienza y finaliza con la mente.  Comenzamos con el conocimiento intelectual y finalmente nuestra mente es iluminada por la parte Espiritual de nuestra naturaleza y pasa a través de una especie de proceso de alquimia en la que se transforma en una devota pura de lo que es natural en nosotros —a diferencia de las imágenes, ideas y conceptos externos que nos imponen los erróneos puntos de vista de la ciencia, religión y filosofía— todo reflejado en el sistema educativo. Debemos estar conscientes de que el conocimiento por medio del cerebro es una etapa por la que pasamos y no debemos arraigarnos en esa forma en particular de mirar la vida, la que en muchos sentidos es errónea y engañosa. Se trata de tornarse real, ver las cosas como son y no “a través de un vidrio oscuro”. Si tan solo juntamos información, entonces estamos llenando nuestra cabeza con conceptos que no tienen ningún efecto sobre la manera en que nos comportamos o conducimos, al menos que las transformemos en formas de vida activas. Pero incluso entonces estamos imitando lo que hemos visto y no actuando de manera espontánea desde nuestro centro espiritual. La enseñanza Zen dice que cuando comenzamos el viaje vemos un árbol como un árbol, y luego a medida que avanzamos vemos que el árbol no es en realidad un árbol;  pero luego, en el nivel más elevado, volvemos a ver el árbol como árbol. Esto se debe a que hemos pasado la etapa de la conceptualización intelectual y vemos el árbol como realmente es. Por lo tanto, es beneficioso entregarnos a lo más elevado que podamos concebir y confiar que esa devoción nos llevará un día más allá de toda concepción. Moralmente, necesitamos desarrollar una conciencia de cuáles son las barreras que impiden alcanzar esa conciencia y sacrificarlas en el fuego de una comprensión más espiritual. Finalmente veremos a través de las máscaras que conjuran la ilusión de la separación que nos “alejan de los demás” y finalmente despertaremos al verdadero significado de la Fraternidad Universal de la Humanidad, sin distinción de raza, credo, sexo, casta y color.

Que los Maestros de la Misericordia apresuren ese día para todos nosotros.

 

Pues hoy se

contemplar la Naturaleza, no con esa

inconsciencia juvenil, sino escuchando en ella

la nostálgica música de lo humano,

que no es áspera pero tiene el poder

de castigar y procurar alivio. Y he sentido

un algo que me aturde con la dicha

de claros pensamientos: la sublime

noción de una sinpar omnipresencia

cuyo hogar es la luz del sol poniente

y el océano inmenso, el aire vivo,

el cielo azul, el alma de los hombres;

un rapto y un espíritu que empujan

a todo cuanto piensa, a todo objeto

y por todo discurren.

 

William Wordsworth

Tintern Abbey, X.II.88–102

 

 

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