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El Teósofo - Órgano Oficial de la Presidenta Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 133 - Número 11 -  Agosto 2012 (en Castellano)

 
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Evolución e Iluminación

 

 

DEVDAS MENON

Profesor del Departamento de Ingeniería Civil, IIT Madras.

Conferencia de Teosofía y Ciencia dada en Adyar, diciembre de 2011

 

Introducción

   Esta es una conferencia de “Teosofia y ciencia”, sobre “Evolución e Iluminación”, y sería apropiado comenzar por definir los términos: ciencia, teosofía, evolución e iluminación.

   Ciencia: (del latín scientia, que significa “conocimiento”) es una actividad sistemática que construye y organiza el conocimiento con predicciones y explicaciones verificables, libre de contradicciones internas, sobre el universo. Asume que existe una realidad objetiva compartida por observadores racionales, y gobernada por leyes naturales, que se puede descubrir por la observación y la experimentación sistemática. Las ciencias duras, tales como la física, la química y la biología, se ocupan del mundo físico exterior sensorio-motor. La ciencia se encontraría en serias dificultades si se le pidiera que investigara y explicara, por ejemplo, el momento de iluminación de Gautama Buddha bajo el árbol Bodhi, porque esta es una experiencia subjetiva que pertenece al mundo interno, que no es menos real para quienes la han experimentado, que lo es el mundo externo. Es necesario que esto cambie, y esto puede ocurrir sólo si ampliamos el ámbito de la ciencia incluyendo las realidades objetivas y subjetivas compartidas por observadores igualmente competentes, es decir que ¡los científicos necesitan experimentar la iluminación!

   Teosofía: se refiere a un estado de iluminación interno o “Sabiduría Divina” que una persona puede lograr por medio de la evolución intelectual y espiritual. Es digno de destacar que la “iluminación” y la “evolución” aparezcan en esta definición. A la Teosofía también se la describe como la sabiduría subyacente en todas las religiones cuando se las despoja de agregados y supersticiones. Al respecto, la teosofía comparte con la ciencia la búsqueda de la verdad y el rechazo de creencias falsas que ganaron terreno durante el curso de la historia humana.

   Iluminación: en un contexto secular a menudo significa “la comprensión total de una situación”, pero en términos espirituales, alude a una revelación espiritual o a una profunda percepción interna en el significado y propósito de todas las cosas, un estado de supremo conocimiento e infinita compasión, una conciencia modificada esencialmente por medio de la cual todo se percibe como un campo unificado.

   Evolución: se refiere a cualquier cambio direccional gradual. En las ciencias duras, a menudo se hace referencia a la evolución en un contexto biológico cosmológico. Pero, en el contexto de la iluminación espiritual se refiere a la evolución de la conciencia misma, que incluye y trasciende los mundos físico, biológico y mental. Según un antiguo proverbio Sufi:

 

Dios duerme en la roca,

Sueña en la planta,

Se agita en el animal,

Y despierta en el hombre.

 

   Los místicos en todo el mundo han sugerido que cuando tal despertar se manifiesta en el ser humano, es como si la conciencia se volviera conciente de sí misma, maravillada por un desenvolvimiento creativo propio.

 

Forma y Vacío

   Nuestras tradiciones antiguas también tenían sus ciencias que estaban en perfecta correspondencia con su sabiduría, a veces llamadas filosofía perenne. Según estas tradiciones de la sabiduría, el mundo material y el no material están impregnados con el Espíritu, y conformados por los cinco elementos (panchabhootha), éter, aire, fuego, agua y tierra, que constituyen cualquier forma. Se cree que toda creación emerge del Espíritu etéreo, inducido por un impulso evolutivo misterioso, que se manifiesta progresivamente de lo sutil a lo grosero, de la idea a la realidad material. Ya sea física, biológica, mental u otras, todas son sólo formas diferentes y maravillosamente diferentes de la misma conciencia. Todas emergen de la misma divina Fuente, subsisten y regresan a ella, el Terreno de todo el Ser, el Espíritu sin forma. Vivimos en un mundo de apariencias que está continuamente cambiando, aunque generalmente creemos que las formas tienen una sólida realidad permanente y propia.

   En la ciencia actual, tenemos una comprensión diferente de los “elementos” y creemos que nuestra comprensión del mundo material ha avanzado significativamente. Pero los científicos tienden a estar de acuerdo con la sabiduría antigua respecto a que, en realidad, el mundo material es totalmente diferente de lo que parece ser. Es como si nuestros cerebros estuvieran conectados directamente para ver las cosas en la superficie. Debajo de esta apariencia superficial, que percibimos por medio de nuestros cinco sentidos primarios, existen capas más profundas de realidad que necesitamos conocer en la búsqueda de la verdad respecto a la realidad última, esta búsqueda es compartida por la ciencia y la teosofía.

   Incluso los científicos necesitan dar un salto en su imaginación para entrar al mundo subatómico, un mundo que inicialmente se creyó que estaba constituido de pequeñas partículas separadas (quarks y electrones) girando a velocidades inimaginablemente altas, en grandes espacios vacíos. Con el nacimiento de la teoría del campo quántico, las pequeñas partículas que constituyen la materia, ahora se consideran como estimulaciones de un “campo quántico” subyacente inmanifestado en el que todo es posible, donde surgen y desaparecen las cosas con movimientos que no se pueden predecir en ningún grado de certeza, y donde todo está interconectado con todo lo demás. El Buddha, hace unos 2500 años atrás, sin la ayuda de ningún microscopio electrónico o cálculo matemático, intuyó este campo inmanifestado (“no nacido”), que él denominó vacío (sunyatâ), como la realidad absoluta subyacente en todos los  fenómenos que son invariablemente cambiantes en la naturaleza. Nuestra naturaleza esencial es un Vacío misterioso, no carente de todo, sino un Vacío grávido, lleno de infinitas posibilidades creativas. Nuestro campo subyacente de conciencia tiene un potencial infinito para crear, sostener y disolver cualquier forma de existencia, en el que todas las formas están interconectadas. Como se menciona en el Sutra del Corazón, una de las enseñanzas más famosas del Buddha es: la forma es vacío, el vacío es forma.

 

Evolución de la materia, la vida y la mente

   Un misterio similar se nos revela cuando cambiamos nuestra mirada de lo infinitesimal a lo infinito, a las lejanas distancias del espacio exterior. Los cosmólogos han calculado que después del Big Bang, que se dice sucedió unos 13.7 billones de años atrás, el universo emergió prácticamente de la nada, dando nacimiento al espacio y al tiempo. Desde ese momento el universo se ha estado expandiendo. De la nada, todo emergió en una poderosa explosión, y con el subsecuente enfriamiento y consolidación, la materia tomó forma y surgió la evolución cósmica. Desde ese momento hubo una lucha entre la expansión del universo hacia fuera y las fuerzas de gravedad hacia adentro en la materia, con galaxias y estrellas apareciendo o desapareciendo. Ciertamente, la galaxia que los científicos observan con los telescopios modernos no es como existe en este momento, ¡sino como fue hace billones de años atrás!

   En el inconmensurablemente enorme espacio vacío del universo, la vida, como la comprendemos actualmente existe sólo aquí en nuestro planeta Tierra que, según indican los cálculos, surgió hace unos 4.6 billones de años atrás. Misteriosamente, las condiciones aparecieron exactas para la aparición de la vida en sus variadas formas, desde células simples (3.8 billones de años atrás), a insectos y semillas (400 millones de años atrás), y todo tipo de plantas y animales, y finalmente a los humanos anatómicamente modernos (200.000 años atrás). Los científicos tienden a creer que esta aparición de la vida, que requiere de ciertos parámetros para asumir valores críticos y que habría sido imposible si hubiera habido la más pequeña desviación en aunque sea uno de estos valores, no es nada más que una coincidencia fortuita. Los científicos parecen no tener reparo en vivir en un universo sin significado y tienden a descartar cualquier noción de Espíritu simplemente porque no es algo que sus mentes racionales objetivas puedan ver o medir por medio de sus microscopios o telescopios. Pero tal vez, para la gran mayoría de la humanidad, existe algo precioso que falta en estas explicaciones, algo que los místicos en todo el mundo siempre intuyeron y vieron como la base misma de una existencia significativa.

   Los científicos intentaron, muy valientemente, examinar el “difícil problema” de cómo la evolución biológica condujo al surgimiento de experiencias subjetivas y fenómenos mentales, y cómo el desarrollo del cerebro humano, a partir del complejo reptiliano y el sistema límbico hasta el neo-córtex está correlacionado a potencialidades y capacidades mentales en aumento. Sin embargo, tal enfoque, que atribuye el surgimiento de la conciencia a la actividad neuronal en el cerebro, no ha tenido éxito todavía en producir la unión entre la mente y la materia. Claramente, para obtener una comprensión más completa, la ciencia necesita reconciliarse con la sabiduría antigua que percibe a la conciencia como la fuente primaria de todo, aunque misteriosa, en la que la involución y la evolución son procesos en desarrollo que unen la materia y la mente.

   En este contexto, es relevante recordar el bello relato de un diálogo entre un sabio gurú (que en sánscrito significa literalmente ´quien disipa la oscuridad´) llamado Uddâlaka y su joven hijo, llamado Svetaketu, como se describe en uno de los antiguos Upanishad-s. Como se acostumbraba en esos viejos tiempos, Uddâlaka mandó a su hijo a la edad de doce años a otro gurukula para su educación. Cuando Svetaketu regresó a la edad de veinticuatro años después de completar sus estudios, el inteligente padre rápidamente se dio cuenta que el joven a pesar de todo el profundo conocimiento que había adquirido de los Veda-s sobre auto-realización, todavía no había despertado completamente.

   Sentados bajo un árbol banyano, Uddâlaka le pregunta a Svetaketu: “¿Cómo llegó a existir este enorme árbol?”  El joven rápidamente contestó: “De la semilla”. “Pero,” pregunta el gurú, “cómo apareció la semilla?”  El joven no tuvo respuesta. Entonces el gurú le pide que vaya y obtenga un fruto del árbol, lo abra y saque la semilla. Luego le pide a Svetaketu que la mire adentro e informe lo que vio. Svetaketu informa debidamente que adentro no se ve nada. El padre luego le indica el milagro de la vida: “De este vacío aparente, surgió este enorme árbol. De la misma Fuente, emergió todo este universo, incluyéndote a ti y a mí. Tú eres Eso (tat tvam asi), Svetaketu!”

   Esa esencia espiritual es percibida como trascendente e inmanente en todas las formas de la consciencia.

 

El milagro de la existencia

   Han existido científicos que tuvieron algún grado de misticismo en su visión. Albert Einstein fue uno de esos científicos notablemente brillante. En cierta ocasión expresó: “Lo más bello que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente de todo arte y ciencia real.”  En otra ocasión, se dice que afirmó: “Sólo existen dos formas de vivir tu vida: como si nada es un milagro, o como si todo lo es.”

   Podemos tener idea de haber progresado espiritualmente y de haber leído, aprendido y practicado mucho, pero muchos de nosotros tendemos a volvernos monótonos, ritualistas y dogmáticos en nuestra práctica, y es necesario que regresemos una y otra vez a la frescura e inocencia de la mente de un principiante. Una de las formas más poderosas y sin embargo simples de hacer esto es pausar de vez en cuando en toda nuestra actividad para simplemente maravillarnos ante el supremo misterio que subyace en todo. ¡Perciban el misterio! ¡Respiren el misterio! ¡Sean el misterio! Este es un desafío importante especialmente para muchos de nosotros que nos encontramos perdiendo el sentido de vitalidad a medida que envejecemos.

   Esto es especialmente verdadero en la religión, cuando quedamos atrapados inconcientemente en nuestros sistemas de creencias y fracasamos en ver la omnipresencia del Espíritu. Hay una maravillosa historia, popularizada por Antony de Mello, un sacerdote jesuita, que ilustra este punto, y es relevante en el contexto de la iluminación. Había una vez, un sacerdote devoto llamado Padre Benedicto, quien había servido a la iglesia diligentemente durante muchas décadas y tenía absoluta fe en lo divino. Estaba a cargo de una iglesia particular cuando se inició un diluvio inesperado, y llovió durante muchos días ininterrumpidamente. A medida que el nivel del agua iba subiendo, hubo un esfuerzo por sobrevivir, y la gente trataba de escapar de la furia de la naturaleza dirigiéndose en botes a lugares más seguros. El buen sacerdote subió a la parte más alta de la iglesia y oró por el bienestar de todos. Cuando las agua alcanzaron el techo de la estructura y llegaron a su cintura, un bote se le acercó y la gente del bote le suplicó: “Padre, venga con nosotros y sálvese!” El Padre Benedicto les sonrió y dijo: “Por favor, no se preocupen por mí. El señor me salvará”. El agua siguió subiendo, y cuando estaba a la altura del pecho, otro bote se acercó y se repitió la misma escena. El Padre Benedicto estaba firme en su fe, y permaneció inamovible incluso cuando las aguas alcanzaron su nariz y era posible que se ahogara. Un tercer bote se le acercó, pero valientemente no lo aceptó y sostuvo: “He vivido una vida pura, devota al Señor. El señor seguramente me salvará!” Desafortunadamente para él, el Señor tenía otros planes, y se ahogó.

   Cuando recupera su conciencia, se encuentra en las nubes, en una cola para entrar por las puertas del Cielo. Reconoce a San Pedro en la entrada. San Pedro también le presta especial atención y le dice: “Padre Benedicto, bienvenido al Cielo! Pero, ¿por qué se lo ve tan apesadumbrado? ¡Debería estar feliz de estar aquí!” El buen padre responde: “Sí, es verdad, me siento traicionado porque mis oraciones no fueron respondidas. El Señor no las escuchó”. Al escuchar esto, San Pedro sonríe y dice: “¿Qué está diciendo, querido Padre? ¡Le mandamos tres botes!”

   Este es un relato realmente significativo, especialmente para los mayores, incluyendo a científicos y teósofos, porque muchos de nosotros tendemos a creer que hemos visto y aprendido todo lo que hay por conocer. ¡La verdad es que casi no sabemos nada! Somos como el espacio que ocupa la tierra en el universo, ¡casi cero!

Debemos tener la humildad de reconocer esto, y buscar nuevas formas de regenerarnos espiritualmente, porque la verdad es que todas las prácticas espirituales, sin importar cuán sofisticadas e inspiradoras sean al comienzo, con el tiempo tienden a decaer y debilitarse. Requiere de mucha auto-conciencia y humildad ver esto y despertar la chispa en nosotros que podrá ver la maravilla, el misterio y la presencia del Espíritu en todas partes y en todo momento!

   Ver lo extraordinario en lo ordinario, momento a momento, ¡es estar en el corazón de la iluminación! Procede de una práctica integral firme que se desarrolla y madura, a medida que envejecemos.

 

Evolución y perspectivas

   Uno de los signos seguros de la evolución espiritual, de acuerdo a las tradiciones antiguas, es la habilidad en aumento de estar en afinidad con múltiples perspectivas, de modo que el sentido de “el otro” que nos separa de nuestros hermanos y de todos los seres sensibles, desaparece gradualmente.

   En relación con esto, es digno de recordar el bello y antiguo relato de los seis hombres ciegos y el elefante, originario de India. Es muy significativo porque nos recuerda cuán inflexibles solemos ser respecto a nuestros puntos de vista y creencias, sin darnos cuenta que otras opiniones, incluyendo aquéllas que consideramos diametralmente opuestas a las nuestras, pueden ser igualmente válidas. De acuerdo a esta historia, había una vez seis hombres ciegos que decidieron visitar un elefante, del que habían oído bastante. Cada uno de ellos tocó una parte del elefante y rápidamente llegó a una conclusión sobre el animal. El que tocó la trompa, pronto exclamó: “¡Conozco este animal, es una serpiente!”. Esto por supuesto, fue contradicho por los otros, porque quien tocó el colmillo estaba convencido que el elefante era una lanza; el que tocó la oreja, sabía que era un abanico; quien tocó la pata pensó que era el tronco de un árbol; quien palpó un costado sólido estaba seguro que era una pared; mientras que el sexto ciego tocó la cola ¡y creyó que el elefante era una cuerda! ¿Estaban ellos mintiendo? No, todos estaban en lo correcto, según sus limitadas perspectivas, pero sólo parcialmente en lo cierto, y en un sentido general ¡todos ellos estaban muy lejos de la verdad total!

   Se requiere de sabiduría para que reconozcamos que nosotros también, científicos y teósofos incluidos, somos ciegos ¡y que no disponemos de los medios para ver la realidad en su totalidad! Todos venimos con nuestras diferentes condiciones iniciales y hacemos juicios firmes sobre casi todo lo que percibimos con nuestros limitados sentidos, buscando compatriotas que estén de acuerdo con nuestras percepciones y discutiendo sin pausa o mirando con desprecio a aquéllos que sostienen puntos de vistas diferentes. Si estamos verdaderamente interesados en descubrir la verdad, debemos estar dispuestos a abandonar, por lo menos temporalmente, la posición a la que tendemos a aferrarnos tan tenazmente y explorar con empatía genuina y curiosidad, otros puntos de vista. Si nosotros fuéramos los ciegos del relato, por lo menos deberíamos preguntar: “¿Por qué mis hermanos están tan convencidos de sus opiniones respecto al elefante? Déjenme investigar”. Entonces, dejando de lado nuestra opinión sobre la parte del elefante que tocamos, podemos caminar a su alrededor y sentir lo que nuestros hermanos sintieron, y entonces la sabiduría aparecerá: “¡Oh, ahora comprendo por qué creían de ese modo, y veo que están en lo cierto también!” Más importante aún, hacemos un descubrimiento grande y humilde: “El elefante (la realidad total) ¡es mucho más que todos los puntos de vista reunidos! ¡Permanece siendo un misterio supremo!”

   Claramente, es deseable tener una perspectiva holística, y es importante para la ciencia y la teosofía reconocerlo. Porque ciertamente, como Einstein lo afirmó: “¡La ciencia sin la religión es coja y la religión sin la ciencia es ciega!” Tal vez, la realidad hoy es que gran parte de la ciencia es coja, y gran parte de la religión es ciega, cada una parece haber provocado la enfermedad en la otra.

   Por alguna razón, todos tendemos a aferrarnos a nuestras opiniones individuales. ¡Es como si el aferrarnos definiera nuestra propia identidad! Según la sabiduría antigua, ese mismo aferrarse o apegarse es el mayor obstáculo para nuestra iluminación y evolución espiritual. Debemos desapegarnos para ser libres y permitirnos ver verdades más elevadas.

 

Resistencia científica a la Religión

   La Historia ha sido testigo de los daños ocasionados por la religión en ausencia de la ciencia. El así llamado Siglo de la Ilustración (o Edad de la Razón) surgió en Europa a fines del siglo diecisiete, básicamente como un movimiento anti-religioso. Los intelectuales querían liberar a la gente de los dictados de la religión imperante y la mentalidad de la manada. La ciencia floreció porque tuvo éxito en explicar tantas cosas que previamente habían sido atribuidas a Dios. En la actualidad los científicos tienden a sospechar bastante de la religión simplemente porque muchos creyentes religiosos tratan de imponer sus creencias sobre otros e invocar todo tipo de amenazas, incluso la condenación. La gran división entre la ciencia y la religión es muy evidente incluso en la actualidad. La ciencia ha tomado la delantera con alucinante éxito, mientras que la religión, como se practica popularmente, ha permanecido casi totalmente en el lugar que estaba.

   Peter Russell, en su maravilloso libro titulado From Science to God (De la ciencia a Dios) expresa su idea respecto a la religión, siguiendo los pasos de los descubrimientos científicos:

 

Copérnico mostró que nosotros no éramos el centro del universo. Los astrónomos no han hallado ninguna evidencia de un cielo celestial allí arriba. Darwin disipó la idea de que Dios creó la tierra y a todas sus criaturas en seis días. Y los biólogos probaron que el nacimiento virgen ¡es imposible!

 

¿Cuál relato debo creer? ¿Un texto cuya única autoridad es él mismo, y cuyas afirmaciones tienen poca relación con mi realidad cotidiana? O la ciencia contemporánea con su enfoque empírico de la verdad? La elección era obvia. Dejé la religión convencional. El universo parece funcionar perfectamente bien sin ayuda divina.

 

   Debemos darnos cuenta que existe una justificación sustancial en tal perspectiva. Si hoy, muchos en nuestra generación joven continúan sintiendo algo similar respecto a la religión convencional, es perfectamente justificable. Sin embargo, es una visión incompleta e ingenua. El desafío para nosotros es acelerar el despertar en los jóvenes hombres y mujeres, en vez de condenarlos u obstaculizar sus cuestionamientos. Por cierto, un espíritu rebelde puede ser muy útil, siempre que esté apoyado en una aspiración genuina para alcanzar la verdad por medio de la evolución de la conciencia.

   Debemos tener cuidado de no arrojar al bebé junto con el agua después de bañarlo. Desafortunadamente, eso es exactamente lo que parece haber sucedido en la ciencia y la educación moderna. Actualmente, la religión tiende a identificarse con la creencia en la verdad literal de “lucro y superstición” en varios textos religiosos, que son tratados principalmente por los científicos como Santa Claus, esta es el agua del baño. Pero si sucede con la esencia de la religión, con el corazón de las tradiciones de la sabiduría, es decir, el valioso bebé que al parecer hemos eliminado del mundo actualmente, podemos ver a nuestro alrededor los malos efectos de tal enfoque en la vida.

   En India también, que antes se jactaba de tener grandes universidades mundialmente famosas, como la de Nalanda, parece que se han olvidado completamente nuestras ricas tradiciones de respetar la integración de la ciencia y la teosofía. Parece que hemos abandonado este enfoque holístico a favor del modelo occidental de educación. Lord Macaulay, quien tenía un gran poder en la creación de la educación moderna en India, hacía este comentario respecto a nuestro milenario conocimiento: “Un simple estante de una buena biblioteca europea  valía más que toda la literatura originaria de India y Arabia”. Le creímos en ese momento. ¡Todavía lo creemos!

   Por supuesto, existen muchas razones de por qué los científicos continúan siendo muy escépticos respecto a cualquier tipo de espiritualidad, simplemente porque en la actualidad hay mucha espiritualidad falsa y charlatanería de moda.

 

Lo bello, lo bueno y lo verdadero

   El mundo occidental también ha contribuido con su aporte de sabiduría al mundo. Digno de mención es el aporte de Platón, el discípulo del filósofo Sócrates, quien se refirió a los tres aspectos de la realización humana: lo bello, lo bueno y lo verdadero. Lo bello se refiere a una experiencia interna individual sublime, la experiencia subjetiva. Lo bueno y lo verdadero se extienden a los dominios de lo inter-subjetivo y de la tercera persona, ya que lo primero se refiere al bienestar de todos y el segundo a las verdades en un dominio objetivo verificable (al que pertenece la ciencia) al igual que los dominios de lo subjetivo y de lo transpersonal inter-subjetivo. Los sabios han percibidos la esencia de los tres: lo verdadero, lo bueno y lo bello, (satyam, sivam, sundaram en la antigua India) como fundamentalmente lo mismo. Han afirmado que es necesario desarrollarlos a los tres, para percibir la realidad total.

   Desafortunadamente, en el mundo moderno, hemos tendido a dar mucha más importancia a las verdades objetivas que a las subjetivas. Esto puede perjudicar nuestra evolución porque no es sólo la ciencia la que necesita desarrollarse, también es la moral y la estética o el arte. Precisamos un desarrollo coherente en los tres sectores.

   Ciertamente, incluso la espiritualidad es perceptible en los tres aspectos. Por ejemplo, cuando nos detenemos maravillados ante la Naturaleza, que es una perspectiva en tercera persona, experimentamos el misticismo de la naturaleza. En la religión convencional, cuando permanecemos sobrecogidos y con devoción ante nuestro concepto o imagen de Dios, en una perspectiva en segunda persona, experimentamos el misticismo de la deidad. Finalmente, cuando estamos en un estado de consciencia testimonial, y el sujeto se disuelve en lo que percibe, y vemos y experimentamos todo como uno, en una perspectiva en primera persona, experimentamos el misticismo sin forma.

   Vivimos una época en la que nuestros graduados, preparados científicamente, no tienen ninguna dificultad en recordar las tres leyes del movimiento de Newton, pero no tienen idea de las cuatro nobles verdades del Buddha. Esto ha resultado en un desarrollo desequilibrado. Por cierto, como Thomas Merton expresa:

 

De qué sirve poder viajar a la luna,

Si no podemos cruzar el abismo que

   nos separa de nosotros mismos.

Este es el viaje más importante de todos

Y sin él, todos los demás son inútiles.

 

La paradoja de nuestra época en la Historia

   La consecuencia de ese desarrollo desequilibrado es fácil de ver en todas partes. Ha sido captado bellamente en las palabras de George Carlin, humorista norteamericano:

 

La paradoja de nuestra época en la historia es que tenemos edificios más altos, pero un carácter más pequeño; autopistas más anchas pero opiniones más estrechas. Gastamos más pero tenemos menos, compramos más pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes y familias más chicas, más comodidades pero menos tiempo. Tenemos más títulos académicos pero menos sentido común; más conocimiento pero menos criterio; más expertos y sin embargo más problemas; más medicina pero menos bienestar.

 

Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero reducido nuestros valores. Hablamos demasiado, conducimos muy rápido, nos quedamos hasta muy tarde en la noche, nos levantamos demasiado cansados, vemos demasiada TV, amamos y oramos muy de vez en cuando, y odiamos demasiado a menudo.

 

Hemos aprendido a ganarnos la vida, pero no a vivir. Le hemos agregado años a la vida, no vida a los años. Hemos ido hasta la luna y hemos vuelto, pero tenemos problemas en cruzar la calle y ver un vecino. Hemos conquistado el espacio exterior, pero no el espacio interior. Hemos hecho cosas más grandes, pero no cosas mejores.

 

Hemos conquistado el átomo, pero no nuestros prejuicios. Planeamos más, pero logramos menos. Hemos aprendido a movernos rápidamente, pero no a esperar.

 

Esta es la época de comida rápida y digestión lenta; de grandes hombres y carácter pequeño; de excesivas ganancias pero pocas relaciones; de dos ingresos, pero más divorcios; de más entretenimientos pero menos felicidad…

 

   A pesar de todo el progreso material que vemos a nuestro alrededor, gracias a la ciencia y a la tecnología, durante el siglo pasado en particular, también presenciamos una superficialidad en aumento en nuestros modos de vida y relaciones, y vemos los conflictos que inevitablemente surgen como consecuencia. En relación con esto, el Instituto Arbinger ha publicado dos libros maravillosos titulados Leadership and Self-deception (Liderazgo y Auto-decepción) y The Anatomy of Peace (Anatomía de la Paz). Su mensaje central es que todos a menudo tendemos a quedar atrapados “en el yo”, por lo que perdemos el foco en  todas nuestras nobles intenciones y aspiraciones y optamos por defender nuestro egos a cualquier costo. Entonces nuestros corazones están “en guerra” en vez de estar “en paz”, y en este proceso terminamos culpando convenientemente a otros y al sistema por la situación en la que frecuentemente nos encontramos. Tendemos a tratar a otros como objetos, en vez de como humanos iguales a nosotros, con preocupaciones e intereses similares, y nuestras opiniones se distorsionan para justificar nuestra postura. Aquí tengo algunas bellas citas de estos libros sobre las cuales haríamos bien en reflexionar:

 

Las personas que llegan juntas a ayudar a una organización, realmente tienen éxito o terminan complacidos por los fracasos de los demás, y resentidos por sus éxitos … Les ocultamos información y recursos, tratamos de controlarlos y culparlos.

 

Cuando culpo a A o B o al departamento XYZ (y sugiero que todos nuestros problemas se solucionarán sólo si ellos mejoran), lo hago porque sus deficiencias justifican mi fracaso en mejorar.

 

Evolución de la consciencia

   La gran mayoría de nosotros vivimos vidas fragmentadas, inciertas e inconcientes. Claramente, necesitamos aumentar bastante la auto-conciencia para que por lo menos ser conscientes de esto y de cómo inconcientemente quedamos adheridos a estos tipos de hábitos insalubres. También necesitamos tener un compromiso más firme con los ideales de lo verdadero, lo bueno y lo bello, por el bien de nuestro propio bienestar, y el de los demás. Para hacer esto, y tener nuestro corazón en paz, pleno de compasión y sabiduría, necesitamos mucho más de lo que la ciencia puede brindarnos. Necesitamos un práctica espiritual integral.

   Además de los problemas obvios relacionados a nuestros mundos subjetivos, estamos enfrentando una crisis inminente en el mundo externo, que amenaza nuestra supervivencia misma. Ciertamente, es paradójico que la misma ciencia que nos ha permitido vivir estilos de vida más cómodos, comparados con las generaciones anteriores, también ha ocasionado un desastre medioambiental. Esto, por supuesto, no es culpa de la ciencia. Se debe a que nuestro progreso en el desarrollo externo no se ha equiparado con un progreso similar en nuestro desarrollo interno. Hemos omitido, en una comprensión espiritual más profunda, cuán integralmente estamos conectados con el resto de la naturaleza, y la realidad de que el bienestar individual no es alcanzable a expensas del bienestar colectivo y universal.

   Relacionado con esto, Albert Einstein pronunció estas sabias palabras:

 

Un ser humano es una parte del todo llamado Universo, una parte limitada en tiempo y espacio.  Él se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto, es una ilusión óptica de su consciencia. Esta ilusión es como una prisión para nosotros, que limita nuestros deseos y afectos personales a unas pocas personas cerca de nosotros. Nuestra tarea debe ser liberarnos a nosotros mismos de esta prisión.

 

   Estamos agotando rápidamente los recursos convencionales de energía para mantener nuestros insostenibles estilos de vida, y hemos contaminado nuestro planeta en un grado tan irremediable que lo que el futuro tiene reservado es algo que ni siquiera los científicos son capaces de predecir. Lo que necesitamos en estos tiempos difíciles, además de una ciencia más inteligente, es una evolución conciente en nuestra conciencia. Ciertamente, como Einstein mismo lo señaló, necesitamos soluciones desde un nivel más elevado de conciencia para solucionar problemas que hemos creado en nuestro nivel actual.

   Aunque existen varios estudios que tratan de esbozar diferentes etapas de la conciencia humana, tal vez la más simple es hacerlo en tres grandes clases: la pre-convencional, la convencional y la post-convencional. Actualmente como sociedad podemos haber progresado en líneas generales desde lo pre-convencional o nivel egocéntrico (que es etnocéntrico, y para algunos es incluso centrado en el mundo). Necesitamos avanzar a un nivel post-convencional, donde nuestros intereses y auto-identidad se expandan a un nivel universal. Esto señala a una madurez trascendental, permitiéndonos aprender a vivir, amar, relacionarnos y actuar de formas verdaderamente creativas y satisfactorias. Si sólo unos pocos individuos aspiran concientemente a tal evolución en la conciencia, no es suficiente. Ya estamos presenciando los peligros que presenta el terrorismo, por ejemplo, en un mundo donde las armas de destrucción masiva pueden caer en manos de unos pocos etnocéntricos fundamentalistas y por lo tanto pueden causar estragos. En palabras de un filósofo integral, Ken Wilber:

 

Nadie que se encuentre en un nivel centrado en el mundo y que tenga conciencia moral lanzaría una bomba atómica, pero alguien en el nivel pre-convencional egocéntrico, muy alegremente bombardearía el mismo infierno de cualquiera que se entrometiera en su camino. Hasta la era moderna este problema estaba restringido por los medios, porque las mismas tecnologías eran bastante limitadas. Sólo se puede producir cierto daño a la biosfera, y a otros seres humanos, con un arco y una flecha. Hoy, por primera vez en la historia, se ha hecho posible e incluso previsible sufrir una catástrofe global producida por el hombre: un holocausto atómico o un suicidio ecológico.

 

   Expresado simplemente, nuestro problema es que mientras la ciencia se ha dirigido rápidamente a la etapa de desarrollo post-convencional, el mundo interno de la humanidad todavía está detenido en el nivel convencional (y en algunas áreas carentes, en el pre-convencional). Por supuesto, podemos esperar que el lento proceso evolutivo de la naturaleza nos empuje hacia delante. Pero se nos está terminando el tiempo, y no podemos darnos ese lujo. Ciertamente, ha habido algunas predicciones horribles sobre cómo la vida en este planeta puede llegar a su fin, ya que tal vez hemos cruzado el punto crítico. Tenemos que enfrentar estas verdades inoportunas y asumir los posibles peligros potenciales de las nuevas tecnologías relacionadas con los “avances” en la ingeniería genética, la robótica y la nanotecnología, que se han generalizado a escala mundial.

   Una crisis evolutiva de esta naturaleza puede significar una de dos cosas: ¡o un colapso o un gran paso adelante! ¿Cuál de los dos es más posible? ¡No sabemos! Todo lo que sabemos es que tenemos una opción: despertar conscientemente o no. Cada uno de nosotros tiene que elevar sus niveles de conciencia individualmente, y además trabajar para que esto también suceda en otros. Los desafíos que nos enfrentan son tan complejos que necesitamos despertar verdadera y profundamente para hallar soluciones creativas. Esta es nuestra responsabilidad colectiva. ¡Que podamos estar a la altura requerida!

 

 

 

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