Volver al Índice de Revistas
El Teósofo - Órgano Oficial de la Presidenta Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 128 - Número 11 - Agost
o 2007 (en Castellano)

 
Anterior
Página 9
Siguiente

El Criterio de la Verdad

 

 

 A. E. Wodehouse

Reimpreso de The Theosophist, de junio 1908. 

 

 Prof. Wodehouse, es graduado de Oxford con altos honores,  es deportista múltiple, brillante pianista, lingüista polifacético, y Profesor de Literatura Inglesa en Bombay, Poona,  y en la Universidad Hindú Central en Varanasi, también fue Secretario General de la Orden de la Estrella.

 

   Los teósofos siempre enfrentarán una dificultad al tratar lo que un griego podría llamar el ´hombre no-teosófico´, y ésta es la dificultad de encontrar cualquier garantía convincente de la autoridad sobre la que nuestras enseñanzas teosóficas claman aceptación. Para éstos, los teósofos están dispuestos a aceptar esa autoridad sin cuestionarla.  En primer lugar, siendo teósofos, están temperamentalmente predispuestos a lo místico y lo supersensible; por lo tanto para ellos, no existe una dificultad inherente en nuestras doctrinas.  En segundo lugar, la mayoría de los teósofos aceptan la autoridad como el origen y sustento del movimiento teosófico.  Es la creencia en la existencia de Maestros notables y poderosos, por detrás de la Sociedad y de sus líderes, lo que vitaliza el movimiento y lo aprovisiona de una roca firme sobre la cual erguirse contra el escepticismo del mundo.

   Pero cuando llegamos al militante teósofo, e intentamos ganar el mundo exterior para nuestra causa, encontramos casi imposible inducir a otros a aceptar lo que a nosotros nos parece razonable. No podemos apelar a la autoridad, porque la mera existencia de una fuente poderosa depende de lo que para el mundo en general es de segunda mano y por lo tanto evidencia dudosa.  Más aún, no podemos esperar ganar adherentes fácilmente mostrándoles la consistencia y razonabilidad innata de nuestra doctrina.  Los hábitos de pensamiento no ceden sin una resistencia agotadora.  La oposición a nuevas creencias no es, en general, la oposición de la facultad razonadora. Es la oposición de la inercia.  La mente del hombre tiene una tendencia a conformarse, más que a cambiar. Antes que un hombre crea, debe, en palabras del Profesor William James, tener la voluntad de creer.

   Estas palabras, ´la voluntad de creer´, expresa la idea central de la nueva epistemología que fue dada al mundo algunos años atrás por el Profesor James, y que desde entonces ha sido hábilmente tratada por su principal discípulo, el Sr. F. C. S. Schiller, de la Universidad del Corpus Christi, en Oxford. El nombre elegido para esta teoría es Pragmatismo, y resuelve muchas dificultades del tema de la Evidencia y el Criterio de la Verdad, y nos da una explicación tan esclarecedora de la conexión entre la evolución y la iluminación, que imagino haría un verdadero servicio a algunos de nuestros militantes y proselitistas teósofos decirles algo al respecto. Los reconfortará de la gran desilusión que todo entusiasta debe sentir al tratar con lo que probablemente considera una generación insensible y arrogante. También incentivará la humildad en aquellos que están más adelantados en conocimiento, y sugerirá el método de avance adecuado, un método que se siguió en Oriente por milenios, en los casos donde existe un conflicto entre la capacidad y el deseo de aprender.  Finalmente muestra, considero, muy claramente la relación orgánica del conocimiento con el proceso de la vida, y establece ciertos límites fácilmente reconocibles a las posibilidades de proselitismo.

   Según el Profesor James y el Pragmatismo, el impulso de saber, es decir de explicar y relacionar la experiencia, es simplemente una expresión del anhelo de vivir.  A fin de sobrevivir en este mundo difícil y amenazante, debemos armar teorías de vida racionales. Si nuestras generalizaciones fallan en encontrar las necesidades de la vida, sufrimos.  Por ejemplo, estamos obligados a afirmar la doctrina del Libre Albedrío por razones prácticas, aunque, como es bien sabido, es totalmente imposible apoyar esta doctrina en terrenos filosóficos.  Si no hubiera Libre Albedrío, entonces la vida social se volvería una imposibilidad.  De modo similar, estamos obligados a afirmar la identidad del Yo por medio de toda la variedad y multiplicidad de sus experiencias.  A menos que hiciéramos esto, no podríamos por ejemplo, castigar a un hombre hoy por un crimen que cometió ayer.

   En todos estos asuntos, por lo tanto, el criterio último no es si algo realmente es de un modo u otro, sino si es imperativo para nuestras necesidades que sea de este u otro modo.  En otras palabras, el pragmático se libera de la vieja pesadilla metafísica de la verdad absoluta.  Ninguna verdad puede ser una verdad absoluta, mientras estemos interesados en ella.  Todo lo que podemos decir es que es verdad para nosotros.  De este modo la necesidad vital toma el lugar de cánones de demostración, y esta necesidad es siempre práctica. Es decir, nuestro primer deber es vivir; y a fin de vivir, debemos esforzarnos en explicarnos a nosotros mismos, tan bien como podamos, el mundo que forma nuestro medio. Si la experiencia tiende a confirmar nuestras teorías, por ejemplo si la vida por lo tanto se vuelve más fácil, más consistente, más plena y agradable, todos tenemos la confirmación que necesitamos y que, como hombres, posiblemente esperamos obtener.

   Todas nuestras así llamadas ´verdades´ por lo tanto, a las que una confirmación repetida les dio carácter axiomático, no son más que postulados en primera instancia.  Son afirmaciones hipotéticas hechas por un organismo que lucha, a fin de reducir la experiencia a una forma ordenada, y proveerse a sí misma de una base para la vida práctica. Tu hombre pensante está siempre disparando flechas a un blanco que no puede ver.  A veces da en el blanco, y entonces es bueno para él.  En otras oportunidades falla totalmente y debe tratar otra vez.

   Incluso tales ´axiomas´ honrados y deteriorados con el transcurrir del tiempo, como las ´leyes a priori´ de geometría pueden ser fácilmente mostradas como postulados que se apoyan en hipótesis no probadas. El pragmático nos muestra que toda la geometría de Euclides descansa en la hipótesis del espacio plano, para la cual no existe respaldo en la Naturaleza; dado que nunca se supo de la existencia de un nivel absoluto en las superficies, y nunca existirá. Asumamos como un hecho lo que podemos llamar un espacio ´pseudo-esférico´, e inmediatamente obtendremos una geometría no-euclidiana, en la cual los tres ángulos de un triángulo no serán iguales a dos ángulos rectos, y en el que líneas rectas paralelas, si se extendieran lo suficiente, se tocarían.

   Lo referido es respecto a los así llamados ´axiomas´ de la geometría.  Si nos dirigimos a la astronomía, encontramos hoy la teoría heliocéntrica aceptada como axiomática.  Pero olvidamos que la teoría geocéntrica fue igualmente axiomática para los antiguos y que, por medio de epiciclos y centros excéntricos, de algún modo la indujeron al cuadrante con los hechos conocidos en ese momento.  No deseo, sin embargo, aventurarme en disquisiciones astronómicas, pero deseo señalar que no tenemos derecho a exigir la verdad absoluta en la Naturaleza por ninguna teoría nuestra, o decir que podemos no estar obligados a abandonar esa teoría mañana a la luz de hechos nuevos.

   Apliquen esto en todo sentido, e inmediatamente podemos asumir una actitud razonable hacia la pregunta del criterio de la verdad. Ya no diremos más, ´esto es verdad´ y ´esto es falso´, pero diremos: ´esto, según la luz que existe en mí, parece ser verdad.  Por lo tanto lo acepto de modo condicional, hasta que las circunstancias me obliguen a abandonarlo.´ Respecto a teorías opuestas diremos: ¨Mientras haya un intento activo de tu parte de explicar la vida honestamente para ti, no tengo derecho a discutir con tus teorías. Con todo lo que lucho es inercia. Puede ser que algún día comprenda tus opiniones, o tú las mías: si yo soy más evolucionado, esto último; si tú estás más avanzado, lo primero.´

   Ahora bien, todo esto tiende a alterar fundamentalmente nuestra concepción de la vida intelectual del hombre. No niega la existencia de una verdad o realidad absoluta, sino que meramente niega que exista cualquier otro criterio de esto, para nosotros, excepto confirmación y justificación práctica en la vida misma.  La mente es el instrumento por medio del cual tallamos nuestro camino en el mundo.  Es el órgano de adaptación al medio. En otras palabras, el conocimiento es inconcebible separado de la idea de desarrollo.

   Esto nos permite establecer dos proposiciones importantes.  La primera es que es conocimiento, en toda etapa de desarrollo, el que es verdad para esa etapa de desarrollo.   La segunda es que, como en todo lo demás, el que está en un nivel más elevado puede evaluar al que está en uno inferior, pero éste no puede juzgar al anterior.

   Quienes estén familiarizados con el pensamiento hindú, verán inmediatamente en estas proposiciones la única explicación racional de la doctrina de Mâyâ.  Esta doctrina tan malinterpretada, a menudo se ha tomado como significando que toda experiencia es ilusoria.  Esta es una afirmación incompleta de lo que realmente es una verdad profunda.  Lo que realmente significa la doctrina de Mâyâ, tiene dos aspectos: (1) que toda experiencia es verdad para ese plano de vida consciente de la que es la experiencia; (2) esa experiencia en cualquier plano dado se vuelve ilusoria respecto al plano superior.  Por lo tanto toda experiencia es a su vez verdadera y falsa.  A medida que la entidad evolucionante se eleva de plano en plano, deja detrás la verdad de ayer y la sustituye por la verdad de hoy, para pronto abandonarla por una luz mayor de mañana.  Sólo al final del proceso, cuando el yo ha llegado al Yo, cuando el último velo ha caído, el pensador se encontrará en presencia de la Realidad absoluta.  Sólo en ese lugar final de descanso, será rechazada como ilusoria la experiencia de todos los planos previos. Hasta llegar a ese punto, él ha sido obligado, como organismo evolucionante, a aceptar la verdad inmediata del momento, conociéndola como verdad, no absoluta sino relativa a su etapa de desarrollo.  Pero rechazar lo relativo, porque sabemos que es relativo, es negar toda la ley de evolución.  Sólo el puro âtmâ Auto-realizado tiene ese derecho.  La vida es un asunto práctico y en cada etapa debemos postular intrépidamente una nueva interpretación de nuestra experiencia. Rechazar esto puede significar dos cosas, o iluminación final o inercia. Ya que podemos posponer razonablemente la iluminación final en la mayoría de los casos a un futuro indefinido, podemos interpretar con seguridad lo que se conoce como oscurantismo, o fracaso en conseguir la verdad del plano en el que uno está, como mera resistencia pasiva a la ley de evolución.

   Si miramos hacia atrás, hacia nuestras propias vidas o a la historia, vemos que nosotros y la raza en general ha estado constantemente proponiendo nuevos postulados para explicar nuestra experiencia siempre en aumento. En el momento de presentar estos postulados, eran verdad. Explicaban nuestros hechos, o pensábamos que lo hacían. Y con qué dolor algunas veces, tuvimos que abandonarlos cuando dejaban de coincidir con los hechos!  Porque cada nuevo descubrimiento de hechos nos da un nuevo marco intelectual.  Descubrimiento, correlación, generalización, de modo que siempre avanzamos, y es el deber de todo hombre honesto traer siempre sus teorías al mostrador de la experiencia y rechazarlas si se comprueba que son inadecuadas.

   Los hechos que han llegado a la luz en muchos departamentos de la ciencia e investigación humana durante el último siglo, han exigido una nueva generalización por parte de los hombres que piensan.  Ahora nos estamos familiarizando con fenómenos que no ingresaban en el horizonte intelectual de nuestros abuelos.  Consecuentemente es el deber de la edad, si fuera verdad para la ley del progreso, postular nuevas teorías para hallar estos hechos.  Esto es lo que están haciendo unos pocos científicos como Sir William Crookes y Sir Oliver Lodge, y unos pocos eclesiásticos como el Rev. R. J. Campbell.  La peculiaridad respecto a la Sociedad Teosófica es que no ha tenido que cambiar sus generalizaciones por sí misma. Se las han dado listas; o de algún modo,  se ha dado el bosquejo, que nosotros tenemos que completar por nuestros propios esfuerzos e investigación. Pero esto no significa que la Teosofía, por esta razón, esté fuera de las leyes universales del pensamiento.  Es también un sistema de postulados, enmarcados sin embargo, no según nuestra propia visión sino a la luz de un conocimiento mayor de hombres más sabios y espirituales. Pero para ellos también, el mecanismo de la evolución procede.  Deben elevarse de esfera en esfera, de iniciación en iniciación; y en cada etapa debe haber un reajuste de teorías, una generalización más extensa, una ampliación del horizonte de lo conocible, todo tendiendo hacia la dirección de esa realización final que puede venir -¿por qué no?- ya sea en algún punto definido o al final de un proceso que, siendo eterno, no tiene fin.

   Y aquí permítanme destacar un peligro que surge del mero hecho de que nuestro conocimiento teosófico fue dado y no adquirido.  La idea central de la teoría del conocimiento, que yo he estado citando, es que la iluminación está matemáticamente condicionada por el crecimiento.  El proceso normal es a partir de la verdad, hacia una verdad más amplia y mayor a medida que crecemos en estatura. Actualmente existe un depósito de conocimiento teosófico ante el mundo que representa una etapa de crecimiento a la que pocos, excepto los más avanzados, han llegado. La consecuencia es que muchos teósofos están trabajando bajo una especie de indigestión mental. Se sienten obligados a tratar de comprender demasiado, olvidando que el único y verdadero método de comprensión es, primero ampliar y luego comprender.  Este estado de cosas induce una especie de receptividad pasiva que impide el crecimiento, al igual que demasiado carbón apaga el fuego.  La necesidad actualmente es que todo teósofo debería darse cuenta por sí mismo del plano en que se encuentra, y de la verdad relacionada con ese plano.  Sólo porque heredemos mil libras, no es necesario que las gastemos de una sola vez. Incluso, debido a que tenemos ante nosotros una inmensa acumulación de conocimiento revelado, no es necesario que desafiemos la ley natural de evolución y carguemos nuestros cerebros con material para cuya recepción aún no estamos lo suficientemente evolucionados.

   Deberíamos recordar la gran ley que reconoce la filosofía oriental, que un hombre debe ser antes que pueda saber.  La verdad no es la misma para un hombre común que para un santo y un yogui. La primera es tan falsa para el segundo como la segunda lo es para el primero. En Teosofía este hecho se presenta muy claramente para nosotros cuando se muestra que el hombre, como ser pensante, aprende gradualmente por auto-entrenamiento diligente, para funcionar en plano tras plano, y que en cada plano es capaz de juzgar el conocimiento de los planos inferiores.  El logro de un plano superior es equivalente, en lenguaje metafórico, a la caída de un velo de Mâyâ.  Mientras el velo permanezca, la verdad detrás de ella debe necesariamente permanecer escondida. Por lo tanto, inútil es para quien permanece en un plano superior, tratar de impartir su verdad con quienes todavía están en uno inferior.  Lo que debe hacer es elevarlos en su propio nivel, y entonces su verdad se volverá la verdad de ellos.  El desarrollo, cuán a menudo se debe decir esto, es la única condición previa a la iluminación.

  Regresando por lo tanto, al tema anterior a estas afirmaciones –la naturaleza del criterio de la verdad,  la que puede solicitar un teósofo militante- estamos forzados a las siguientes conclusiones:

   En primer lugar la Teosofía puede no tener ninguna batalla por la que luchar, excepto contra la inercia.  Siendo una defensa de la ley evolutiva, no se atreve a interferir con la evolución natural. A los seguidores ortodoxos sinceros de cualquier religión, por estrechos e intolerantes que sus puntos de vista puedan parecer a la luz de un mayor desarrollo, no tiene nada que decir.  Porque la sinceridad es en sí misma una garantía de progreso.  El ortodoxo sincero, en el verdadero sentido de la palabra ´sincero´, será el primero en volverse sinceramente heterodoxo, cuando se presenten nuevos hechos a su consideración que demandan nuevos postulados para su explicación.  Que ningún teósofo, por exceso o celo, cometa jamás el error –contra el cual el universo brama- de interferir con quien es sincero.  Desafortunadamente esto se hace demasiado a menudo; y es lo que ha causado gran parte de la animosidad y el rencor que se ha hecho presente en el movimiento.

   Pero contra la mera inercia, la negación pasiva de la ´voluntad de creer´,  la Teosofía no debe nunca levantar la voz. Porque quienes se resisten pasivamente en el mundo del pensamiento, son los que tienen todos los hechos delante de ellos, pero que son demasiado ociosos o demasiado tímidos para generalizar de acuerdo a esos hechos. Todo lo que la Teosofía puede hacer por el menos evolucionado es presentar hechos bajo una luz tan clara como sea posible, y entonces todos los buscadores genuinos, encontrándose a sí mismos en un nuevo medio, aspirarán adecuadamente. Ellos aceptarán tal vez, lo que se les ´da´en la Teosofía.  Pero ningún teósofo tiene el derecho a objetar si el buscador arma otra generalización que los convenza, diferente a la generalización teosófica nuestra, reconociendo los hechos como revelados.  El progreso lo es todo.  Si podemos estimular la búsqueda de la verdad, haremos un servicio más noble que darle material a un mundo no evolucionado, para el cual no está listo.

 

Anterior
Página 9
Siguiente